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– Llegó a la misma conclusión que Sophie -explicó Susannah-. Contrató a una persona para espiar a mi padre. Se dio cuenta de que había encontrado a Simon y no pensaba decírselo. Nos dejó dicho por escrito que pensaba ir a ver a Simon para averiguar qué había ocurrido durante todos aquellos años. En la carta ponía que si no regresaba, quería decir que nosotros teníamos razón y que Simon era tan malvado como siempre habíamos tratado de hacerle ver.

– Lo siento -dijo Vito-. El desenlace es pobre, tardío y no beneficia a nadie.

– Por lo menos ahora Simon está muerto de verdad. Quién sabe a cuántas personas más podría haber asesinado. -Daniel miró los cuadros-. Se ha pasado la vida entera buscando esa mirada. Al final la ha encontrado, y ya no la habría abandonado jamás. Habría seguido matando. O sea que los beneficiados somos todos. -Le estrechó la mano a los tres y esbozó una sonrisa forzada-. Tengo que regresar a casa y empezar a trabajar de nuevo. Si alguna vez viajan a Atlanta, avísenme.

Susannah no sonrió al estrecharles la mano.

– Gracias. Daniel y yo llevábamos prácticamente toda la vida esperando este momento.

Jen vaciló; luego se encogió de hombros.

– Hemos encontrado un cepo para osos, Daniel. Atrapada en él había una fotografía suya.

Daniel asintió con gesto inseguro.

– Ese era el final que me aguardaba. No me sorprende.

Tomó a su hermana del brazo y empezó a bajar la escalera.

– Espere -gritó Vito-. Tengo que preguntarle una cosa. ¿Dónde enterrarán a Simon?

– No lo enterraremos -respondió Daniel-. Hemos pensado que su tumba se haría famosa y no queremos que Dutton se llene de plagas de admiradores de un asesino en serie.

Susannah asintió.

– Vamos a donar sus restos a los servicios médicos de Atlanta. A lo mejor sirve para que alguien aprenda algo útil.

– ¿Sobre cómo es el cerebro de un sociópata, por ejemplo? -preguntó Jen.

Daniel se encogió de hombros.

– Tal vez. Al menos, seguro que algún estudiante de medicina puede utilizarlo para aprender a salvar vidas. No se moleste en acompañarnos, oficial McFain, nos marcharemos en uno de los coches patrulla.

Los Vartanian se fueron. Desde lo alto de la escalera, Vito, Nick y Jen observaron a través de la puerta de entrada cómo los hermanos se detenían ante la camilla en que estaba tendido el cadáver de Simon. Los hombros de Susannah se encorvaron y Daniel la rodeó con su brazo.

– Esta vez está muerto de verdad -dijo Vito en tono quedo-. Y yo me alegro.

– Ah, eso. -Nick se llevó la mano al bolsillo y extrajo tres cintas de vídeo-. Simon tenía las cámaras en marcha todo el tiempo. Daniel y tú habéis hecho las cosas bien, pero… -Depositó las cintas en la mano de Vito-. Puede que quieras guardarlas en un lugar seguro.

Vito empezó a bajar la escalera.

– Gracias. Ahora voy a darme una ducha, luego iré a la comisaría a cumplir con los trámites por haberle disparado a Simon. Y luego iré a comprar seis docenas de rosas.

– ¿Seis docenas? -Jen lo miraba boquiabierta-. ¿Para quién?

– Para Sophie, Anna, Molly y Tess. Y para mi madre, porque aunque en algún momento haya considerado que no es perfecta, la madre de Sophie es un millón de veces peor que ella.

– Eso solo son cinco, Vito -observó Jen.

– La última docena la pondré en una tumba.

Al día siguiente viajaría a Jersey. Aunque hubiera transcurrido una semana, seguía teniendo esa idea en la cabeza. Además, Andrea comprendería que había pasado unos días muy ajetreados.

– Vito -dijo Nick con un suspiro.

– Lo tengo decidido, Nick -respondió Vito-. Homenaje y despedida. Después de eso me sentiré bien.

Domingo, 21 de enero, 13:30 horas

– Harry, despiértate. -Sophie le zarandeó el hombro. Se había quedado dormido sentado en el sofá de la pequeña sala de estar de la unidad de cuidados intensivos coronarios.

Él abrió los ojos de golpe.

– ¿Anna?

– Está durmiendo. Vete un rato a casa, Harry. Pareces destrozado.

Él tiró de ella para que se sentara en el brazo del sofá, a su lado.

– Tú también.

– Solo son unos puntos. -Llevaba más de catorce, y el costado y la lengua le escocían muchísimo, pero se sentía tan contenta de estar viva que no podía considerarse que hubiera dicho ninguna mentira.

Harry acarició con el pulgar un cardenal de la mejilla de Sophie.

– Te ha golpeado.

– No, me lo hice yo al lanzarme a por la espada. Tendrías que haberme visto, Harry -añadió en tono liviano-. Parecía Errol Flynn. En garde. -Fingió una estocada.

Harry se estremeció.

– Prefiero imaginármelo a verlo.

– Pues muy mal. Creo que hay una grabación. A lo mejor podemos verla juntos la próxima vez que tengas insomnio. -Le sonrió, y él soltó una carcajada a su pesar.

– Sophie, eres incorregible.

Ella se puso seria.

– Vete a casa, Harry. Deja de esconderte aquí.

Él suspiró.

– Tú no lo comprendes.

Ante su insistencia, Harry le había contado lo ocurrido entre Freya y él. Sophie le besó la calva.

– Lo que comprendo es que me quieres. Y comprendo que tienes una esposa a quien también quieres, aunque hay una cosa que no te gusta de ella. Yo no necesito que Freya me quiera, Harry. Si lo hiciera, sería fantástico; pero antes de convertirme en la causa de vuestra ruptura, me moriría. -Se estremeció-. Siento haber elegido esa palabra. Vete a casa con tu familia. Duérmete en tu sillón y, si te necesito, sabré dónde encontrarte.

Él frunció los labios.

– No es justo, Sophie. Tú no le has hecho nada.

– No, es cierto, pero míralo de otro modo. Yo ya tengo una madre y un padre: Katherine y tú.

– Eso no es una verdadera familia, Sophie.

Ella rió por lo bajo.

– Harry, mi verdadero padre era el amante de mi abuela, y mi verdadera madre es una ladrona. Prefiero mil veces teneros de padres a Katherine y a ti. Además, he tenido la suerte de elegir yo misma a mi familia. ¿Cuánta gente puede decir eso?

Él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí con cuidado.

– Me gusta tu detective.

– A mí también.

– A lo mejor pronto formas tu propia familia -dijo, de nuevo en tono pícaro.

– A lo mejor. Y te prometo que serás el primero en saberlo. -Se acercó más a él-. Si yo fuera tú, desempolvaría el esmoquin. Puede que pronto tengas que acompañar a la novia al altar.

Harry tragó saliva.

– Siempre pensé que eso lo haría Alex. Supongo que ahora que él…

– Chis. -Las lágrimas asomaron a los ojos de Sophie por primera vez en todo el día-. Harry, aunque Alex viviera, te lo habría pedido a ti. Él lo tenía claro, y creía que tú también. -Le hizo ponerse en pie y lo empujó hacia la puerta-. Ahora vete. Yo me quedaré un rato más con Anna y luego también me iré a casa.

– ¿Con Vito? -preguntó él en tono cauteloso.

– Apuéstate la colección de películas de Bette Davis.

Ella lo ahuyentó hacia el pasillo y sonrió. Mientras la puerta del ascensor de Harry se cerraba, otra se abría y Vito apareció con una docena de rosas blancas en cada brazo.

– Hola. -Él le dirigió esa sonrisa que hacía que dejara de parecer un simple modelo para convertirse en todo un galán cinematográfico y a Sophie se le desbocó el corazón-. Estás aquí -dijo.