La aferró por el brazo y la tiró al suelo.
Sophie hizo una mueca de dolor al darse un fuerte golpe en la cadera contra el duro pavimento.
– Sí, como con Greg Sanders.
Le había cortado la mano… y el pie. Al parecer lo había hecho porque la víctima había robado en una iglesia, pero eso no era lo que ella había dicho. No era correcto. «Ha cometido un error.» No era cierto que furioso se concentrara mejor; de hecho, cometía errores. Tenía que utilizar eso en su favor.
Él la arrastró y ella trató de librarse de él, pero vio las estrellas cuando él le golpeó la cabeza contra el suelo, agarrándola por la gruesa trenza de la coronilla como si fuera un asa.
– No vuelvas a intentarlo.
Ella se tumbó de espaldas y lo miró a los ojos mientras se esforzaba por respirar. Era enorme, sobre todo visto desde ese ángulo. Estaba plantado delante de ella con los brazos en jarras y el semblante pétreo. Pero a él también le costaba respirar, sus ventanas nasales se movían.
– La jodiste con Greg, ¿lo sabes? -dijo ella jadeando-. A los ladrones de iglesias no se les cortaba el pie, solo la mano. Te dio tanta rabia que quisiera robarte que confundiste las cosas.
– Yo no confundí nada. -La agarró por el cuello del vestido y retorció la tela de terciopelo hasta que esta oprimió la garganta de Sophie y empezó a faltarle el aire. Ante sus ojos aparecieron más estrellas, y de nuevo forcejeó para librarse de él. Por fin la soltó de golpe y sus pulmones volvieron a llenarse.
– Vete al cuerno -lo insultó ella tosiendo-. Mátame si quieres, pero no pienso hacer nada para ayudarte con tu precioso juego.
Simon aferró el canesú del vestido con las dos manos y la puso derecha sin esfuerzo. Luego la levantó hasta que sus ojos quedaron a la misma altura.
– Tú harás lo que yo te diga. Si es necesario te clavaré a una tabla para que no puedas forcejear. ¿Lo has entendido?
Sophie le escupió en la cara y tuvo el placer de ver cómo la rabia demudaba su semblante. Él echó la mano hacia atrás con el puño cerrado mientras la sujetaba con la otra, y Sophie alzó la barbilla, preparándose para el golpe. Pero no la golpeó.
– No puedo señalarte la cara. Necesito que estés… guapa.
Se limpió la mejilla con la manga y la bajó al suelo.
– ¿Qué pasa? -lo provocó adrede-. ¿Acaso no serás capaz de disimular unos cuantos moretones cuando me inmortalices en tu estúpido juego? ¿O es que no sabes dibujar si no tienes un modelo exacto? Qué frustrante debe de resultar ser solo capaz de copiar, no saber crear nada original, -tragó saliva y volvió a alzar la barbilla-, Simon.
Él apretó la mandíbula y entornó los ojos, y de nuevo la levantó del suelo.
– ¿Qué más sabes?
– Todo -se burló ella-. Lo sé todo. Y la policía también, así que aunque me mates no te saldrás con la tuya. Te encontrarán y te meterán en la cárcel. Allí podrás pintar todos los payasos que quieras sin necesidad de esconderlos debajo de la cama.
A Simon le tembló un músculo del mentón.
– ¿Dónde están?
Sophie le sonrió.
– ¿Quiénes?
Él la sacudió con tanta fuerza que le castañetearon los dientes.
– Daniel y Susannah. ¿Dónde están?
– Están aquí, buscándote. Como Vito Ciccotelli, que no descansará hasta que te encuentre. -Entrecerró los ojos-. ¿Qué creías, que nadie lo sabía, Simon? ¿Que nadie te encontraría? ¿De verdad pensabas que nadie oiría nada?
– De momento no me ha encontrado nadie -respondió él. La levantó más y sonrió al ver la mueca de Sophie-. Hasta ahora nadie me ha oído -dijo-. Y a ti tampoco te oirán.
Sophie sacó fuerzas de la furia.
– Te equivocas. Todas las personas a quienes has matado han seguido gritando mucho tiempo después de que las enterraras, solo que tú no las has oído. Pero Vito Ciccotelli sí que las ha oído. Las oirá siempre.
Él la obligó a arrodillarse.
– Entonces a él también lo mataré. Pero antes te mataré a ti.
Domingo, 21 de enero, 7:45 horas
Selma Crane vivía en una cuidada casa victoriana antes de que Simon la enterrara junto a Claire Reynolds en el campo de Winchester. Vito se acercó sigilosamente hasta el garaje contiguo con el arma en la mano y miró por la ventana. Dentro había una camioneta blanca. Les hizo una señal afirmativa a Nick y Liz, situados detrás de un coche patrulla al inicio del camino de entrada.
Detrás de Nick y Liz se apostaba el cuerpo especial de intervención, a punto para irrumpir en la casa cuando Vito así lo indicara. Vito se acercó a ellos.
– Es una camioneta blanca. Dentro no he visto ninguna señal de movimiento.
El jefe del cuerpo especial dio un paso al frente.
– ¿Entramos?
– Preferiría sorprenderlo -dijo Vito-. De momento, esperad.
Un coche se aproximó. Al volante iba Jen McFain, Daniel Vartanian ocupaba el asiento del acompañante y su hermana viajaba detrás. Dejaron las puertas del coche abiertas y se acercaron con sigilo.
– ¿Está ahí dentro? -preguntó Daniel en tono quedo.
– Eso creo -respondió Vito-. Hay una puerta que da a la cocina. Todas las ventanas de la parte trasera de la casa están tapiadas y cubiertas con lona negra.
– Entonces el sitio es este -musitó Susannah-. Cuando Simon vivía en casa con nosotros tapió las ventanas de su habitación e instaló lámparas graduables para limitar la cantidad de luz.
– McFain nos ha puesto al corriente -explicó Daniel-. Nos ha dicho que tiene a su asesora. Déjeme entrar.
– No. -Vito sacudió la cabeza-. Ni hablar. No pienso dejarlo entrar ahí así como así, solo porque se siente culpable de no haberlo denunciado hace diez años.
A Daniel le tembló un músculo de la mandíbula.
– Lo que iba a decirle -empezó con cautela- es que tengo experiencia en el cuerpo especial de intervención y también como negociador. Sé lo que tengo que hacer.
Vito vaciló.
– Pero es su hermano.
Daniel no apartó la mirada.
– Eso es un golpe bajo. Le estoy ofreciendo mi ayuda; acéptela.
Vito miró a Liz.
– ¿Cuándo llegará el negociador?
– Aún tardará una hora -dijo Liz-. Como mínimo.
Vito miró el reloj, aunque sabía con exactitud qué hora era y cuánto tiempo había pasado. Sophie se encontraba allí dentro, lo notaba. No quería ni pensar en lo que Simon podría estar haciéndole en esos precisos momentos.
– No podemos esperar una hora más, Liz.
– Daniel tiene experiencia como negociador. Me lo dijo su oficial cuando buscaba información sobre él la otra noche. ¿Quieres que te reemplace y dé la orden?
Resultaba tentador, pero Vito negó con la cabeza y miró a Daniel Vartanian directamente a los ojos.
– Ahí dentro cumplirá mis órdenes. No quiero que me pregunte ni me discuta nada.
Daniel arqueó las cejas.
– Considéreme un asesor.
Vito se sorprendió a sí mismo al sonreír.
– Como quiera. Usted y yo iremos delante; Jen, Nick y tú nos seguís. Que el cuerpo especial esté preparado.
– Los haré entrar al primer disparo -dijo Liz, y Vito asintió.
– Preparaos para cualquier cosa. Vamos.
Domingo, 21 de enero, 7:50 horas
Sophie se encontraba arrodillada y Simon había entrelazado los dedos en su trenza. Le aferró la cabeza con saña y tiró hacia arriba mientras ella se resistía.
– Grita, venga -le ordenó entre dientes, mientras le retorcía el cuero cabelludo hasta producirle quemazón. Pero Sophie se mordió la lengua.
No pensaba gritar, no pensaba acceder a lo que él quería. Se echó hacia un lado con torpeza al tener las manos y los pies atados y estar aún arrodillada. Simon le plantó un pie sobre la pantorrilla para sujetarle las piernas. Volvió a tirarle del pelo mientras buscaba algo a tientas tras de sí. Ella oyó el sonido metálico de la espada al extraerla de su vaina; luego la vaina cayó al suelo, frente a ella. Él le tiraba del pelo con la mano izquierda de tal modo que la nuca le quedaba al descubierto a la vez que situaba su rostro de cara a las cámaras. Alzó el brazo derecho y Sophie volvió a morderse la lengua.