– ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué me han traído aquí?
– Déjese de dramatismos, Stacy. -Vito ocupó la silla contigua-. Sabemos lo que ha hecho. Tenemos su portátil y el de Claire. Sabemos lo de Claire y Arthur Vartanian, y hemos descubierto su jugosa cuenta bancaria. -La miró con aire perplejo-. Lo que no comprendemos es cómo pudo traicionar así a Claire. Usted la amaba.
Stacy se mantuvo impertérrita unos instantes, luego se encogió de hombros.
– Yo no amaba a Claire. Nadie amaba a Claire excepto sus padres, porque no sabían quién era en realidad. Claire era mala… pero muy buena en la cama. Eso es todo.
Nick soltó una breve risita de incredulidad.
– ¿Eso es todo? ¿Qué pasó, Stacy? ¿Sabía desde el principio que estaba chantajeando a Frasier Lewis?
Stacy resopló con aire burlón.
– Como si Claire fuera a explicarle a alguien una cosa así. Pensaba quedarse todo lo que les sacara a los Vartanian para ella sola. Era una bruja.
Vito sacudió la cabeza. No daba crédito a lo que oía.
– ¿Cuándo supo que Claire estaba muerta?
Ella entornó los ojos.
– Quiero la plena inmunidad.
Vito soltó una carcajada, luego se puso serio de golpe.
– No.
Stacy se recostó en la silla.
– Pues entonces no les diré nada más.
Nick, que preveía su reacción, deslizó sobre la mesa una fotografía de Van Zandt tras la explosión y vieron que Stacy palidecía.
– ¿Quién es ese?
– El último idiota a quien se le ocurrió pedir la inmunidad -respondió Vito en tono mordaz.
– Y el último idiota que intentó contrariar a Frasier Lewis -añadió Nick en voz baja-. Podemos dejarla ir, ya sabe. Y decirle a Frasier Lewis dónde puede encontrarla.
El miedo ensombreció su mirada.
– No se lo dirán. Sería un asesinato.
Vito suspiró.
– Nos ha pillado. Pero si la noticia se filtra… Puede que no pase nada hasta el juicio, pero puede que él lo descubra antes. El caso está provocando demasiada sensación para mantener las cosas en secreto.
– De modo que se pasará la vida mirando quién la sigue hasta que un día le metan una granada en el bolsillo.
Stacy se mordió la parte interior de la mejilla, nerviosa. Luego levantó la cabeza.
– Un día de octubre, hace quince meses, había quedado para cenar con Claire. No acudió a la cita, así que fui a buscarla a su casa. Tenía la llave. Entré y vi su portátil y fotos que había tomado de «Frasier Lewis» mientras aguardaban en la sala de espera. -Una de las comisuras de sus labios se curvó-. Claire tenía otra cosa buena, escribía bien. Tenía pensado escribir un libro sobre el tema en algún momento. Había descubierto que Lewis era Simon Vartanian y le pareció curioso.
– Porque se suponía que ese chico estaba muerto -dijo Vito.
– Sí. Buscó información sobre Frasier Lewis y descubrió que era un tipo de Iowa.
Nick la miró perplejo.
– También sabe lo del fraude con la póliza de enfermedad…
Stacy frunció los labios con terquedad y Vito, con un suspiro de resignación, colocó sobre la mesa, junto a la imagen de Van Zandt, una foto de Derek Harrington con un disparo en la frente.
– No le gustará tener que vérselas con Simon Vartanian, Stacy, de hecho, le gustará bastante menos que vérselas con nosotros. Responda a la pregunta del detective Lawrence.
– Sí -escupió-. Sabía lo del fraude de la póliza. Encontré los e-mails en el ordenador de Claire, los que le envió a Simon y a su padre. El del padre decía: «Sé lo que hizo tu hijo.»
– ¿Qué cree que significaba? -preguntó Nick, y ella se encogió de hombros.
– Que estaba engañando a la compañía de seguros y que había fingido su muerte. El e-mail de Simon decía: «Sé quién eres, Simon.» El padre pagó. Simon insistió en que se encontraran y Claire, como una idiota, cayó.
– ¿Dónde fue? -preguntó Vito sin rodeos-. ¿Dónde se encontraron?
– Simon le propuso verse en la puerta de la biblioteca donde ella trabajaba, pero pasaron unos días y no aparecía por ninguna parte, así que supuse que había muerto.
– Usted envió las cartas -dijo Nick-. A la biblioteca y a la consulta.
– Sí, fui yo.
Vito pensaba que aquel caso ya tenía cubierto el cupo de personalidades antisociales, pero siempre aparecía alguna más.
– Y siguió con lo que ella había dejado a medias.
– Solo con el padre; con Simon no.
– ¿Por qué no? -preguntó Nick, y Stacy le clavó una mirada de incredulidad.
– Vaya pregunta, porque era un asesino. Claire era idiota, yo no.
– Pues ahora está aquí, así que yo no me vanagloriaría de mi inteligencia -soltó Nick tranquilamente, pero Vito vio temblar un músculo de su mejilla y se dio cuenta de que lo de la calma era mera fachada.
– Porque era un asesino… -Vito sacudió la cabeza-. Lo veía siempre que acudía a la consulta, sabía que no era Frasier Lewis, sabía que había matado a Claire Reynolds, ¿y en ningún momento fue capaz de decir nada?
– ¿Para qué? -Stacy se encogió de hombros-. Claire estaba muerta, nada de lo que yo pudiera decir le devolvería la vida y era evidente que a Arthur Vartanian le sobraba el dinero.
Nick ahogó una carcajada.
– Dios mío, este caso pinta cada vez mejor. A ver, Stacy, díganos, ¿qué hizo que Arthur Vartanian fuera a buscarla?
Stacy pestañeó.
– No vino a buscarme. Siguió pagando.
– Claro que fue a buscarla. Está muerto. Los hemos encontrado a él y a su esposa enterrados junto a Claire. -Nick arqueó una ceja-. ¿Quiere ver las fotos?
Stacy negó con la cabeza.
– Quería que le demostrara que conocía a su hijo, pero siguió pagando.
Vito miró a Nick.
– Y usted ¿cómo se lo demostró, Stacy? -preguntó Vito.
– Le envié una foto de Simon, la que tomé para Pfeiffer.
– Él no sabía que le estaba haciendo esa foto -recordó Vito.
– Claro que no, no me habría dejado. Disparé la cámara cuando no me veía. Pensé que tal vez algún día me hiciera falta.
– Muy bien -dijo Nick en voz baja-. Ahora necesitamos que nos ayude.
Sábado, 20 de enero, 17:00 horas
– ¿Ves a ese flacucho calvo? -le susurró Ted Tercero a Sophie mientras despedían al último grupo del día-. Dirige una organización benéfica.
Sophie sonrió y siguió agitando la mano.
– Ya lo sé, me lo ha dicho. Tres veces.
– Es un poco arrogante -admitió Ted-, pero representa a un montón de gente rica que quiere que su dinero sirva «a la educación y al arte». Le has gustado, mucho.
– Ya lo sé. Por primera vez me he alegrado de llevar la armadura. Ha intentado pellizcarme el culo, Ted. -Puso cara de desagrado, pero Ted se limitó a sonreír.
– Llevabas una espada en la mano, Sophie. Míralo por el lado bueno. Es posible que la próxima vez tengas el hacha de combate. -Se aflojó la corbata-. Me parece que esta noche voy a echar la casa por la ventana y voy a salir a cenar con Darla.
– ¿Adónde la llevarás, a Moshulu's o a Charthouse? -preguntó ella, y Ted ahogó una carcajada de sorpresa.
– Mi idea de echar la casa por la ventana es un restaurante chino.
Se alejó, sacudiendo la cabeza.
– No salen nunca. No tienen dinero.
Sophie se dio media vuelta con movimientos torpes a causa de la armadura. Levantó la cabeza, más enfadada que asustada esta vez.
– ¡Theo!
– No recuerdo la última vez que salimos a cenar fuera. -Theo ladeó la cabeza-. Ah, espera. Sí. Fue justo antes de que papá te contratara.
– Theo, si tienes algo que decirme, dímelo ya, por el amor de Dios.
– Muy bien. Tu sueldo supera lo que ganan ellos dos juntos.
Sophie se lo quedó mirando estupefacta unos instantes.
– ¿Qué?