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Ya le tenía el ojo echado a uno, el rival más agresivo y ambicioso de Van Zandt, que seguía camino de la fama. Simon se había puesto en contacto con él para mostrarle su trabajo hasta la fecha y habían tardado menos de un cuarto de hora en negociar las condiciones de empleo. El inquisidor aún aguardaba para ser lanzado y el escándalo por el asesinato de Derek y el encarcelamiento de Van Zandt, sin mencionar a las víctimas, harían que las ventas se dispararan.

Y él, al fin y al cabo, conseguiría lo que quería. Publicidad. Una plataforma para encumbrarse en su carrera particular. Adquirir una reputación que le permitiera vender sus cuadros. No podría utilizar más el nombre de Frasier Lewis, pero eso daba igual; no importaba con qué nombre firmara sus obras. «Mientras todo el mundo sepa que son mías.»

Solo le faltaba completar una serie de cuadros. Van Zandt tenía razón con respecto a lo de la reina. En cuanto Simon vio a Sophie Johannsen en plena acción, supo que era exactamente lo que necesitaba, lo que quería. Y se conocía lo bastante bien para saber que no sería capaz de abandonar el juego hasta que todas las piezas encajaran a la perfección. Tenía que ver morir a Sophie Johannsen.

Solo que la chica había demostrado ser lista y precavida. Siempre tenía cerca a algún policía. Pero ahora ya sabía cómo separarla del rebaño.

Viernes, 19 de enero, 23:30 horas

– Es un torreón magnífico. -Sophie le dio el visto bueno a Michael llena de satisfacción-. Y estos bloques son estupendos.

Pierce y ella se sentaban tras un semicírculo de un metro veinte de diámetro y noventa centímetros de altura construido con bloques de madera pulida. Hasta habían incluido las angostas aberturas desde donde Sophie les explicó que se lanzaban las flechas para defenderse de sus atacantes.

Luego había hecho falta una visita a la juguetería del barrio para adquirir un equipo de tiro con arco de la marca Nerf. Por lo menos los libros que habían utilizado la noche anterior volvían a estar en los estantes de Vito, así no se quejaría tanto de que su sala de estar se hubiera convertido en un castillo normando.

Sophie pasó los dedos por uno de los bloques de madera, pero Vito ya sabía que no encontraría una sola astilla.

– Deben de haberte costado un ojo de la cara.

El padre de Vito fingió despreocupación.

– Son unos cuantos bloques viejos que tenía en el guardamuebles. Dom y Tess los han traído esta tarde al volver de la escuela. -Pero Vito también sabía que su padre se sentía halagadísimo.

– Mi padre nos hizo esos bloques cuando éramos pequeños -dijo desde el sillón reclinable, ahora convertido en puente levadizo. El resto de los muebles habían desaparecido o bien formaban las almenas colocados patas arriba-. Mi padre es un carpintero de primera.

Sophie abrió los ojos como platos.

– ¿De verdad? Ahora entiendo lo de la catapulta. Genial.

– Estoy listo -dijo Connor, colocando la maqueta en su sitio. La catapulta provisional diseñada la noche anterior con una cuchara de madera había desaparecido y la sustituía un modelo a escala que con toda probabilidad serviría para lanzar incluso el pavo de Acción de Gracias. Connor había querido probarla con un pollo congelado, pero por suerte esa vez Sophie no había cedido ni un ápice.

Vito sospechaba que su padre había invertido el día entero en construirla, tallándola con el cuchillo que siempre llevaba encima. En los viejos tiempos Michael podría haber creado una pieza como aquella en una hora gracias a sus herramientas de ebanistería, pero lo había vendido todo al verse obligado a abandonar el negocio por culpa de su dolencia cardíaca.

– No, no estás listo -le dijo Sophie a Connor-. No tienes nada que arrojar.

– Empezad la batalla de una vez -soltó Vito-. Es casi medianoche y Pierce y Connor tienen que irse a la cama. -Que era lo que él llevaba deseando toda la tarde.

– Tío Vito -protestó Pierce-, mañana es sábado. -Miró a Sophie esperanzado.

– Lo siento, pequeño -dijo Sophie-. Yo mañana también trabajo. ¿Tess? ¿Dominic?

– Ya vamos -gritó Tess, y Dom y ella emergieron de la cocina con bolsas llenas de pasta recién hecha-. Es la primera vez que cocino para un asedio, pero aquí está.

Siguió una intensa campaña militar durante la cual los chicos dispararon la catapulta por turnos mientras Sophie y Michael reconstruían las almenas siempre que era necesario.

Tess se refugió tras la silla de Vito.

– Hacía años que papá no se lo pasaba tan bien.

– Mamá no le deja -musitó Vito-. Cada vez que respira se preocupa.

– Bueno, ahora mamá no está. La he enviado junto con Tino a Wal-Mart con una larga lista de la compra. No es que vosotros dos tengáis la cocina muy bien provista y tengo que preparar y congelar muchísimos platos para cuando Molly salga del hospital. -Se encogió de hombros-. Mamá necesita sentirse útil, así que está feliz. Y papá también está feliz. Los chicos no caben en sí de gozo. Y a ti también se te ve feliz, Vito.

Él la miró.

– Lo soy.

Tess se sentó en el brazo del sillón.

– Me alegro. Me gusta tu Sophie, Vito.

En esos momentos su Sophie estaba esquivando una bolsa llena de pasta recién hecha.

– A mí también. -Reparó en que esa noche tanto él como Sophie le habían ofrecido algo a la familia del otro. Era un sólido comienzo para una relación que Vito pensaba cultivar durante mucho, mucho tiempo.

– Es un buen comienzo -musitó Tess-, para una buena vida. Te la mereces. -Entonces se puso a chillar a la vez que Sophie cuando una de las bolsas lanzadas con la catapulta se estampó en el techo y del impacto reventó, y la pegajosa pasta empezó a volar por todas partes.

Vito hizo una mueca.

– Mis paredes y mi techo nunca volverán a estar como antes, ¿verdad?

Tess soltó una risita.

– Te auguro un futuro lleno de pasta en las paredes, Vito.

Sophie y Michael se estaban riendo como tontos y a Vito no le quedó más remedio que echarse a reír también. Al fin Sophie se puso en pie mientras se retiraba trozos de pasta del pelo.

– Ha llegado la hora de irse a dormir. No -dijo cuando Pierce empezó a protestar-. Los generales no protestan, marchan. Ahora bajad en silencio. No despertéis a Gus.

Cuando los chicos se hubieron ido, Sophie miró a Vito.

– ¿Tienes un cubo y trapos?

– En el porche trasero -respondió él y se levantó de la silla-. Siéntate, papá. Se te ve cansado.

Michael le hizo caso, lo cual quería decir que estaba rendido. Aun así se echó a reír.

– Qué divertido. Tendríamos que hacerlo todos los viernes por la noche. Has sentado un precedente, Vito.

Vito suspiró.

– En casa con la pasta y en la oficina con los donuts. Dom, Tess, ayudadme a recoger los bloques de madera.

Acababan de apilarlos junto a la pared cuando Vito se dio cuenta de que Sophie no había regresado con el cubo. El pulso se le disparó. La había perdido de vista, aunque solo hubiera ido al porche de su casa.

– Enseguida vuelvo -dijo con voz tensa.

Al llegar al porche trasero respiró tranquilo. Sophie se encontraba junto a Dante, quien estaba sentado sobre el cubo boca abajo, con aire resentido.

– Me parece que lo que has hecho solo te ha servido para pasarlo mal -le decía-. Te has perdido toda la diversión.

– Nadie me quiere ahí -masculló-. ¿Por qué tengo que darte el cubo?

– Primero, porque soy una adulta y me debes respeto. En segundo lugar, porque tu tío debe de estar poniéndose nervioso al ver que la pasta se espesa en las paredes. Y tercero, porque me están entrando ganas de quitarte de ahí encima de un empujón y llevarme el cubo, y no me gustaría tener que hacerlo.