Pfeiffer se quedó mirando un buen rato los nombres que aparecían; su expresión resultaba indescifrable. Luego asintió.
– Enseguida vuelvo.
Cuando se hubo marchado, Nick se cruzó de brazos.
– ¿Las reglas del juego?
– Sí -dijo Vito-. Cuando volvamos a la comisaría lo investigaremos.
Al cabo de un minuto Pfeiffer regresó.
– Aquí tienen el historial del señor Lewis. Cuando llevamos a cabo un estudio, siempre tomamos una fotografía de los pacientes. He incluido la suya en la carpeta.
Vito abrió la carpeta y vio a Simon Vartanian con un aspecto muy distinto. Era una instantánea tomada mientras Simon aguardaba en la sala de espera de Pfeiffer. Su mandíbula parecía más redondeada y su nariz mucho menos afilada que en el retrato que Tino había hecho de Frasier Lewis. Le pasó la carpeta a Nick.
– No parece haberse sorprendido, doctor -dijo Vito como quien no quiere la cosa.
– ¿Saben cuando alguien mata a su familia y todos los vecinos dicen: «Nos hemos quedado muy sorprendidos, parecía tan buena persona»? Pues Frasier no parecía una buena persona. Su frialdad me ponía nervioso. Siempre que entraba en la consulta tenía la impresión de estar encerrado en una jaula con una cobra. Además, llevaba peluquín.
Vito pestañeó.
– ¿De verdad?
– Sí. Una vez entré en la consulta después de haberle practicado una prueba y vi que llevaba la peluca ladeada. Volví a salir, llamé a la puerta y esperé hasta que él me indicó que entrara. Se había colocado la peluca en su sitio.
– ¿De qué color es su pelo verdadero? -quiso saber Nick.
– Entonces llevaba la cabeza rapada. De hecho, no tenía pelo en ninguna parte.
– ¿No le pareció extraño? -preguntó Nick.
– No especialmente. Frasier era deportista, y muchos se depilan.
Nick cerró la carpeta.
– Gracias, doctor Pfeiffer. Ya sabemos salir.
Se encontraban en el coche de Nick cuando sonó el móvil de Vito. Era Liz.
– Volved aquí -los instó Liz, nerviosa-. Otra vez es Navidad.
Viernes, 19 de enero, 13:35 horas
Habían dado con Van Zandt gracias a un delator «anónimo». Vito y Nick se tomaron un poco de tiempo para actualizar la información de que disponían acompañados por Jen antes de reunirse con Liz en la sala de interrogatorios. La encontraron examinando a Van Zandt a través del cristal de efecto espejo.
Vito esbozó una sonrisa llena de hostilidad al mirar a Van Zandt a través de la luna. Al hombre se lo veía enfadado, pero tenía un aspecto impecable con su traje de tres piezas. El abogado era un hombre delgado; se lo veía igual de enfadado que a Van Zandt pero ni de lejos estaba tan elegante.
– No veo el momento de entrar en acción.
Una de las comisuras de los labios de Liz se arqueó.
– Yo tampoco. Alguien ha llamado al 911 desde un móvil imposible de localizar. El soplón nos ha dicho que encontraríamos a Van Zandt en un hotel y nos ha dado el número de habitación. Cuando lo hemos detenido ha vuelto a llamar, pero esa vez ha telefoneado directamente a mi extensión.
– Estaba observando para asegurarse de que lo detuviéramos -dedujo Nick-. Simon sigue en Filadelfia.
– Sí. Su voz sonaba igual que en la cinta. Me han entrado unos escalofríos tremendos.
– ¿Qué le has dicho? -preguntó Vito.
– Le he preguntado quién era y él se ha echado a reír. Cuando han detenido a Van Zandt, su coche no se encontraba en el aparcamiento del hotel. Van Zandt asegura que esta mañana, cuando se disponía a marcharse, el coche no estaba donde él lo había aparcado. -Le mostró una hoja de papel-. Cuando Simon me ha llamado, me ha dicho dónde podríamos encontrar el coche y me ha sugerido que miráramos dentro del maletero. También me ha pedido que le comunicara eso a «VZ». -Dibujó las comillas en el aire-. No suelo prestarme a hacer recaditos a los asesinos, pero dadas las circunstancias…
Vito ya sabía qué había encontrado el equipo de Jen en el maletero de Van Zandt, de modo que Nick y él iban bien armados, por así decirlo. Vito tomó el papel que Liz le tendía y rió con ironía.
– Van Zandt no sabía con quién se la estaba jugando.
– Simon Vartanian tampoco lo sabe -dijo Liz en tono igualmente irónico-. Vamos a entrar y a decirle a ese arrogante que la ha pifiado bien.
Van Zandt levantó la cabeza cuando Vito y Nick entraron en la sala de interrogatorios. Su mirada era fría y su boca dibujaba una fina línea. Se quedó sentado sin decir nada.
El abogado se puso en pie.
– Soy Doug Musgrove. No tienen pruebas que les permitan retener a mi cliente. Dejen que se marche o presentaré oficialmente cargos contra el Departamento de Policía de Filadelfia.
– Hágalo -dijo Vito-. Jager, si es este el leguleyo que se encarga de contratar al personal en su empresa, más vale que busque la agenda y avise a un buen defensor.
Van Zandt lo miró de hito en hito.
Musgrove se erizó.
– Deténganlo o dejen que se marche -dijo, y Vito se encogió de hombros.
– Muy bien. Van Zandt, queda usted detenido por el asesinato de Derek Harrington.
Van Zandt se puso en pie de inmediato, ciego de ira.
– ¿Qué? -Miró a su abogado-. ¿Qué significa esto?
– Déjeme terminar -le espetó Vito-. Si no, no quedaría arrestado oficialmente. -Recitó el resto de la perorata. Luego se sentó y estiró las piernas-. Ya he terminado. Es su turno.
– Yo no he matado a nadie -masculló Van Zandt-. Musgrove, sácame de aquí.
Musgrove se sentó.
– Estás arrestado, Van Zandt. Pediremos que te pongan en libertad bajo fianza.
Jager habló con desdén.
– Yo no he matado a Derek. No tienen nada contra mí.
– Tenemos su coche -dijo Nick, y Van Zandt pestañeó.
– Me lo robaron -respondió él con tirantez-. Por eso me han encontrado aún en el hotel.
Vito se acarició la barbilla.
– Ya. ¿Ha denunciado el robo?
– No.
– Su Porsche solo tenía tres meses. Yo habría denunciado el robo al instante.
– Bueno, ya sabes lo que dicen de los ricos y sus juguetitos -intervino Nick.
Van Zandt dio una palmada en la mesa.
– ¡Yo no he matado a Derek! Ni siquiera sé dónde está.
– No se preocupe, nosotros sí -le espetó Vito-. Está en el maletero de su Porsche. Bueno, ya no. Ahora está en el depósito de cadáveres.
Los ojos de Van Zandt emitieron un centelleo.
– ¿Está muerto? ¿De verdad está muerto?
– Un disparo de una Luger de 1943 entre los ojos suele tener ese efecto. -Nick le habló con voz áspera-. Justo la pistola que encontramos oculta entre las herramientas de su coche. La misma que mató a Zachary Webber.
– Ah, y también a Kyle Lombard y a Clint Shafer -añadió Vito-. No se olvide de ellos.
Disfrutaron del placer de ver palidecer a Van Zandt.
– Alguien debió de poner allí la pistola -masculló furioso-. Y en cuanto a esos otros dos hombres, nunca he oído hablar de ellos.
– Jager, cállate -le aconsejó Musgrove.
Van Zandt le dirigió una mirada desdeñosa.
– Búscame un abogado criminalista. Yo no he matado a Derek ni a nadie. Ni siquiera sabía que Derek hubiera desaparecido.
– Claro que siempre puede contarle al jurado que le disparó para terminar con su sufrimiento -dijo Nick con semblante impertérrito-. Pero la verdad es que debió de hacerlo sufrir bastante al quemarle los pies y arrancarle las tripas.
Van Zandt se puso tenso.
– ¿Qué?
– Y al romperle las manos, y al cortarle la lengua. -Nick se recostó en el asiento-. No concibo que ningún jurado pudiera considerarlo compasivo, señor Van Zandt.
El movimiento de la nuez de Van Zandt al tragar saliva fue lo único que indicó que se sentía afectado al saber que el hombre a quien un día consideró su amigo había sido torturado.