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Vito no había sido capaz de mirarla a los ojos. Le había prometido que cuidaría de Sophie y no había cumplido su palabra. Podría haberla mantenido encerrada bajo llave hasta que atraparan a Simon; podría haber hecho muchas cosas, pero no había hecho ninguna y ahora Sophie había desaparecido. Simon Vartanian la había atrapado, y todos sabían lo que ese hombre era capaz de hacer.

Tenía que dejar de pensar en eso o se volvería loco. «Céntrate, Chick. Y encuentra lo que has perdido.»

Brent lo miró de soslayo.

– Simon aparece hace cinco horas en la cinta. La cámara se activa con el movimiento. En las primeras dos horas se os ve a ti y a Sophie mientras estabais con su abuela anoche. Me he saltado esa parte y también las visitas de las enfermeras para tomarle la tensión y darle las medicinas y la comida. Incluso juegan una partida de cartas.

Vito lo miró extrañado.

– ¿Una partida de cartas?

– Una enfermera ha entrado con una baraja sobre las diez de esta mañana y le ha dicho que era la hora de la partida diaria. La abuela de Sophie ha perdido y le ha dicho a la enfermera que era mezquina.

– ¿Se apellidaba Marco?

– Sí. Es la misma que le ha salvado la vida.

– Bueno, por lo menos está bien saber que las enfermeras no maltrataban a la abuela de Sophie. -Vito sacudió la cabeza-. Lo que pasa es que a Anna no le gusta perder a las cartas.

– Lo tengo a punto -dijo Jen. Vieron cómo Simon Vartanian entraba en la habitación de Anna y se sentaba en su cama. Iba disfrazado de anciano.

– Debe de haber ido directamente después de ponerle la bomba a Van Zandt -masculló Nick.

– Sí que ha estado ocupado -dijo Jen en tono cansino-. Mierda.

Brent se inclinó sobre Jen y avanzó la grabación.

– Le dice que es de la asociación de amigos de la ópera, que va de parte de Sophie. La llama por su nombre. Charlan durante veinte minutos hasta que la abuela se queda dormida. Ahora es cuando manipula el gota a gota.

En la grabación se veía a Simon sacarse una jeringuilla del bolsillo e inyectar una sustancia en la solución intravenosa que la enfermera había dejado preparada junto a la cama. Luego se guardaba la jeringuilla de nuevo en el bolsillo, comprobaba que el goteo funcionara y miraba el reloj.

– Una sencilla forma de contar con un efectivo margen de tiempo -observó Jen con abatimiento-. Le ha permitido marcharse de la residencia y prepararse para cuando Sophie saliera hacia el hospital.

Una vez más, Simon había pensado en todo.

Y, una vez más, a Vito se le heló la sangre.

Brent carraspeó.

– La enfermera entra a cambiar el gota a gota. -Jen volvió a adelantar la grabación y todos observaron. Era Marco de nuevo; anotó las constantes de Anna después de cambiar la bolsa de solución intravenosa. Entonces la pantalla se oscureció y un segundo más tarde hervía de actividad cuando Marco corrió de nuevo junto a Anna. El monitor cardíaco estaba pitando y Anna se retorcía de dolor. Marco se inclinó sobre ella.

– Según la enfermera, Anna se quejaba de que el líquido quemaba -explicó Liz-. La enfermera es muy buena, ha echado un vistazo al monitor y ha reconocido la sobredosis de cloruro potásico. Entonces le ha administrado una inyección de bicarbonato que ha interrumpido el ataque cardíaco.

– Y ha salvado la vida a Anna -musitó Vito, y tragó saliva.

– Marco cree que ha cometido un error al preparar la solución intravenosa -prosiguió Liz-. Está dispuesta a aceptar las medidas disciplinarias, incluso ser despedida. Ha dicho que no podía mentir, que si había causado daño a un paciente tenía que admitir sus responsabilidades.

Vito suspiró.

– ¿Sabe lo de la cámara?

– No -dijo Liz-. Si se lo dijéramos se quedaría tranquila.

– Y se enteraría de que Sophie no confiaba en ella -añadió Vito-. De todos modos, lo acabará sabiendo, y la familia de Sophie también. Me acercaré al hospital dentro de un rato.

Se sentó en su silla del extremo de la mesa. Al inicio del caso se había alegrado de dirigir una investigación tan importante. Ahora la responsabilidad le pesaba como un plomo atado al cuello con una soga. Aquella investigación era cosa suya y lo que sucediera en adelante también lo sería. Eso implicaba que lo que le sucediera a Sophie era igualmente su responsabilidad.

– ¿Qué es lo que no sabemos? -preguntó-. Necesitamos más detalles.

– Nos falta situar los edificios aislados con ascensor que se encuentren cerca de alguna cantera -dijo Jen.

– Y las identidades de la anciana y del hombre de la primera fila -añadió Nick.

Liz frunció los labios.

– El maldito campo -dijo, y Vito entrecerró los ojos.

– ¿Quieres decir que por qué precisamente ese campo? -preguntó, y Liz asintió.

– Nunca nos lo hemos preguntado, Vito. ¿Por qué ese campo? ¿Cómo lo eligió?

– Winchester, el empleado de correos a quien pertenece el terreno, dijo que lo había heredado de su tía. -Vito hizo girar la silla para situarse de cara a la pizarra-. La anciana enterrada junto a Claire Reynolds no puede ser la tía de Winchester.

– Puesto que la tía de Winchester no murió hasta octubre del año pasado -prosiguió Nick-. En cambio, la anciana enterrada en el campo murió un año antes.

– Y era europea -añadió Katherine. Eran las primeras palabras que pronunciaba desde que entrara en la sala-. Pedí que analizaran sus empastes y ayer recibí el informe. El material es una amalgama que no se ha utilizado nunca en nuestro país, pero que era de uso frecuente en Alemania durante los años cincuenta. -Negó con la cabeza-. No veo en qué va a ayudaros eso, hay miles de personas de esa zona que emigraron después de la guerra.

– Es información nueva -dijo Vito-. Vayamos a ver otra vez a Harlan Winchester. Averiguaremos todo lo que podamos de su tía. Tenemos que encontrar algo que relacione a Simon con ese terreno, y por ahora lo único que tenemos en relación con el terreno es la tía.

Liz le posó una mano en el hombro.

– Se me ocurre un plan mejor. Nick y yo iremos a ver a Winchester. Tú ve a ver a la familia de Sophie.

Vito alzó la barbilla.

– Liz, necesito hacerlo yo.

La sonrisa de Liz fue amable pero firme.

– No hagas que te aparte de este caso, Vito.

Vito abrió la boca para protestar y la cerró de inmediato.

– Es como si estuviera sentado encima de un cubo al revés y te entraran ganas de darme un empujón y quitármelo, ¿no? -dijo en tono quedo al recordar la escena con Sophie y Dante.

– Me parece una extraña asociación de ideas, pero sí, supongo que es algo así. -Liz arqueó las cejas-. Las emociones te están desbordando. Vete a casa y descansa; es una orden.

Vito se puso en pie.

– Muy bien, pero solo esta noche. Mañana por la mañana me tendrás otra vez aquí. Si no hago algo para encontrar a Sophie, me volveré loco, Liz.

– Ya lo sé. Confía en nosotros, Vito. No dejaremos piedra por mover. -Miró a Jen-. Y tú ayer te pasaste aquí la noche entera. Márchate a casa también.

– No pienso llevarte la contraria -dijo Jen cerrando el portátil-, pero no tengo claro que sea capaz de llegar a casa. Me parece que voy a echar una cabezada en la sala de descanso. -Al salir abrazó a Vito con fuerza-. No pierdas la esperanza.

– Nick, tú vienes conmigo -dispuso Liz-. Voy a recoger el abrigo.

– A la fuerza ahorcan -repuso Nick, y se detuvo junto a Vito-. Duerme, Chick -musitó-. No pienses. Últimamente piensas demasiado. -Luego Liz y él se marcharon.

Brent vaciló, pero al final le entregó a Vito un CD en una funda de plástico.

– He pensado que te gustaría tener una copia. -Una de las comisuras de sus labios se curvó con tristeza-. Menudos pulmones tienes, Ciccotelli. En toda la planta de informática no ha habido una sola persona que contuviera las lágrimas cuando he visionado esa parte de la grabación.