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– Estaban muy emocionados contigo -dijo Theo con frialdad-. Mi madre accedió a renunciar a su sueldo. Suponían que tener una «historiadora auténtica» en el museo les ayudaría a aumentar los ingresos. Era un sacrificio temporal.

Se dio media vuelta para marcharse, pero Sophie lo aferró por el brazo.

– Theo, espera.

Él se detuvo, pero no se volvió a mirarla.

– No tenía ni idea de que mi sueldo les supusiera privaciones. -A ellos y, de rebote, a él. Se preguntó qué significaba para Theo pasar apuros económicos, qué implicaciones tenía para su futuro.

– Pues ahora ya lo sabes.

– El año pasado terminaste el instituto. ¿Por qué no vas a la universidad?

Él se tensó.

– Porque no tenemos dinero.

Sophie se esforzó por apartar el sentimiento de culpa que la invadía. Ted Tercero había hecho muchos sacrificios por aquel museo, pero a fin de cuentas los sacrificios eran voluntarios.

– Theo, lo creas o no tus padres me pagan menos de lo que ganaría trabajando en un McDonald's. Me ofrecería a devolverte el dinero, pero necesito hasta el último centavo para pagar la residencia de mi abuela.

Entonces el chico se volvió y Sophie se dio cuenta de que se había ganado cierta confianza.

– ¿Menos que en un McDonald's? ¿En serio?

– En serio. ¿Sabes qué? En lugar de enfadarnos, ¿qué te parece si nos dedicamos a pensar en formas de mejorar el negocio? Podemos organizar más visitas, más exposiciones.

Él apretó la mandíbula.

– Detesto las visitas. Paso vergüenza. Patty Ann está acostumbrada a hacer teatro, pero yo…

– Yo también pasaba vergüenza. Pero la gente lo agradece, Theo. El otro día, cuando estuvimos hablando, parecías interesado en lo de la exposición interactiva. ¿Aún te apetece montarla?

Él volvió a asentir.

– Sí. Se me da muy bien el bricolaje.

– Ya lo sé. Es asombroso lo bien que te quedaron los paneles de la Gran Sala. -Sophie pensó en Michael, en los bloques de madera y la catapulta que había construido-. Dame un poco de tiempo y pensaré en alguna forma de que utilices tus habilidades y ayudes a tu…

Entonces vibró el móvil que Sophie llevaba guardado dentro del sujetador y la chica dio un respingo. Se aflojó rápidamente los velcros que mantenían unido el peto.

– Ayúdame a quitarme esto, Theo.

Al mirar la pantalla del móvil se olvidó de todo lo que estaba pensando.

– Es de la residencia de mi abuela.

Respondió a la llamada con el corazón aporreándole el pecho.

– ¿Diga?

– Soy Fran.

Fran era la jefa de enfermeras y su tono sonaba apremiante.

Sophie notó que su acelerado corazón se detenía.

– ¿Qué ocurre?

– Anna ha sufrido un paro cardíaco y hemos tenido que avisar a una ambulancia. Sophie, tienes que darte prisa. La cosa no pinta bien, cariño.

A Sophie le flaquearon las piernas y se habría caído de no haber sido porque Theo la sujetó con fuerza.

– Voy ahora mismo. -Sophie cerró el teléfono con las manos trémulas. «Piensa.»

«Simon.» Tal vez fuera mentira. «¿Y si es una trampa?» Consciente de que Theo la estaba mirando, llamó a la centralita de la residencia de ancianos.

– Hola, soy Sophie Johannsen. Acabo de recibir una llamada y quería saber si mi abuela…

– ¿Sophie? Soy Linda. -Otra enfermera. Sophie dudaba incluso de si Simon Vartanian habría obligado a mentir a dos enfermeras-. ¿No te ha llamado Fran? Tienes que ir al hospital enseguida.

– Gracias. -Sophie colgó, se sentía mareada-. Tengo que ir al hospital.

– Te acompaño -se ofreció Theo.

– No te preocupes, gracias. Me acompañará el agente Lyons. -Miró alrededor, el pánico aumentaba con cada latido de su corazón-. ¿Dónde está?

– Sophie, ¿por qué te acompaña la policía a todas partes? -preguntó Theo siguiéndola a medida que ella avanzaba hacia la puerta del museo con tanta rapidez como le permitía la armadura.

– Ya te lo contaré. ¿Dónde está Lyons? Mierda. -Se detuvo en la puerta y miró fuera. Estaba oscuro. Los minutos transcurrían y Anna se estaba muriendo. El día en que murió Elle había llegado demasiado tarde. No permitiría que Anna muriera sola. Tiró del velcro que sujetaba las grebas-. Ayúdame a quitarme esto, por favor.

Theo se puso en cuclillas y la ayudó a retirarse las grebas. Luego le tomó el pie.

– Levanta la pierna.

Ella obedeció y se apoyó con una mano en el frío cristal mientras él tiraba de la bota. Miró fuera y vio a un policía, tenía la cabeza vuelta y no se le veía del todo la cara. A pocos centímetros de su boca se observaba la lumbre rojiza de un cigarrillo encendido. No era Lyons. Miró el reloj; pasaban de las cinco. «Ha habido cambio de turno.» Theo le quitó la otra bota y Sophie se precipitó hacia la puerta mientras agitaba las manos para despedirse de Theo.

– Gracias, Theo. Luego te llamaré.

– Espera, Sophie. No llevas zapatos.

– No tengo tiempo de ir a buscarlos, no puedo entretenerme.

– Ya te los traigo yo -se ofreció Theo-. No tardaré más de un segundo, espérame aquí.

Pero Sophie no tenía tiempo. Corrió hacia el nuevo agente sin importarle el frío tacto de la acera bajo sus pies descalzos. Solo tenía que aguantar hasta llegar al coche patrulla, en el hospital pediría unas zapatillas.

– Agente, tengo que ir al hospital. -«Rápido.»

Se dirigió al bordillo, junto al que estaba aparcado el coche patrulla, y oyó los pasos del agente tras de sí.

– Doctora Johannsen, espere. Tengo órdenes de que aguardemos aquí hasta que llegue uno de los detectives.

– No tengo tiempo de esperar a nadie. Tengo que ir al hospital.

– Muy bien. -La alcanzó y la asió por el brazo-. No corra tanto, no se vaya a resbalar con el hielo. A su abuela no va a servirle de mucho si sufre una caída y se queda inconsciente.

Ella estaba a punto de decirle que se diera prisa, pero de pronto se quedó helada. No había mencionada a Anna para nada. «Simon.» Apartó el brazo para librarse de él.

– No. -Había dado dos pasos cuando él le rodeó la garganta con el brazo y le cubrió la boca con un trapo. Sophie forcejeó con todas sus fuerzas, pero aquel hombre era alto y fuerte, y de repente oyó en su interior la queda e inquietante voz de Susannah Vartanian: «Simon es más corpulento»-. No.

Pero la palabra quedó ahogada por la mordaza y su visión empezó a tornarse borrosa.

«Resístete. Grita.» Su cuerpo ya no obedecía las órdenes de su cerebro. Su chillido sonó alto y estridente, pero tan solo dentro de su cabeza. Nadie podía oírla.

Se la llevaba a rastras. Ella se esforzó por volver la cabeza para ver adónde iban, pero no pudo. Oyó abrirse una puerta corredera y un dolor repentino le recorrió la columna vertebral. Lo notaba todo, pero no podía mover más que los ojos. Se encontraba tumbada de espaldas mirando hacia la puerta lateral de una camioneta.

Se esforzó por distinguir algo entre las borrosas imágenes y vio a Theo acercarse corriendo a él. «Los zapatos.» Theo llevaba en la mano sus zapatos. Sin embargo su mirada debió de alertar a Simon porque Theo Albright cayó con un simple puñetazo en la cabeza.

Empezaban a desplazarse. La camioneta traqueteó al pasar sobre algo abultado. Luego se alejó del aparcamiento con un chirrido de neumáticos. «Vito -pensó, tratando de resistirse al efecto de lo que hubiera en aquel trapo-. Lo siento.»

Y todo quedó sumido en la oscuridad.

24

Sábado, 20 de enero, 17:30 horas

Stacy Savard los miraba con aire retador.

– No pienso hablar con él. No pueden obligarme. Acabaría igual que ellos. -Empujó las fotos-. Ni hablar. Pero ¿están locos, o qué?

Vito se tragó la rabia y la indignación.

– Podría haber denunciado a Simon Vartanian hace tiempo y así habría evitado que murieran más de diez personas. Usted es en parte responsable, y por eso nos ayudará. Queremos que Simon se deje ver.