Él esbozó una sonrisa ladeada.
– Cambia «chismosos» por «observadores» y estaré conforme. -Sus palabras iban dirigidas a Katherine, pero miraba a Sophie con la misma fijeza que antes. Le tendió los banderines-. Aquí tiene esto para señalizar el terreno.
Ella vaciló antes de cogerlos, la simple idea de tocarle la mano la ponía nerviosa. Qué ridículo. Era una profesional y acabaría el trabajo que había ido a hacer.
Tomó los banderines y se los guardó en el bolsillo.
– Espero que no me hagan falta tantos.
La débil sonrisa de Vito se desvaneció mientras repasaba el terreno con la mirada.
– Pues ya somos dos.
Katherine suspiró.
– Amén.
Dutton, Georgia,
domingo, 14 de enero, 21:40 horas
Daniel Vartanian estaba sentado en la cama de su habitación del hotel y se masajeaba la frente ante la inminente amenaza de un ataque de migraña.
– Así están las cosas -dijo para acabar, y aguardó a que su jefe se pronunciara.
Chase Wharton suspiró.
– Tu familia es un asco. Lo sabes, ¿verdad?
– Lo sé, créeme. Bueno, ¿puedo tomarme unos días de permiso o no?
– ¿Estás seguro de que se han ido de viaje? ¿Para qué tantas mentiras?
– Mis padres son de los que guardan las apariencias, da igual el motivo. -Sus padres habían ocultado muchos secretos para preservar el buen nombre de la familia. «Si la gente supiera la verdad…»-. El hecho de que no hayan querido que nadie se entere de la enfermedad de mi madre es de lo más normal.
– Pero se trata de cáncer, Daniel, no de un delito de pederastia o algo por el estilo.
«O algo por el estilo», pensó Daniel.
– El cáncer es motivo suficiente para dar que hablar, cosa que mi padre no tolera, y menos ahora que acaba de presentarse a congresista.
– No me habías contado que tu padre se dedicara a la política.
– Mi padre se dedica a la política desde el día en que nació -dijo Daniel con amargura-. Sabía que militaba, pero no creía que fuera a presentar su candidatura para el Congreso. Parece que lo decidió justo antes de marcharse.
Se lo había contado Tawny Howard, que era quien les había tomado nota de la cena a Frank y a él. Y a Tawny se lo había contado la secretaria de Carl Sargent, el hombre a quien su padre había visitado la última vez que había estado en la ciudad.
– Estoy seguro de que cree que el cáncer de mi madre podría ser utilizado por la oposición. Y mi madre siempre hace lo que él dice.
Chase guardó silencio y Daniel imaginó su cara de preocupación.
– Escucha, Chase, solo quiero encontrar a mis padres. Mi madre está enferma. Necesito… -Daniel dio un resoplido-. Necesito verla. Tengo que decirle algo y no quiero que muera sin haberlo hecho. Tuvimos una pelea y le dije cosas horribles. -De hecho, era a su padre a quien se las había dicho, pero la ira y la indignación que sentía… y la vergüenza… incluían a su madre.
– ¿Crees que no tenías razón? -preguntó Chase con voz queda.
– Sí que tenía razón, pero… No tendría que haber dejado que eso se interpusiera entre nosotros durante tantos años.
– Pues tómate unos días de permiso. Pero a la menor sospecha de que no se trata de unas simples vacaciones quiero que vuelvas y pondremos en marcha una investigación en toda regla. No quiero que me den una patada en el culo porque un juez retirado ha desaparecido y me he saltado el procedimiento. -Chase vaciló-. Ten cuidado, Daniel. Y siento lo de tu madre.
– Gracias.
Daniel no sabía muy bien por dónde empezar, pero estaba seguro de que en el ordenador de su padre encontraría algunas pistas. Al día siguiente, un compañero del GBI lo ayudaría a examinar los registros. Daniel rezaba por ser capaz de enfrentarse a lo que encontraran.
Nueva York,
domingo, 14 de enero, 22:00 horas
Sentado a oscuras en el salón de la suite del hotel, Derek observó cómo Jager cruzaba la puerta tambaleándose.
– Estás borracho -dijo Derek con repugnancia.
Jager se incorporó de golpe.
– Joder, Derek. Me has dado un susto de muerte.
– Entonces estamos en paz -respondió Derek con acritud-. ¿Puedes explicarme de qué demonios va todo esto?
– ¿El qué? -Jager formuló la pregunta con desdén y la indignación de Derek aumentó.
– Ya lo sabes. ¿Quién narices te ha autorizado a nombrar a Lewis director artístico?
– No es más que una forma de llamarlo, Derek. -Jager le lanzó una mirada mordaz mientras se despojaba de la corbata-. Si te hubieras quedado en el bar celebrándolo con nosotros en vez de permanecer aquí a oscuras enfurruñado como un niño, habrías oído la noticia de primera mano. Hemos conseguido un stand en Pinnacle.
– ¿En Pinnacle?
Se trataba de una feria anual dedicada a los videojuegos, a escala mundial. Era muy importante. Pinnacle significaba para los diseñadores de videojuegos lo que Cannes para los directores de cine. Era el acontecimiento principal para ver y ser visto, para que el sector en pleno tuviera ocasión de apreciar su arte. El público hacía cola durante días para conseguir una entrada. Los stands se asignaban únicamente por invitación. Pinnacle era… el pináculo. Exhaló un lento suspiro, costaba creer que fuera cierto. Ni siquiera en sus sueños más atrevidos habría ocurrido.
– Estás bromeando.
Jager se echó a reír, pero el sonido resultó inquietante.
– Nunca bromeo con estas cosas.
Se dirigió al mueble bar y se sirvió otra copa.
– Ya está bien, Jager -espetó Derek, pero Jager le lanzó una mirada furibunda.
– Cállate. Cállate de una vez. Estoy hasta los huevos de ti y de tu cantinela: «No hagas esto, no hagas lo otro.» -Echó la cabeza hacia atrás para tomar un trago-. Estaremos en Pinnacle porque yo me he arriesgado, porque yo he tenido cojones para enviar la carta, porque yo tengo lo que hace falta para triunfar.
Derek torció el gesto, furioso por lo que Jager no había acabado de decir.
– Y yo no.
Jager abrió los brazos.
– Tú lo has dicho. -Apartó la mirada y masculló-: Socio.
– Lo soy, y lo sabes -dijo Derek con voz queda.
– ¿El qué?
– Tu socio.
– Pues entonces empieza a comportarte como tal -dijo Jager con rotundidad-. Deja ya de actuar como un fanático religioso. La obra de Frasier Lewis es una forma de ocio, Derek. Y punto.
Derek sacudió la cabeza cuando Jager se dispuso a dirigirse a su habitación.
– Es indecente. Y punto.
Jager se detuvo con la mano en el tirador de la puerta.
– Pero es lo que vende.
– No está bien, Jager.
– No he visto que hicieras ascos a ninguna paga. Actúas como si la violencia fuera contra tus principios éticos pero, a la hora de cobrar, el dinero te va tan bien como a mí. Y si no es así, puedes irte.
– ¿Es una amenaza? -preguntó Derek en tono tranquilo.
– No. Es una realidad. Ponte en contacto con Frasier y pídele que se dé prisa con las escenas de lucha que lleva prometiéndome desde hace un mes. Las quiero el martes a las nueve. Necesito las escenas de lucha de El inquisidor para mostrarlas en Pinnacle, así que ya puede mover el culo.
Derek, anonadado, no podía apartar los ojos de él.
– Le has encargado a él el nuevo juego.
Jager se volvió, su mirada era glacial.
– Esta es una empresa que se dedica al ocio -dijo entre dientes-. Y sí, hace meses que le encargué a Frasier el diseño de El inquisidor. Si te lo hubiera encargado a ti, habríamos acabado con las penosas imágenes desvaídas de todos los años. Él ha estado investigando y trabajando en el diseño durante meses mientras tú te dedicabas a hacer dibujitos.
Pronunció las últimas palabras con desdén.
– Asúmelo, Derek. Yo he colocado a oRo un escalón más arriba de donde estaba. Ponte al nivel o abandona.