– Solo tendrá que hablar con él por teléfono -la tranquilizó Nick-. No hará falta que lo vea. Claro que si no quiere ayudarnos… Lástima que no siempre consigamos controlar a los periodistas.
Savard hizo una mueca.
– Me parece que no tengo alternativa. ¿Qué tengo que decirle?
Nick sonrió sin ganas.
– Siempre hay alternativas, señorita Savard, solo que tal vez sea esta la primera vez que elige bien. En el historial de Simon anotó que había pedido más lubricante de silicona.
– Hace dos días. Suele comprarlo en otro sitio, pero se ve que casi se le había terminado y nos lo pidió a nosotros porque lo recibimos antes. ¿Y qué?
– Y nada -empezó Nick-, que vendrá con nosotros a la consulta de Pfeiffer, lo llamará por teléfono desde allí y le dirá que ha llegado el pedido.
– Pero si hoy la consulta está cerrada -se alarmó ella; empezaba a temblarle la voz.
– El doctor Pfeiffer nos abrirá -dijo Vito-. Tiene muchas ganas de colaborar con nosotros. De hecho, la idea de tenderle una trampa con lo del lubricante ha sido suya. -Se alegró de ver que la chica se quedaba boquiabierta-. ¿Cómo cree que la hemos encontrado tan rápido, Stacy? Habíamos dictado orden de busca en los aeropuertos, pero usted no había realizado ninguna reserva y ni siquiera llegó a facturar. Pfeiffer estuvo dándole vueltas y llegó a la conclusión de que probablemente estaba implicada, así que esta mañana la ha seguido y cuando ha visto que se dirigía al aeropuerto, nos ha llamado.
La puerta se abrió y apareció Liz con expresión indescifrable.
– ¿Detectives?
Vito y Nick se pusieron en pie, y Nick le lanzó a Stacy una última mirada.
– Vaya practicando la voz de recepcionista, Stacy -dijo-. Vartanian no es precisamente tonto. Sabe distinguir un tic nervioso a un kilómetro y medio de distancia.
Cuando ambos hubieron salido de la sala, cerró la puerta.
– ¿Has oído lo que ha dicho? -preguntó Vito a modo retórico.
Nick sacudió la cabeza.
– Menudo elemento, seguro que la cárcel le pule las aristas.
– Vito -susurró Jen con aspereza.
Vito apartó la vista de la luna de efecto espejo y se le heló la sangre al ver que Jen estaba blanca como el papel y que Liz ya no lo miraba con expresión indescifrable sino con pánico controlado.
– Es Sophie -empezó Liz-. Han tenido que llevarse a su abuela al hospital con urgencia. Ha sufrido un ataque al corazón.
Vito se esforzó por conservar la calma.
– Iré al museo y la acompañaré al hospital.
Liz lo aferró por el brazo y tiró con fuerza cuando él se dispuso a alejarse.
– No, Vito. Escúchame. El departamento de emergencias ha recibido una llamada del Albright. Han encontrado al hijo del matrimonio inconsciente delante del museo. -Era obvio que Liz estaba haciendo uso de todo su temple-. Y han encontrado al agente Lyons muerto en el asiento trasero del coche patrulla.
Vito abrió la boca, pero no pudo articular palabra.
– ¿Y Sophie? -preguntó Nick con un hilo de voz.
Liz se echó a temblar.
– Hay testigos que vieron cómo la obligaban a subir a una camioneta blanca antes de que esta atropellara al chico y se alejara. Sophie ha desaparecido.
Vito solo pudo oír la afluencia de su propia sangre cuando su corazón pasó de la parálisis absoluta a aporrearle el pecho como si fuera a atravesarlo.
– Entonces, la ha atrapado -musitó.
– Sí -musitó Liz a su vez-. Lo siento, Vito.
Aturdido, Vito miró a través del cristal y tuvo que refrenar el tremendo impulso de rodear con sus manos el cuello de Savard y asfixiarla.
– Sabía que era un asesino y no dijo nada. -Su respiración era agitada y tuvo que esforzarse por hacer brotar de su garganta cada una de las palabras-. Ahora es demasiado tarde. Ni siquiera nos sirve para atraerlo con engaños. Simon ya tiene lo que quiere; tiene a Sophie.
Nick le aferró el otro brazo y lo estrechó hasta que Vito se volvió a mirarlo.
– Cálmate, Vito. Cálmate y piensa. Simon sigue necesitando el lubricante. Puede que aún funcione, tenemos que intentarlo.
Vito asintió, todavía aturdido. En el fondo sabía la verdad. Había visto los ojos de Simon en el instante inmediatamente anterior a que Van Zandt muriera. Su mirada era fría, calculadora. «Tenía la impresión de estar encerrado en una jaula con una cobra», había dicho Pfeiffer. Ahora dentro de la jaula estaba Sophie.
Sábado, 20 de enero, 18:20 horas
El móvil de Simon sonó. Aguzó la vista ante la pantalla y respondió con cautela.
– ¿Diga?
– Señor Lewis, soy Stacy Savard, la enfermera del doctor Pfeiffer.
Simon se mordió la parte interior de las mejillas. La consulta no estaba abierta los sábados.
– Dígame.
– Al doctor Pfeiffer le ha surgido un imprevisto familiar y tendrá que cerrar la consulta durante una semana. Por eso hemos venido hoy, para ocuparnos de los detalles de última hora. Quería decirle que su lubricante de silicona ya ha llegado.
Simon estuvo a punto de echarse a reír.
– Ahora estoy algo ocupado. Pasaré a recogerlo el lunes.
– El lunes la consulta estará cerrada. Cerraremos toda la semana. Si quiere el lubricante, tendrá que pasar a recogerlo esta tarde. No querría que se le terminara el que tiene y no dispusiera de otro.
Simon se vio obligado a admitir que era buena; no obstante en su voz se apreciaba un ligerísimo temblor.
– Ya lo compraré en otro sitio. De todos modos, pronto me mudaré.
Colgó antes de que ella pudiera añadir una sola palabra y se echó a reír, esta vez sin tapujos. Savard estaba colaborando con la policía, cualquier idiota se daría cuenta.
– Tu novio es muy listo -gritó Simon hacia atrás-. Claro que yo lo soy más. -No obtuvo respuesta. Si aún no estaba despierta, pronto lo estaría, pero no le causaría más problemas. Había hecho una parada para cambiar las placas de matrícula de la camioneta y atar a Sophie de pies y manos en cuanto se encontró lejos de las principales carreteras.
Stacy Savard colgó el teléfono con manos temblorosas.
– Lo he hecho lo mejor que he podido.
– Pues no ha bastado -le espetó Nick-. Se ha dado cuenta.
Vito se pasó las manos por las mejillas mientras dos policías de uniforme esposaban a Stacy Savard y la llevaban de nuevo a la comisaría.
– Ya me imaginaba que no funcionaría.
Pfeiffer se puso en pie y se frotó las manos con inquietud.
– Lo siento. Yo creía que sí.
– Nos ha resultado de gran ayuda, doctor -dijo Nick con amabilidad-. Se lo agradecemos.
Pfeiffer asintió y miró a Savard cuando esta salió por la puerta.
– No puedo creer que lleve tantos años en mi consulta y no la conozca. En el fondo esperaba estar equivocado, por eso no les dije nada cuando vinieron a verme ayer. No me habría gustado nada acusarla y que luego resultara que estaba equivocado.
Vito habría preferido que la hubiera acusado de buen principio, pero no dijo nada.
– ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Nick cuando estuvieron de nuevo en el coche.
– Volvemos a estar como al principio -respondió Vito con gravedad-. Hay algo que se nos escapa. -Miró por la ventanilla-. Rezo porque Sophie resista hasta que la encontremos.
Sábado, 20 de enero, 20:15 horas
– Aparece en las imágenes -dijo Brent cuando entró en la sala de reuniones con un CD en la mano. Se lo entregó a Jen-. El muy hijo de puta ha manipulado el gota a gota de la abuela.
Vito recordó la cámara que había colocado junto a la cama de Anna durante el trayecto de vuelta de la consulta del doctor Pfeiffer. Ahora se encontraba de pie tras la silla de Jen mientras esta insertaba en su portátil el CD con la grabación. Nick y Liz se apostaban a su derecha y Brent se situó a su izquierda. Katherine se quedó sentada; se la veía pálida y aturdida.