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«No grites. Haz cualquier cosa menos gritar.»

– Que grites, joder. -Estaba furioso; temblaba.

– Vete al infierno, Vartanian -le espetó. Simon volvió a pisotearle la pantorrilla y el dolor se irradió por la columna vertebral de Sophie, quien se mordió la lengua con más fuerza y notó el sabor de la sangre. Se retorció para tratar de escupirle, pero él le clavó más los dedos en la coronilla. A Sophie le retumbaba la cabeza debido a la presión que él ejercía al aferrarla con su manaza.

Tiró de ella y casi le levantó las rodillas del suelo. Entonces Sophie oyó un ruido procedente del piso de arriba. Un crujido. Simon dio un respingo. Él también lo había oído.

«Vito.» Sophie escupió la sangre, se llenó los pulmones de aire y gritó.

– Cállate -gruñó Simon.

Sophie sintió ganas de cantar, pero en vez de eso volvió a gritar. Gritó el nombre de Vito.

– Eres una zorra. Vas a morir. -Simon levantó el brazo y dejó que todo su peso recayera en el pie que tenía sobre las rodillas, su único pie.

«Su único pie.» Sophie hizo un brusco movimiento hacia la derecha y luego se dejó caer hacia la izquierda para clavar el hombro en la pierna ortopédica de Simon. Él se tambaleó unos instantes y por fin perdió el equilibrio. La espada saltó de su mano mientras trataba de evitar la caída. Sophie se hizo a un lado y se libró por poco de que Simon le cayera encima. Sin embargo, él aún la tenía aferrada por el pelo y no podía zafarse. La puerta de lo alto de la escalera se abrió y se oyó un ruido de pasos.

– ¡Policía! ¡Que nadie se mueva!

«Vito.»

– ¡Estoy abajo! -gritó Sophie.

Simon se apoyó en la rodilla sana y se echó hacia atrás, atrayéndola hacia él. La había convertido en un escudo humano.

– Fuera -gritó-. Fuera o la mato.

El ruido de pasos siguió oyéndose hasta que Sophie vio los pies de Vito, y luego sus piernas. Y luego su rostro, con una sombría expresión de furia controlada.

– ¿Te ha hecho daño, Sophie?

– No.

– No deis ni un paso más -les advirtió Simon-. Si no, os juro que le romperé el cuello.

Vito se encontraba en la escalera y le apuntaba a Simon con la pistola.

– No la toques, Vartanian -dijo con voz bronca y amenazadora-. O te haré saltar la cabeza a tiros.

– ¿Te arriesgarás a que la mate? No lo creo. Creo que lo que vas a hacer es subir esa escalera y decirles a esos perros que se retiren. Luego tu bomboncito y yo nos marcharemos.

Sophie respiraba con esfuerzo. Simon tenía una mano entrelazada en su pelo y con el otro brazo la sujetaba por la garganta. No podía haberlo planeado mejor, no podía haberla colocado de modo que resultara más vulnerable para obligar a Vito a quedarse inmóvil.

– Mátalo, Vito -dijo ella-. Mátalo porque si no será él quien vuelva a matar. Y yo no podría vivir con esa carga.

– Tu chica ha expresado un último deseo, Ciccotelli. Acércate y haré que ese deseo se cumpla. Deja que me marche y ella vivirá.

– No, Simon. -Era una voz suave con acento del sur, firme y tranquila-. No te marcharás. Yo no lo permitiré.

Sophie notó tensarse de repente el cuerpo de Simon al oír la voz de Daniel. Se inclinó hacia un lado, pero él se venció junto con ella y ambos cayeron al suelo. Él la aplastó contra el pavimento y su peso le vació el aire de los pulmones. Luego se puso en pie y la arrastró consigo. Ella quiso golpearlo con las manos atadas pero solo consiguió cortar el aire. Él le retorció más el pelo y ella notó que las lágrimas asomaban a sus ojos.

Buscó a tientas algo a lo que asirse, cualquier forma de poner suficiente distancia entre ellos para que Vito pudiera disparar. Volvió a perder el equilibrio, pero esa vez sus manos toparon con un objeto metálico. Era la reluciente espada de Simon. Sophie se arrodilló sobre ella y flexionó los dedos en torno a la empuñadura. Luego se apartó y la hoja pasó rozando su costado.

La clavó hacia atrás con todas sus fuerzas. La espada topó con un cuerpo, se clavó y penetró en él. Con un grito ahogado de asombro, Simon cayó hacia atrás y arrastró a Sophie consigo. Ella soltó la empuñadura y se puso de rodillas; luego inclinó el tronco hacia delante y se retorció con gran dolor, pues él aún le aferraba el cuero cabelludo. Por un momento, todo cuanto Sophie pudo oír fue su propia respiración agitada. Luego reparó en los ruidosos pasos de la escalera.

Simon yacía de espaldas, tenía su propia espada clavada en el vientre con la hoja doblada formando un extraño ángulo hacia el exterior. Su camisa blanca se estaba tornando roja por momentos. Tenía la boca abierta y respiraba de forma entrecortada. Aun así, la rabia y el odio ardían en sus ojos y con un fuerte impulso se incorporó y asió la garganta de Sophie con la mano que le quedaba libre.

– No muevas ni un músculo -dijo Vito-, porque te aseguro que me muero de ganas de dispararte.

Jadeando, Sophie se incorporó cuanto pudo sin dejar de mirar a Simon a los ojos.

– Adelante, Simon, grita.

– Eres una zorra -le espetó Simon. Entornó los ojos y volvió a arremeter contra ella, y Sophie se dio cuenta demasiado tarde del rápido movimiento con que asió el espadín que tenía escondido dentro de la manga. Oyó los disparos al mismo tiempo que sentía un dolor punzante en el costado.

La mano con que Simon la asía por el pelo flaqueó de tal modo que al descender la arrastró consigo y Sophie quedó arrodillada a su lado, con el cuello torcido. Podía mirar hacia arriba pero no hacia abajo. Con el rabillo del ojo vio a Vito retroceder y enfundar la pistola.

Lo que por el ruido de los pasos parecía un ejército cruzó la planta superior y bajó la escalera.

– Campo libre -gritó Vito a pleno pulmón, pero le temblaba la voz-. Llamad a una ambulancia.

Sophie notó el olor acre de la pólvora y el férreo de la sangre. Una gran náusea se elevó desde su estómago.

– Quitadme esa mano del pelo -masculló Sophie. Luego se dejó caer contra Daniel mientras este retiraba la manaza de Simon de su trenza. Sophie se tendió de espaldas con cuidado y cerró fuerte los ojos ante el agudo dolor que sentía en el costado.

– Merde -musitó-. Esto duele.

– ¿Chick? -Era la voz de Nick, procedente de la escalera-. ¿Qué ha ocurrido?

Vito corrió al lado de Sophie.

– Llama a otra ambulancia, Nick. Sophie está herida.

Vito utilizó la hoja de la espada para cortar el vestido a tiras y aplicárselas con fuerza de modo que detuvieran la hemorragia.

– No es una herida profunda -dijo-. No es profunda.

Ella hizo una mueca.

– Pues cómo duele. Dime que Simon está muerto.

– Sí -dijo Vito-. Está muerto.

Sophie miró hacia donde Simon yacía a menos de un metro de distancia, con la mirada vacía posada en el techo. Tenía dos heridas más, una en la cabeza y otra en el pecho. Sophie se sintió satisfecha de comprobar que la espada seguía clavada en su vientre.

– Supongo que Katherine averiguará quién de los dos lo ha matado -dijo.

– No puedes sentirte culpable, Sophie -musitó Vito-. No tenías elección.

Sophie resopló.

– ¿Culpable? Espero haber sido yo quien ha matado a ese hijo de puta con la espada. Aunque quien le haya disparado en la cabeza debería llevarse el trofeo a casa.

– Ese debo de haber sido yo -dijo Vito.

– Bien -aprobó Sophie. Miró a Daniel, que cortaba con el espadín la cuerda que mantenía sus manos atadas-. Lo siento.

– ¿El qué? -preguntó Daniel-. ¿Que esté muerto o que no me lleve yo el trofeo?

Ella lo observó con los ojos entornados.

– Lo que sea lo correcto.