Susannah cerró los ojos con desaliento.
– No dejo de decirme que las cosas no pueden ir peor.
– Ya lo sé. Me he pasado años despertándome por las noches preocupado por las víctimas que aparecían en los dibujos de Simon, por si eran reales, por si Simon había tenido algo que ver con su muerte y yo no había podido hacer nada por evitarlo. Ahora hay más víctimas, pero esta vez no soy capaz de mirar hacia otro lado. Tengo que regresar a Filadelfia y ayudar a Ciccotelli y a Lawrence.
– Iremos juntos. Esta semana hemos resuelto lo de nuestros padres los dos juntos. Cuando todo esto termine, espero que Simon esté muerto y que también juntos podamos celebrarlo y seguir adelante.
Sábado, 20 de enero, 9:15 horas
– ¿Está todo a punto? -preguntó Nick, tendiéndole a Vito un vaso de café a la vez que se situaba tras el volante.
– Sí. -Vito retiró la tapa de plástico-. Bev y Tim están en sus puestos junto al edificio. Maggy López acaba de llamar para decir que Van Zandt es el siguiente de la lista de casos. Si el juez le concede la libertad condicional, dentro de una hora estará en la calle.
– Espero que todo salga bien -masculló Nick-. No me gustaría nada que Van Zandt se fuera de rositas.
– A mí tampoco. -A Vito le tembló la voz al pronunciar aquellas palabras.
Nick lo miró.
– Tienes miedo.
Vito guardó silencio unos instantes, luego se aclaró la garganta con brusquedad.
– Sí, estoy aterrado. Cada vez que suena el teléfono me pregunto si van a decirme que Sophie ha caído en sus manos, que no he sabido protegerla bien.
– Esto es distinto a lo de Andrea, Chick. Esta vez no estás solo.
Vito asintió. Ojalá las palabras de Nick pudieran confortarlo, pero sabía que no respiraría tranquilo hasta que Simon Vartanian estuviera entre rejas. Aun así, resultaba grato saber que sus amigos se preocupaban por él.
– Gracias. -Entonces sonó su móvil y dio un respingo. Por suerte era Jen-. ¿Qué ocurre?
Jen bostezó.
– No he pegado ojo en toda la noche, Vito.
– Yo tampoco -dijo, y se arrepintió al instante-. Esto… Da igual.
– Que sepas que si sigues te odiaré, Ciccotelli -gruñó ella-. Me he pasado toda la noche trabajando mientras tú te lo pasabas pero que muy bien. No, me parece que ya te odio.
– La semana que viene te llevaré donuts todos los días. De la panadería de mi barrio.
– No me basta, pero algo es algo. Hemos situado en el mapa las iglesias que hay en un radio de ochenta kilómetros. Ninguna se parece ni de lejos a la del videojuego.
– Bueno, era de esperar. Gracias por el intento.
– No te atrevas a colgarme, Chick. He encontrado la foto.
– ¿Qué foto?
– La del periódico, salen Claire Reynolds y su novia. Es de marzo de hace tres años. La otra mujer tiene unos treinta años y es rubia y delgada. No hay ningún rasgo que la distinga en particular. Yo no la había visto nunca.
– Mierda -masculló Vito-. Tenía la esperanza de que la conociéramos. Me gustaría ir a ver la foto ahora mismo, pero tenemos que quedarnos aquí. Van Zandt podría salir en cualquier momento.
– ¿Puedes recibir fotos por el móvil?
– No. Pero Nick sí. ¿Se la envías?
– Ya lo estoy haciendo.
– Déjame el móvil -le dijo Vito a Nick, y aguzó la vista mientras la foto se descargaba en la pantalla. De repente, se le tensaron todos los músculos de su cuerpo-. Joder.
– ¿Quién es? -preguntó Nick. Asió el teléfono y soltó un silbido-. Qué hija de puta.
Jen pareció animarse.
– ¿La conoces, Vito?
– Es Stacy Savard -dijo él-. La chantajista número dos es la recepcionista de Pfeiffer.
– Conseguiré su dirección y enviaré allí un coche patrulla ahora mismo -resolvió Jen.
Vito tomó el teléfono de Nick y volvió a mirar la granulosa foto.
– Sabía que Claire estaba muerta y nos miró a los ojos sin pestañear.
– ¿Qué quieres hacer, Vito? ¿Quieres ir a buscar a Savard o prefieres quedarte a esperar a Van Zandt?
– Que la patrulla se encargue de Savard. Pediré una orden para registrar su casa. Si lo de Van Zandt no resulta bien, la chantajista número dos pasará a ser el plan B.
Sábado, 20 de enero: 12:45 horas
Probablemente no era lo más aconsejable, pero Simon no pudo resistirse. Si debía abandonar la identidad de Frasier Lewis, tenía que hacerlo bien. Claro que si la fiscalía del distrito hubiera conseguido mantener a Van Zandt entre rejas en lugar de dejarlo salir con la condicional, aquella oportunidad no se le habría presentado jamás.
Al fin y al cabo, era una magnífica ironía del destino. Simon había querido que el segundo soldado alemán que moría en Tras las líneas enemigas fuera ensartado con una bayoneta. Había algo muy cercano y personal en un bayonetazo, pero Van Zandt había insistido en que muriera como consecuencia de una gran explosión.
Simon dudaba de la eficacia del detonador de una granada de sesenta años de antigüedad. ¿Qué pasaría si montaba toda la escena y luego no estallaba? Como era un hombre concienzudo, se preparó por si se daba el caso. Simon sonrió; el codicioso de Kyle Lombard le había ofrecido un descuento por comprar al por mayor.
Sábado, 20 de enero, 12:55 horas
– ¿Qué quiere decir que ha desaparecido? -gruñó Vito por el móvil.
– Que no está en el piso -respondió Jen, molesta-. Su coche tampoco está. Un vecino la ha visto salir con una maleta esta mañana. Hemos dictado una orden de busca y captura.
– Entrevió nuestras intenciones cuando solicitamos el historial de Lewis. -Vito se frotó las sienes-. Da el aviso a todos los aeropuertos y a las estaciones de autobús. ¿Podrías enviar una patrulla a casa de Pfeiffer?
– ¿A él también vamos a arrestarlo?
– Solo quiero hablar con él. Pídele que se presente en la comisaría para responder a unas preguntas, nosotros llegaremos enseguida.
– ¿Aún no ha salido Van Zandt? -preguntó Jen.
Vito miró hacia el juzgado.
– Debe de estar pagando la fianza centavo a centavo.
Jen soltó una risita breve.
– Bueno, hemos acertado en una cosa. La impresora que hay en casa de Stacy Savard es del mismo modelo que la que imprimió las cartas de Claire.
– Chick -susurró Nick-. Mira, es Van Zandt.
– Tengo que dejarte, Jen. Ha llegado la hora.
Vito se guardó el móvil en el bolsillo en el momento en que Van Zandt salía del juzgado. Tenía el semblante frío y adusto y su abogado lo seguía a unos seis metros de distancia. Se precipitó a la calle con pasos agigantados y el brazo en alto para parar un taxi, pero tropezó con un anciano que se cruzó en su camino.
A Vito se le erizó el vello de la nuca. Había algo en aquel hombre que…
– ¡Nick! -exclamó Vito-. Mira ese anciano.
– Mierda -soltó Nick, y los dos se bajaron del coche a la vez.
– ¡Alto! ¡Policía! -gritó Vito. Entonces el anciano levantó la cabeza y durante una fracción de segundo Vito se encontró mirando los fríos ojos de Simon Vartanian.
Vartanian echó a correr rápido. Vito y Nick lo persiguieron.
De pronto, todo se fue al traste cuando, ante sus ojos, Jager Van Zandt saltó por los aires.
23
Sábado, 20 de enero, 13:40 horas
Habían estado a punto de pillarlo. Simon se sentó en su camioneta, todavía furioso. Un pequeño traspié y a esas horas habría estado en manos de las autoridades.