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Van Zandt quería que a alguien le volara la cabeza. Simon sonrió. Le había concedido su deseo; lo había experimentado de cerca y en primera persona. La próxima vez además lo filmaría.

Sábado, 20 de enero, 21:55 horas

Vito alcanzó a Maggy López cuando entraba en la comisaría.

– Maggy, gracias por venir. -La asió por el codo y la dirigió con apremio hacia el ascensor-. Tenemos que darnos prisa, hace cinco horas que tiene a Sophie.

Vito estaba haciendo uso de toda su capacidad de concentración para no pensar en lo que Simon podría haberle hecho en esas cinco horas.

Maggy tenía que correr para seguir sus pasos.

– Ve más despacio, voy a romperme un tobillo.

Él aminoró un poco la marcha, pero cada minuto que perdía lo irritaba.

– Necesito tu ayuda.

– Me lo imagino. -Ella exhaló un suspiro cuando se detuvieron frente al ascensor-. ¿Qué necesitas con exactitud, Vito?

Las puertas del ascensor se abrieron y él la empujó dentro.

– Necesito acceder a los movimientos bancarios de Simon Vartanian.

Ella asintió.

– Muy bien, pediré una orden judicial que incluya todos los nombres que utilizamos para solicitar el historial a Pfeiffer. -Entrecerró los ojos-. Pero eso me lo podrías haber pedido por teléfono. ¿Qué más quieres, Vito?

Sonó el timbre del ascensor y él la arrastró al pasillo de la planta de homicidios. Maggy se detuvo y apartó el brazo.

– Para ya, Vito. ¿Qué quieres?

Él exhaló un suspiro.

– No podemos esperar a obtener la orden judicial, Maggy, no tenemos tiempo. Simon compró material, debe de tener una fuente de ingresos y tenemos que descubrir cuál es.

– Utilizaremos como pruebas los movimientos bancarios y los cheques devueltos. -Lo miró con el entrecejo fruncido-. Pero lo haremos de forma legal.

– No hay ningún cheque devuelto, no dispongo de un solo comprobante que demuestre que ha comprado nada. Mierda -soltó Vito-. Hace cinco horas que tiene a Sophie. Si eso no es una circunstancia apremiante, no sé qué lo puede ser. Tú tienes contactos que pueden proporcionarnos esa información con rapidez. Por favor.

Ella titubeó.

– Vito… La última vez que te ayudé, murió un hombre.

Vito se esforzó por recobrar la calma.

– Dijiste que a Van Zandt le habrían concedido la condicional de todas formas. Además, ese hombre merecía morir. Sophie no.

Ella cerró los ojos.

– Tú no eres nadie para decidir quién debe morir y quién no, Vito.

Vito la aferró por los hombros y ella abrió los ojos como platos. Él hizo caso omiso de su feroz mirada de advertencia y la aferró con más fuerza.

– Si no la encuentro, la torturará y la matará. Te lo suplico, Maggy, por favor. Haz todo lo que esté en tu mano. Por favor.

– Por Dios, Vito.

Él contuvo la respiración mientras observaba la indecisión en la mirada de Maggy, quien al fin exhaló un suspiro.

– Muy bien. Haré unas cuantas llamadas.

Vito soltó aire despacio, aliviado de poder volver a respirar.

– Gracias.

– No me las des aún -dijo ella en tono enigmático, y lo empujó para entrar en la oficina.

Brent Yelton estaba aguardándolos junto al escritorio de Vito.

– He venido lo más rápido posible.

Maggy clavó los ojos en Vito.

– ¿Ya está aquí tu pirata? Qué seguro lo tenías, ¿eh? Menuda pieza estás hecho.

Vito se negó a sentirse culpable.

– Puedes utilizar la mesa de Nick, Maggy.

Maggy se sentó murmurando para sí mientras sacaba de su bolso la agenda electrónica.

Brent asintió con satisfacción.

– ¿Qué quieres que busque?

Parecía tan entusiasmado que a Vito le entraron ganas de sonreír.

– Aún no lo sé. Me he estado devanando los sesos intentando recordar algo que haya comprado.

– Le compró lubricante al doctor -recordó Brent, pero Vito negó con la cabeza.

– A Pfeiffer siempre le pagaba en efectivo, tanto las visitas como el lubricante, lo he comprobado al venir hacia aquí. ¿Podemos echar un vistazo a los bancos de la zona? A lo mejor tiene una cuenta en alguno.

Brent hinchó de aire los carrillos.

– Sería más fácil si supiéramos por dónde empezar. Entrar en las redes bancarias es delicado, lleva su tiempo. Sería más fácil investigar las oficinas de crédito para ver si dispone de alguna tarjeta.

Maggy renegó.

– No quiero oírlo. -Se levantó y se trasladó a otro escritorio, fuera del radio de alcance de la voz, pero tenía un móvil en la mano y estaba efectuando llamadas.

Vito imaginó que eso quería decir algo.

Brent abrió su portátil.

– ¿Cómo le pagaba oRo?

– No llegó a pagarle. Van Zandt nos dijo que los pagos se hacían a noventa días.

Vito abrió con llave el cajón de su escritorio y de él extrajo la carpeta de Pfeiffer.

– Aquí está el número de la Seguridad Social que le dio a Pfeiffer. Búscalo con todos los nombres.

Brent levantó la cabeza y miró a Vito con compasión.

– Sal a ventilarte, Vito.

Él dejó caer los hombros.

– Lo siento, te estoy diciendo cosas que ya sabes.

– Ve a por un café. -Brent hizo una mueca-. Yo quiero dos sobres de azúcar.

Vito se dio media vuelta… y tropezó con Jen. Esta se tambaleó sin llegar a caerse.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó. Llevaba el pelo alborotado y por su aspecto se diría que acababa de despertarse. Miró a Vito con los ojos entornados-. ¿Qué estás tramando?

– Estoy siguiendo la pista del dinero -dijo él con denuedo-. Es lo que debería haber hecho desde el principio. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

Jen volvió la vista atrás, y entonces Vito reparó en los dos jóvenes que la acompañaban.

– Estos son Marta y Spandan, son alumnos del curso de posgrado que imparte Sophie.

Marta era menuda y morena y tenía el rostro surcado de churretes. Iba del brazo de un chico hindú de mirada asustada.

– Lo hemos visto en las noticias -dijo Marta, temblorosa-. Ha habido un asesinato en el Albright y la doctora J… Se la han llevado.

– Hemos venido lo más rápido posible -explicó Spandan-. Dios mío, no me lo creo.

– El sargento de guardia ha avisado a Liz, y ella me ha avisado a mí. -Jen señaló un par de sillas y los estudiantes se sentaron-. Este es el detective Ciccotelli. Decidle lo que me habéis dicho a mí.

– Según la locutora -empezó Spandan con vacilación-, la doctora J estaba ayudando a la policía a resolver un caso. Su caso, detective. Ha dicho que tenía que ver con todas esas fosas que encontraron y que la última víctima es Greg Sanders. -Tragó saliva-. Ha dicho que le habían cortado las piernas.

Vito dirigió una mirada de frustración a Jen y esta asintió.

– Ya sabíamos que no podríamos mantenerlo siempre en secreto, Chick. Hemos tenido suerte de que los periodistas hayan tardado tanto en atar cabos. -le hizo a Spandan un gesto de asentimiento en señal de ánimo-. Sigue.

– Los domingos ayudamos a la doctora J en el museo.

– El otro día estuvimos hablando de las mutilaciones que se practicaban como castigo por robo en la Edad Media -explicó Marta-, al ladrón le cortaban una mano y el pie opuesto. De repente van y la raptan. Teníamos que venir a decírselo.

Vito abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

– Santo Dios -susurró al fin-. Ni siquiera he tenido tiempo de preguntarle por las marcas con hierro candente, ni las mutilaciones, ni las iglesias. Si le hubiera preguntado…

– No sigas por ese camino, Vito -le espetó Jen-. No sirve de nada.

– ¿Marcas con hierro candente? -se extrañó Spandan-. De eso no hablamos.