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– Derek protestó -dijo Thomas, y frunció el entrecejo-, «porque era un debilucho».

Maggy López suspiró.

– Van Zandt está hecho un buen elemento.

– Espero que se pudra en el infierno -soltó Nick-. Pero lo fundamental es que Van Zandt dice no saber de dónde procede Lewis, ni dónde vive, ni quién es el tipo a quien mató con la granada.

– Bueno, yo sí que tengo información de Frasier Lewis -terció Katherine-. Del verdadero.

Vito pestañeó, perplejo.

– ¿Existe de veras?

– Ya lo creo. Es un granjero cuarentón de Iowa. Simon se ha estado aprovechando de su cobertura médica durante un tiempo. La póliza del auténtico Frasier tiene un límite de cobertura vitalicio de un millón de dólares. Si sufriera alguna enfermedad grave, se vería en problemas porque gran parte de ese dinero ya se ha gastado. Me preguntaba cómo se las había arreglado Simon para costearse las caras prótesis que constan en el historial del doctor Pfeiffer. Las pagó gracias a la cobertura médica de otra persona.

– El auténtico Frasier Lewis, ¿tiene dos piernas? -preguntó Nick.

– Sí -respondió Katherine.

Nick fruncía el entrecejo.

– ¿Y no se dio cuenta Pfeiffer de que no constaba la amputación en el historial?

– No tenía por qué -dijo Brent, pensativo-. A Simon se le da muy bien la informática. Igual que nos planteamos que podría haber entrado en cuentas corrientes ajenas, puede que entrara en una base de datos médica. A lo mejor fue por eso por lo que eligió hacerse pasar por Lewis, porque tenía acceso a su historial y podía cambiar los datos. Es lo que se me ocurre.

– Bien pensado -lo alabó Vito-. Haz una búsqueda, a ver qué encuentras.

– Estoy contento de poder ayudar, porque en cuanto al ordenador del padre de Daniel no he averiguado nada. Por lo menos nada que tenga que ver directamente con Simon. Alguien instaló un programa para acceder al ordenador de forma remota, pero no es nada sofisticado. Es una aplicación UNIX corriente, cualquiera podría haberla instalado.

– Pareces decepcionado -dijo Nick, y Brent soltó una risita.

– Tal vez un poco. Esperaba algo mucho más importante, como el troyano con temporizador que hizo llegar a los ordenadores de los modelos. Pero esa vez utilizó una opción sencilla y elegante, imposible de rastrear. A lo mejor con las bases de datos médicas tengo más suerte. Ah -exclamó Brent lanzándole una foto enmarcada a Vito-, el sheriff de Dutton ha enviado esto junto con el ordenador. Dice que Daniel y Susannah le han pedido que nos lo hiciera llegar.

– Es Simon -dijo Vito-. Más joven. Tiene la misma cara que en la foto de Pfeiffer. Supongo que incluso a Simon le resultaba difícil acudir a un examen médico disfrazado con algo más que una peluca. Ya tenemos otra pieza del puzle.

Nick fruncía el entrecejo.

– ¿Sabrías decirnos cuándo instalaron ese programa de control remoto?

– Claro -respondió Brent-. Unos días después de Acción de Gracias.

– Y para eso, ¿Simon tendría que haber estado en la casa? -preguntó Nick.

– No conozco ninguna forma de hacerlo a distancia.

Liz seguía el razonamiento llena de desazón.

– El señor y la señora Vartanian vinieron a Filadelfia a buscar a la chantajista y, en teoría, a Simon. En algún momento encontraron a Simon, o más bien él los encontró a ellos, porque acabaron muertos y enterrados en su cementerio. Entonces Simon volvió a Georgia e instaló un programa de control remoto en el ordenador de su padre, dejó a la vista la información turística e hizo que pareciera que se habían marchado de vacaciones. Incluso siguió pagando las facturas. ¿Por qué?

– No quería que nadie supiera que sus padres habían muerto -dedujo Jen-. Arthur era un juez retirado, alguien habría investigado su muerte.

– Y Daniel y Susannah se habrían visto implicados, que de hecho es lo que ha ocurrido. -Nick miró a Vito-. Quería mantenerlos al margen porque aún no estaba listo para encontrarse con ellos.

– Por lo menos ahora saben que tienen que andarse con cuidado -dijo Vito-. ¿Dónde están?

– En Dutton -explico Katherine-. Por la exhumación.

– ¿Ya tenéis los resultados? -preguntó Vito.

– Solo sabemos que el cadáver no es de Simon. Los huesos corresponden a un hombre de un metro setenta y ocho.

– ¿No le practicaron la autopsia? -preguntó Liz, y Katherine alzó los ojos, incrédula.

– Sí, en México -explicó-. El supuesto accidente de coche tuvo lugar en Tijuana. El padre de Vartanian fue allí a por el certificado de defunción, compró un ataúd y lo pasó por la aduana. Puede que untara a alguien, pero también es posible que quien mirara dentro del ataúd viera unos restos completamente calcinados y lo cerrara sin pensárselo dos veces.

– O sea que puede que ni él mismo tuviera claro si Simon estaba muerto en realidad -dedujo Jen.

Katherine se encogió de hombros.

– No lo sé. Supongo que Daniel y Susannah querrán saber qué hemos descubierto, lo que no tengo tan claro es hasta qué punto lo que hemos hecho va a ayudarnos a encontrar a Simon.

– ¿Han venido ya Pfeiffer y su recepcionista para que les tomemos las huellas? -preguntó Nick.

Jen negó con la cabeza.

– Todavía no.

– Cuando lleguen, avísanos -dijo Vito-. ¿Qué más? ¿Qué hay de las iglesias de las zonas señaladas en el mapa, Jen? ¿Y de los fabricantes de silicona?

– Tengo a un técnico llamando a los fabricantes y a dos más localizando iglesias. Aún no sé nada. Yo me he pasado todo el día ocupada con lo del coche de Van Zandt. Lo siento, Vito. Hacemos cuanto podemos.

Vito suspiró.

– Ya lo sé. -Pensó en Sophie-. Pero tenemos que esforzarnos más.

– Ahora que Van Zandt está entre rejas, ¿qué pasará si Simon decide marcharse de la ciudad? -caviló Nick-. oRo quebrará, Simon se ha quedado sin trabajo.

– Tenemos que conseguir que se quede -resolvió Vito-, que se deje ver.

– Él cree que Van Zandt está de mierda hasta el cuello. -Nick miró a Maggy López-. ¿Qué pasaría si lo liberáramos?

Maggy negó con la cabeza.

– No puedo dejarlo ir así como así. Hemos presentado cargos contra él. No ha aceptado la acusación que le he propuesto y no pienso concederle la inmunidad. Tendrá que someterse al proceso legal. Nick, no puedo creer que seas precisamente tú quien me pida que lo libre de la justicia.

– Ni quiero que se libre de la justicia -dijo Nick-. Lo quiero en la calle para poder seguirlo. No se trata de soltarlo, exactamente. La vista para la libertad condicional es mañana por la mañana, ¿no?

– ¿Qué es esto? Hace dos horas estabas dispuesto a ponerle tú mismo la inyección letal y ahora me pides que lo suelte. ¿Quieres utilizarlo como cebo?

– No veo cuál es el problema -dijo Nick-. Lo vigilaremos de cerca. Simon no podrá resistirse. Será como si le hubiéramos pintado una diana enorme en el culo.

– Más bien tendríamos que pintarle una «R» -soltó Brent con ironía-. De riqueza.

– Y no olvidéis el comentario de las ramas -añadió Vito-. Van Zandt se merece todo lo que le ocurra, Maggy. Pero no dejaremos que Simon lo atrape porque también queremos verlo entre rejas. Si Van Zandt sabía lo de los asesinatos y lo permitió, eso lo convierte en cómplice.

Maggy suspiró.

– Si lo perdemos…

– No lo perderemos -prometió Nick-. Todo cuanto tienes que hacer es pedir la condicional.

– Muy bien -accedió Maggy-. No hagáis que tenga que lamentarlo.

– No lo lamentarás -aseguró Vito, sintiéndose de nuevo lleno de energía-. Liz, ¿puedes asignarnos a Bev y Tim unos días más? Puede que con mañana baste. Necesitamos vigilantes.

– Lo arreglaré -dijo Liz-. Pero solo para mañana. Si no sale bien, tendremos que replantearnos las cosas.