– Me parece justo. -Vito se puso en pie-. Volveremos a reunirnos mañana a primera hora para organizarlo todo.
22
Viernes, 19 de enero, 19:00 horas
Sophie se arrellanó en el asiento delantero de la camioneta de Vito. Hasta ese momento había conseguido dejar a un lado la ira, pero ahora que la jornada había tocado a su fin la notaba crecer de nuevo en su interior. ¿Qué más podía robarle Lena?
Vito puso el motor en marcha y guardó silencio mientras la calefacción caldeaba el vehículo. Estaba esperando a que ella dijera algo, Sophie estaba segura. Sabía que también él había tenido un mal día, y sus problemas eran mucho mayores que los propios. Tenía que atrapar a un asesino.
El enfado por la desaparición de los discos de vinilo la había mantenido ajena al hecho de que ese mismo asesino andaba acechándola, así que tal vez sin saberlo Lena hubiera hecho por fin algo bueno. Volvió la cabeza para mirar a Vito.
– Siento que hayas tenido que esperarme. ¿Qué te ha parecido mi papel de reina vikinga?
La mirada de Vito se tornó ardiente y sus labios se curvaron, haciendo que a Sophie se le acelerara el pulso.
– Me parece que eres la guerrera vikinga más sexy que he visto jamás. Me han entrado ganas de abalanzarme sobre ti allí mismo.
Ella se echó a reír, tal como él pretendía.
– ¿Delante de todos esos niños? Debería darte vergüenza.
Él se llevó su mano a los labios.
– ¿Qué ocurre, Sophie?
Le habló con tanta amabilidad que a Sophie se le empañaron los ojos.
– Ha venido a verme Harry.
Le contó lo que le había dicho y la mirada de Vito se endureció.
– Deberías denunciarla.
– Hablas igual que Harry. Si no la denuncié cuando mató a mi hermana, ¿por qué iba a denunciarla por robar unos discos viejos?
Vito negó con la cabeza.
– La muerte de Elle fue un accidente, pero esto no.
Sophie alzó la barbilla.
– Ahora hablas igual que Katherine.
– Porque Katherine tiene razón, Sophie. Lena es horrible como madre, pero no tenía ninguna intención de matar a Elle. Sin embargo, lo del robo ha sido intencionado. Lo planeó y le sacó provecho. Si quieres odiarla, hazlo por las cosas de las que es culpable. No tiene sentido odiarla por haber dado frutos secos a una niña que no sabía que era alérgica.
Sophie se lo quedó mirando boquiabierta.
– ¿Que no tiene sentido?
– Y me parece una actitud infantil -añadió él en tono tranquilo-. Anoche me dijiste que Andrea había hecho su elección, y tenías razón. Lena también ha hecho las suyas. Es eso lo que tienes que tenerle en cuenta, que te abandonara y que le haya robado a tu abuela, Sophie, pero no que Elle muriera. Odiarla por eso es malgastar las energías.
Sophie sintió que estaba a punto de echarse a llorar de rabia.
– Soy muy libre de odiar a mi madre por lo que me dé la gana, Vito, y no es asunto tuyo, así que déjame en paz.
Él se sintió herido y volvió la cabeza.
– Muy bien. -Se incorporó a la circulación-. Creo que eso deja muy claro mi lugar.
La culpa atenazó a Sophie.
– Lo siento, Vito. No tendría que haberte dicho eso. Es que estoy disgustada por no poder llevarle música a mi abuela, tengo muchas ganas de que vuelva a sentirse feliz.
– El hecho de verte a ti ya la hace feliz.
Sin embargo Vito no la miró, ni siquiera al detenerse en un semáforo en rojo, y a Sophie le entró pánico.
– Vito, lo siento. No tendría que haberte dicho que me dejaras en paz. No estoy acostumbrada a tener en cuenta lo que otra persona piensa de mí. Sobre todo si esa persona me importa.
– No te preocupes, Sophie. -Pero ella se daba cuenta de que sí tenía de qué preocuparse. No estaba segura de cómo cambiar las cosas, así que dejó de pensar en lo ocurrido y decidió intentar acercarse a él desde otro ángulo.
– Vito, aún no habéis encontrado a Simon Vartanian, ¿verdad?
Él apretó la mandíbula.
– No. Pero hemos encontrado a los dos tipos de la empresa.
– ¿Vivos?
– Uno está vivo.
Ella dio un suspiro.
– Simon está terminando con todos los cabos sueltos, ¿verdad?
Un músculo tembló en la mejilla de Vito.
– Eso parece.
– Me andaré con cuidado, Vito. Concéntrate en tu trabajo y no te preocupes por mí.
Esta vez sí que se volvió hacia ella. Su mirada era intensa y Sophie notó que el alivio reemplazaba al pánico.
– Me alegro de que pienses tener cuidado porque me estoy encariñando contigo, Sophie. Me gustaría que tuvieras en cuenta mi opinión y también me gustaría que consideraras asunto mío preocuparme por cómo te sientes.
Ella no sabía muy bien qué responder a eso.
– Es un gran paso, Vito. Sobre todo para mí.
– Ya lo sé. Por eso estoy dispuesto a tener paciencia. -Le dio una palmada en el muslo y luego le tomó la mano-. No te apures, Sophie. El hecho de que yo me preocupe por ti no tiene por qué suponerte una carga.
Ella se quedó mirando aquella mano fuerte y morena en contacto con su piel.
– Lo que pasa es que muchas veces meto la pata y no quiero que esto, sea lo que sea, salga mal.
– No saldrá mal. Ahora relájate y disfruta del viaje. -Esbozó una sonrisa burlona-. Por bosques y ríos cantando voy, a la abuela veré.
Ella lo miró con los ojos entornados.
– ¿Por qué siempre tengo la impresión de que eres el lobo feroz?
Esta vez su sonrisa fue casi imperceptible.
– Es para comerte mejor, querida.
Ella le dio un manotazo, pero se echó a reír.
– Conduce y calla, Vito.
Pasaron el resto del trayecto hablando de temas livianos que no tenían nada que ver con Lena ni Simon, ni con ninguna relación seria. Cuando llegaron a la residencia de ancianos, Vito ayudó a Sophie a bajarse de la camioneta y luego sacó una gran bolsa de papel de la parte trasera.
– ¿Qué es eso?
Él escondió la bolsa tras de sí.
– Es la cestita que le llevo a la abuelita.
A Sophie se le escapaba la risa mientras caminaban.
– Así que ahora el lobo feroz soy yo.
Él mantuvo la vista al frente.
– Puedes soplar y soplar hasta mi casa derribar.
Ella soltó una risita.
– Eres malvado, Vito Ciccotelli. Malvado hasta la médula.
Él le estampó un rápido beso en la boca mientras aguardaban frente a la puerta de la habitación de Anna.
– Eso dicen.
La abuela de Sophie los observaba con ojos de lince desde la cama y ella sospechó que Vito la había besado en la puerta precisamente por eso. Anna tenía buen aspecto, pensó Sophie cuando la besó en ambas mejillas.
– Hola, abuela.
– Sophie. -Anna extendió su débil brazo para acariciarle la cara. El movimiento representaba el mayor esfuerzo que había hecho en mucho tiempo-. Has traído a tu joven amigo.
Vito se sentó junto a la cama.
– Hola, Anna. -La besó en la mejilla-. Hoy tiene mejor aspecto, sus pómulos tienen un precioso color natural.
Anna le sonrió.
– Eres un adulador. Me gusta.
Él le devolvió la sonrisa.
– Me lo imaginaba. -Introdujo la mano en la bolsa y de ella extrajo una rosa de tallo largo que le tendió con galantería-. También he imaginado que le gustan las flores.
Los ojos de Anna adoptaron cierto brillo y Sophie notó que los suyos se empañaban.
– Vito -musitó.
Vito la miró.
– Para ti también habría habido si no fuera por tanto «Para ya, Vito» y «Eres malo, Vito». -Cerró la mano de Anna alrededor del tallo-. He pedido que le arrancaran las espinas. ¿Puede olería?
Anna asintió.
– Sí. Hacía mucho tiempo que no olía una rosa.
Sophie se lamentó de no haberlo pensado antes, pero parecía que Vito no había terminado todavía. Sacó un ramo de rosas a punto de abrirse y luego un jarrón de porcelana negra, que depositó con cuidado en la mesita que había junto a la cama de Anna. El jarrón tenía incrustaciones de cristal que brillaban como estrellas en la noche. Arregló el ramo y volvió a colocar bien el jarrón sobre la mesita.