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Vito notó un escozor en los ojos.

– Gracias.

Luego Brent se marchó y Vito se quedó a solas con Katherine. Sin importarle que ella lo viera, se enjugó los ojos con la parte interior de las muñecas.

– Katherine, no sé qué decir.

– Yo tampoco, excepto que lo siento.

Él la miró perplejo.

– ¿Que lo sientes?

– Esta semana he perjudicado nuestra amistad más de lo que creía. Como el otro día te ataqué, ahora crees que te culpo de esto, y no hay nada más alejado de la verdad.

Vito dio varias vueltas al CD en sus manos.

– Pues deberías echarme la culpa. Yo me considero culpable.

– Y yo me considero culpable de haber implicado a Sophie en todo esto.

– No puedo dejar de pensar en todas las víctimas.

– Ya lo sé -susurró ella con aspereza.

Entonces Vito la miró. Su mirada denotaba angustia. Esa semana había practicado doce autopsias, una por cada víctima de Simon Vartanian.

– Tú lo sabes mejor que nadie.

Ella asintió.

– Y también conozco a Sophie Johannsen mejor que nadie. Si hay alguna forma de sobrevivir, la encontrará. Y tú tendrás que conformarte con eso porque de momento es todo cuanto tenemos.

Sábado, 20 de enero, 21:15 horas

Sophie se estaba despertando. Abrió los ojos y volvió la mirada de un extremo al otro de su visión periférica sin mover la cabeza. Sobre ella había una lámina acústica. Debido a las veces que había acompañado a Anna a los estudios de grabación, sabía que servía para insonorizar y controlar la calidad del sonido. Las paredes estaban revestidas de piedra, aunque costaba distinguir si era auténtica o no. Las antorchas, colocadas en candeleros, sí que parecían reales, y su titilante luz proyectaba sombras entre las sombras.

Olía a muerto. Sophie recordó los gritos. Greg Sanders había muerto allí, igual que tantos otros. «Y tú también morirás», se dijo. Apretó los dientes. «No mientras me quede una pizca de energía.» Tenía demasiadas ganas de vivir para darse por vencida.

Como idea estaba muy bien; claro que en la práctica se encontraba atada de pies y manos y tendida sobre una tabla de madera. Llevaba ropa, pero no era la misma de antes. Lo que llevaba puesto era un vestido o una túnica. Oyó pasos y cerró los ojos enseguida.

– No finjas, Sophie, sé que estás despierta. -El hombre arrastraba las palabras con el refinamiento propio de una persona culta-. Abre los ojos y mírame.

Ella siguió con los ojos cerrados. Cuanto más postergara la confrontación, de más tiempo dispondría Vito para encontrarla. Porque Vito la acabaría encontrando, de eso estaba segura. Lo único que no tenía claro era dónde y en qué estado.

– Sophie -la llamó con voz melodiosa. Notó que su aliento le empañaba la cara y se esforzó por no estremecerse. Sintió incluso el aire que desplazaba su cuerpo al erguirse-. Eres muy buena actriz. -Como Sophie preveía lo que haría a continuación, consiguió controlar su reacción cuando él le pellizcó el brazo. El hombre se rió entre dientes-. Te concedo unas horas más, pero solo porque me he quedado sin energía.

Pronunció las últimas palabras con tal ironía que casi parecía desaprobar su propia conducta.

– En cuanto recobre la fuerza motriz, me encontraré en perfecta forma para continuar activo durante treinta horas más. Treinta horas; imagínate cuánto nos vamos a divertir, Sophie.

Se alejó riéndose y Sophie rezó para que no reparara en el escalofrío que no fue capaz de controlar.

Sábado, 20 de enero, 21:30 horas

– Hola, Anna. -Vito se sentó en una silla junto a la cama que Anna ocupaba en la unidad de cuidados intensivos coronarios. La mujer apenas mostraba lucidez, pero el ojo que podía mover emitió un centelleo-. No se preocupe, entiendo que no pueda hablar. Solo he venido a ver cómo está.

Anna desvió la mirada hacia la puerta y sus labios empezaron a temblar, pero no consiguió pronunciar palabra. Estaba buscando a Sophie y Vito no se sentía con ánimos de contarle la verdad.

– Ha tenido un día muy largo, se ha quedado dormida. -No era mentira. Había testigos que habían visto cómo la arrastraban hasta la camioneta blanca en que se la habían llevado con el cuerpo laxo, como si estuviera drogada. Vito esperaba que así fuera y que siguiera dormida. Cada hora que tardara en despertarse les concedía una hora más para encontrarla.

– ¿Quién es usted?

Vito se volvió hacia la puerta abierta y en ella vio a la doble de Anna, solo que más joven y más bajita. Imaginó que sería Freya. Le dio una palmadita en la mano a Anna.

– Vendré a verla de nuevo en cuanto pueda, Anna.

– Le he preguntado que quién es. -La voz de Freya era chillona, pero Vito notó el pánico que encubría.

Un pánico que comprendía muy bien.

– Soy Vito Ciccotelli, un amigo de Anna. Y de Sophie.

Un hombre con una delgada tira de pelo en el cogote apareció detrás de Freya; su mirada se debatía entre el miedo y la esperanza. Debía de ser el tío Harry.

El hombre lo confirmó.

– Soy Harry Smith, el tío de Sophie. Usted debe de ser su policía.

«Su policía.» A Vito se le partió un poco más el corazón.

– Vamos a algún sitio tranquilo donde podamos hablar.

– ¿Y Sophie? -preguntó Harry cuando estuvieron sentados en una pequeña sala de espera para las familias de los enfermos.

Vito bajó la mirada a sus manos y luego la levantó de nuevo.

– Aún no ha aparecido.

Harry sacudió la cabeza.

– No lo entiendo. ¿Quién podría querer hacerle daño a nuestra Sophie?

Vito vio que una comisura de la boca de Freya se tensaba. El movimiento fue casi imperceptible y probablemente se debía a los nervios. Sin embargo, no lo tenía claro del todo. Lo que sí sabía era que el hombre sentado frente a él representaba lo más parecido a un padre que Sophie había tenido en toda su vida y merecía conocer la verdad.

– Sophie nos ha estado ayudando con un caso. Ha aparecido en las noticias.

Harry entornó los ojos.

– ¿El de las tumbas que descubrió aquel hombre con el detector de metales?

– Ese mismo. Nos hemos pasado la última semana siguiendo la pista del asesino de toda esa gente. -Exhaló un suspiro-. Tenemos motivos para creer que ha secuestrado a Sophie.

Harry palideció.

– Dios mío. Dijeron que habían aparecido nueve cadáveres.

De hecho ya habían aparecido cinco más, y podrían ser seis si se tenía en cuenta que seguían sin encontrar a Alan Brewster. Claro que Harry no tenía por qué saber eso.

– Estamos haciendo todo lo posible por encontrarla.

– El infarto de mi madre -empezó Freya despacio- ocurrió apenas una hora antes de que se llevaran a Sophie. No puede ser una mera coincidencia.

Vito recordó la mirada de la enfermera Marco al explicarle lo de la grabadora y la manipulación del líquido intravenoso. Tal como imaginaba, la mujer se había sentido tan herida como aliviada. Vito se preguntó cómo reaccionaría Freya Smith al conocer lo ocurrido.

– Sabemos que no lo fue. El asesino manipuló el gota a gota de su madre, añadió algo con una alta concentración de cloruro potásico. -Probablemente sal gorda, según creía Jen, de la que se usaba para derretir el hielo de los tejados y las calles y que en esa época del año se encontraba en cualquier droguería.

La boca de Freya dibujó una fina línea.

– Ese hombre ha estado a punto de matar a mi madre para llegar hasta Sophie.

Vito puso mala cara, no por las palabras en sí sino por el modo en que Freya las había pronunciado. Parecía que Harry también estaba dolido, porque una expresión consternada asomó a su rostro.

– Freya, Sophie no tiene la culpa. -Al ver que Freya no decía nada, Harry se puso en pie con movimientos inseguros-. ¿No lo has oído, Freya? Sophie ha desaparecido. El asesino de nueve personas ha raptado a nuestra Sophie.