Выбрать главу

«Cómo les gustaría tenerme en sus manos.»

El agente Ciccotelli era más listo de lo que Simon creía. Y más cruel. La policía había utilizado a Van Zandt de cebo… «para que me dejara ver». Si no fuera porque casi lo habían pillado, Simon habría considerado aquella crueldad inexorable digna de admiración.

Casi lo habían atrapado. Apenas un tropiezo dentro de un plan mayor. La policía buscaba a Frasier Lewis. Las únicas personas que sabían que él no estaba muerto, estaban muertas.

A excepción del chantajista cuya táctica de aficionados había llevado a sus padres hasta él. Tenía que encontrarlo, fuera quien fuese, y hacérselo pagar. Luego debía ocuparse de Susannah y Daniel; ambos representaban la bondad personificada.

El hecho de que sus dos hermanitos pudieran andar libres perfectamente era motivo suficiente para odiarlos. El hecho de que ambos ocuparan puestos de responsabilidad en organismos de justicia los convertía en enemigos peligrosos.

Pronto le resultaría imposible continuar con la farsa de las vacaciones de Arthur y Carol Vartanian, incluso de su mera desaparición. Daniel y Susannah no dejarían correr el asunto, ahondarían hasta dar con el lugar donde se hallaban sus padres. Y sin duda, eran lo bastante listos para atar cabos. Si ahondaban más, acabarían descubriendo que en la tumba de Simon había enterrada otra persona.

Simon se había preguntado muchas veces quién habría allí dentro, a quién había colocado su padre en su lugar, por así decirlo. Se había sentido tentado de comprobarlo al volver a Dutton por primera vez en doce años para preparar las pequeñas vacaciones de sus padres y dejar a punto su ordenador de modo que pudiera acceder a él.

Su padre había ido a su encuentro, pero a Daniel y Susannah tendría que ir a buscarlos él. Sabía muy bien dónde encontrarlos. Daniel tenía una pequeña casa en Atlanta y Susannah vivía en un piso del Soho. Daniel representaba la ley y la pequeña Susannah representaba el orden.

Artie debería de haber estado orgulloso. Sin embargo, no fue así. «Porque bajo la toga de Arthur Vartanian se escondía alguien tan corrupto como yo.» Daniel y Susannah tenían que desaparecer. Pero antes le quedaba saldar una pequeña cuenta. Al escapar de la policía como si fuera un delincuente común, se había percatado de una cosa: lo habían reconocido; no como Frasier Lewis sino como «el anciano». Y la única persona que lo había visto disfrazado de anciano y todavía vivía era… la doctora Sophie Johannsen. Entornó los ojos. Hiciera lo que hiciese, aquella mujer siempre se interponía en su camino.

Todo había avanzado según lo previsto hasta que Sophie Johannsen empezó con sus preguntas sobre la existencia de un mercado negro. A partir de ese punto, todo se había precipitado. Aquella mujer sabía demasiadas cosas y no pararía hasta hacerla callar.

Ladeó la mandíbula. Además, su rostro era muy bello; qué expresividad. Tendría que haber sido actriz o modelo. Bueno, pronto lo sería.

Y si por el camino se cargaba a Ciccotelli… Sonrió. El premio sería doble.

«A lo mejor hasta me gano una vida más.» Simon rió entre dientes. Restablecida la paz interior, salió de su vehículo y entró en la residencia de ancianos.

Sábado, 20 de enero, 16:15 horas

Liz se estremeció al ver entrar a Vito y Nick en la oficina.

– Vaya, chicos.

– No son más que unas quemaduras sin importancia -dijo Vito-. Ha habido suerte. Los únicos heridos hemos sido el abogado de Van Zandt, dos transeúntes y nosotros. Los dos transeúntes ya han sido atendidos y han podido marcharse.

– ¿Y el abogado? -preguntó Liz.

– Se pondrá bien -explicó Nick-. Estaba a seis metros de distancia cuando Van Zandt voló por los aires.

Vito se sentó ante su escritorio.

– A nosotros solo nos ha alcanzado un poco de metralla.

– He enviado a Bev, Tim y media docena de agentes a que registraran hasta el último rincón -dijo Liz-, pero…

Nick sacudió la cabeza.

– Ese canalla corre como un diablo hasta con una pierna ortopédica, Liz. Me he quedado de una pieza. Y lo que ha acabado de dejarme petrificado del todo ha sido ver saltar por los aires a Van Zandt.

– ¿Qué ha pasado? Se suponía que teníais que protegerlo. -Maggy López entró corriendo en la oficina y al verlos se detuvo en seco-. Santo Dios.

– Simon estaba esperando a Van Zandt. -Vito se frotó la nuca-. Le ha metido una granada en el bolsillo del abrigo. La científica ha recogido los fragmentos de metralla. Imaginamos que coincidirán con los del chico a quien aún no hemos identificado.

Nick se dejó caer en la silla y cerró los ojos.

– Lo siento, Maggy.

López los miró a los dos.

– No hay nada que sentir, es probable que a Van Zandt le hubieran concedido la condicional de todos modos. Teniendo en cuenta todos los factores, no había bastantes pruebas para que se decretara la prisión preventiva. ¿Qué hacemos ahora?

Nick miró a Vito.

– ¿Pasamos al plan B? Stacy Savard.

Vito soltó un resoplido.

– Mierda. Ni siquiera sabemos dónde anda Savard.

Liz sonrió.

– Sí, sí que lo sabemos. Estabais en el hospital cuando la hemos detenido.

Vito se incorporó en la silla.

– ¿Tenemos a Stacy Savard? ¿Está aquí?

– Sí. La hemos pillado aparcando en el aeropuerto. Al parecer se disponía a tomar el primer vuelo que saliera del país. Cuando os encontréis en disposición, es toda vuestra.

Vito sonrió con tristeza.

– Ya estamos en disposición. No veo el momento de hacer hablar a esa hija de puta.

Sábado, 20 de enero, 16:50 horas

Quitar de en medio a Van Zandt había resultado más complicado de lo que creía, pero ahora que conocía a su adversario, librarse de Johannsen sería más fácil. Se había preparado para todos los posibles contratiempos, desde una escolta policial hasta los detectives que parecía que llevara pegados con cola. Estaba preparado.

Los labios de Simon esbozaron una sonrisa. Muy pronto una enfermera cambiaría el gota a gota a la abuela. Sonarían los pitidos y saltarían las alarmas. La dulce Sophie recibiría una llamada urgente. Urgente y verdadera. Una de las cosas que siempre había admirado en Johannsen era su pasión por la autenticidad. En el destino de Sophie había cierto… paralelismo.

Su abuela se estaba muriendo, así que Sophie había regresado a casa. Al regresar a casa, se había topado con él. Al toparse con él, él había podido adquirir conocimientos del mundo medieval; y gracias a esos conocimientos, había podido crear un videojuego de la hostia. Pero por culpa del videojuego y de la intromisión de Johannsen tenía a la policía demasiado cerca. Siempre había pensado en quitarla de en medio cuando llegara el momento, pero tener a la policía tan cerca lo había obligado a jugar aquella carta antes de lo previsto, y precisamente por eso… Miró el reloj. Era la hora. Precisamente por eso la abuela moriría. Ya.

Era un bello círculo que encajaba a la perfección. Era el destino.

Dio un respingo. Allí estaba, caminando hacia el vestíbulo desde la Gran Sala, vestida con su armadura. Esperaba que se despojara de ella antes de emprender la carrera que sin duda sería desenfrenada. Sophie era alta y le costaría un gran esfuerzo moverla, incluso vestida con normalidad. La armadura constituía un impedimento inoportuno. Claro que si tenía que moverla con armadura, la movería igual. Se acercó un poco a la puerta. Muy pronto no habría entre ellos ningún cristal que atenuara la experiencia recreativa. Muy pronto la tendría en sus manos, en su mazmorra, con cámaras y focos. «Es para verte morir mejor, querida.»

Sábado, 20 de enero, 17:00 horas

Stacy Savard se encontraba sentada frente a la mesa de la sala de interrogatorios, cruzada de brazos. Mantuvo la vista al frente con gesto hosco hasta que Vito y Nick entraron en la sala, y entonces se volvió hacia ellos y sus ojos empezaron a derramar patéticas lágrimas de desesperación.