Выбрать главу

Trató de recordar cuánto sabía de Vartanian, pero en su mente solo oía los gritos de Greg Sanders. El tajo estaba manchado de sangre. A Greg le había cortado la mano. Un grito empezaba a formarse en su garganta y se mordió la lengua hasta conseguir ahogarlo.

Simon Vartanian era un monstruo, un sociópata con grandes ansias de poder, con necesidad de doblegar al prójimo. No podía permitir que se saliera con la suya. No podía seguirle el juego y alimentar sus ansias. Se enfrentaría a aquello con agallas, aunque el pánico hiciera temblar todos los huesos de su cuerpo.

– Estoy esperando, Sophie. ¿Qué te parece?

Sophie echó mano de todas y cada una las gotas de su sangre artística y soltó una carcajada.

– Debes de estar bromeando.

Simon entornó los ojos y su expresión se tornó sombría.

– Yo no bromeo.

Y no le gustaba que se rieran de él. Por eso Sophie había utilizado esa estrategia. Teniendo en cuenta que seguía atada de pies y manos, tenía que utilizar cualquier cosa que se le ocurriera para librarse de aquello. Imprimió un burlón tono de incredulidad a su voz.

– ¿Esperas que me suba ahí, coloque bien la cabeza y aguarde a que tú me la cortes? Estás más loco de lo que creíamos.

Simon se la quedó mirando un buen rato y al fin esbozó una breve sonrisa.

– Mientras pueda grabar las imágenes que quiero, me da igual lo que penséis.

Se dirigió a un armario alto y ancho y abrió la puerta.

A Sophie el corazón le dio un vuelco y tuvo que hacer un gran esfuerzo para evitar que su expresión de burla se tiñera de horror.

El armario estaba lleno de dagas, hachas y espadas. Muchas eran antiguas y aparecían picadas por el paso de los años. Y por el uso. Otras se veían relucientes y nuevas; resultaba evidente que eran reproducciones. Todas parecían letales. Simon ladeó la cabeza, tanteando la longitud de las piezas de su alijo, y Sophie se dio cuenta de que estaba actuando en su honor. El pavoneo surtió efecto. Sophie recordó el cadáver del hombre que habían encontrado en el terreno, Warren Keyes. Simon lo había destripado. Luego recordó el grito de Greg Sanders cuando Simon le cortó la mano.

El miedo volvía a atorarle la garganta. Aun así mantuvo la sonrisa helada en el rostro.

Simon tomó un hacha de combate, parecida a la que Sophie utilizaba cuando se vestía de reina vikinga. El hombre se echó el mango al hombro y le sonrió.

– Tú tienes una igual.

Ella le habló con frialdad.

– Tendría que haberme dejado llevar por mi instinto y clavártela cuando podía.

– Dejarse llevar por el propio instinto suele ser una decisión sabia -convino él en tono afable, y guardó el hacha. Al final eligió una espada y poco a poco la extrajo de la vaina. La hoja destelló, era reluciente y nueva-. Esta está muy afilada. Debo hacer un buen trabajo.

– No es más que una reproducción -soltó Sophie con desdén-. Esperaba más de ti.

Él se la quedó mirando un momento, luego se echó a reír.

– Qué divertido. -Se acercó con la espada hasta Sophie, la sostuvo en alto frente a su rostro y la giró para que brillara bajo la luz parpadeante-. Las espadas viejas van muy bien para hacerse una idea del peso, la altura y el equilibrio, para saber cómo se movía quien las manejaba. Pero son feas y están oxidadas, y sin duda no están tan afiladas como esta.

– Claro, y los dos queremos que la espada que utilices conmigo esté afilada, ¿verdad? -dijo ella en tono irónico con la esperanza de que Simon no oyera los fuertes latidos de su corazón.

Él sonrió.

– A menos que quieras que destroce ese precioso cuello.

Simon volvía a atormentarla.

Sophie hizo un esfuerzo y se encogió de hombros.

– Si utilizas esa espada, no puedes utilizar el tajo. Es como llevar tirantes y cinturón. No queda bien.

Él volvió a tantearla. Luego se dirigió a la plataforma, levantó el tajo y lo hizo a un lado.

– Tienes razón. Tendrás que ponerte de rodillas. Además así te enfocaré mejor la cara. Gracias.

Empujó una cámara colocada sobre un trípode con ruedas hasta que estuvo en su sitio.

– De nada. ¿Dejaste que las otras víctimas manejaran las espadas antiguas?

Él se volvió a mirarla.

– Claro. Quería captar sus movimientos. ¿Por qué?

– Me estaba preguntando qué debe de sentirse al sostener en las manos una espada de casi ocho siglos de antigüedad.

– Es como si llevara todos esos años durmiendo y se despertara expresamente para ti.

Sophie se quedó boquiabierta al reconocer sus propias palabras. Cuando habló, su voz apenas resultaba audible.

– ¿John?

Él sonrió.

– Es uno de mis nombres.

– Pero, y la… -«La silla de ruedas. Oh, Vito.»

– ¿La silla de ruedas? -Él exhaló un suspiro afectado-. Ya sabes, la gente cree que los ancianos y los minusválidos son inofensivos. Me ha permitido esconderme a la vista de todos.

– ¿Todo… todo este tiempo?

– Todo este tiempo -respondió él con regocijo-. Ya ves, doctora J, no estoy loco y no soy estúpido.

Ella se dominó y, con esfuerzo, eliminó el temblor de su voz.

– No. Eres malo.

– Lo dices para quedar bien. Además, «malo» es uno de esos términos relativos.

– Puede que en un mundo paralelo lo sea, pero en este matar a tanta gente sin tener motivos para ello es una mala acción. -Ladeó la cabeza-. ¿Por qué lo has hecho?

– ¿El qué? ¿Matar a tanta gente? -Colocó otra cámara en su sitio-. Por varios motivos. Algunos se cruzaron en mi camino. A uno lo odiaba. Pero sobre todo quería verlos morir.

Sophie respiró hondo.

– ¿Verlos morir? Eso está muy mal hecho. No…

Él levantó la mano.

– No digas que no me saldré con la mía. La frase está muy trillada, y de ti espero algo más original.

Colocó la tercera cámara en su sitio y retrocedió mientras se sacudía las manos.

– Las cámaras ya están. Ahora tengo que hacer una prueba de sonido.

– Una prueba de sonido.

– Sí, una prueba de sonido. Necesito que grites.

«Adelante, grita.» Sophie negó con la cabeza.

– Y una mierda.

Él se rió entre dientes.

– Cuida tu lenguaje. Ya lo creo que gritarás. Si no, utilizaré el hacha.

– De todas formas me matarás. No pienso darte ese gusto.

– Me parece que Warren dijo lo mismo. No, fue Bill. Bill el Malo, don Cinturón Negro. Se creía muy fuerte, y al final acabó llorando como un bebé. Y gritó, mucho.

Él se acercó y le acarició el pelo que aún llevaba recogido en una trenza al haber hecho de Juana de Arco el día anterior.

– Tienes un pelo precioso. Me alegro de que lo lleves recogido, me habría dado mucha rabia tener que cortártelo. -Soltó una risita-. Claro que, bien pensado, resulta un poco tonto preocuparse por el pelo si voy a cortarte algo mucho más importante. -Le pasó los dedos por la garganta-. Creo que lo haré por aquí.

A Sophie le costaba respirar a causa del pánico. Seguir provocándolo no le serviría para ganar más tiempo. «Vito, ¿dónde estás?» Echó el cuerpo hacia atrás para apartarse de sus manos.

– ¿Quién era Bill? ¿El que destripaste?

Él estaba visiblemente asombrado.

– Bueno, bueno. Sabes más cosas de las que creía. No pensaba que tu amiguito el policía te diera tantos detalles.

– No le hizo falta. Yo estaba presente cuando desenterraron el cadáver. Le cortaste la mano a Greg Sanders.

– Y el pie. Se lo merecía, había robado en una iglesia. Tú misma lo dijiste.

El horror le revolvió el estómago. Había utilizado sus palabras, sus lecciones, para cometer aquellos viles asesinatos.

– Eres un hijo de puta, estás loco.

Él la miró con expresión sombría.

– Te he concedido un poco de margen porque me diviertes, pero esta vez te has pasado. Estás tratando de desconcertarme y no va a salirte bien. Cuando me enfado, me concentro mejor.