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Y se marchó dando un portazo.

Derek permaneció un rato inmóvil, mirando la puerta. «Ponte al nivel o abandona.» No podía abandonar así como así. ¿Adónde iría? Había puesto en oRo todo su talento, había puesto el alma. No podía macharse. Le hacía falta el sueldo. El colegio de su hija no era barato. «Soy un hipócrita.» Se había mostrado en desacuerdo con utilizar las escenas de Frasier Lewis, porque los asesinatos resultaban escalofriantes de tan reales como parecían. Pero Jager tenía razón. «Es cierto que acepto el dinero. Me gusta el dinero.»

Tenía que tomar una decisión. Si quería continuar en oRo, debía superar su aversión por «el arte» de Frasier Lewis. «Tanto si va en contra de mis principios éticos como si no.»

Exhaló un suspiro. En otras palabras, tenía que decidir si Jager le había dicho la verdad, por mucho que le costara aceptarlo. «Las penosas imágenes desvaídas de todos los años.» Eso le había dolido. «¿Estoy celoso? ¿Es Lewis mejor artista que yo?» Si era cierto, ¿sería capaz de aceptarlo? Y, lo más importante, ¿sería capaz de trabajar con él?

Derek se levantó, paseó a lo largo de la habitación y se detuvo frente al mueble bar. Se sirvió una bebida y volvió a sentarse en la penumbra para sopesar sus opciones.

4

Filadelfia,

domingo, 14 de enero, 22:30 horas

Vito siguió con la mirada a Katherine, que transportaba en la camilla otro cadáver embolsado; el tercero hasta el momento. También se trataba de un hombre, de una edad parecida a la del Caballero, que era como habían apodado a la víctima anterior. El equipo no pudo evitar bautizarlo así cuando corrió la voz de que la arqueóloga había dicho que tenía las manos colocadas como si sostuviera una espada. La mujer cuyo cadáver habían encontrado por la mañana pasó a ser la Dama.

Se preguntaba cómo llamarían a la tercera víctima, que yacía con los brazos estirados a ambos lados del cuerpo. Bueno, más o menos. Uno de los brazos sí estaba estirado, pero el otro aparecía roto a la altura del hombro, apenas unido al cuerpo por la articulación y vuelto de tal forma que la palma quedaba hacia fuera. La cabeza aún tenía peor aspecto. Lo poco que quedaba de ella resultaba irreconocible.

– Es tarde -dijo Vito-. En el equipo hay agentes que tienen guardia. Me parece que ya está bien por hoy.

– Entonces, ¿nos encontramos aquí mañana a primera hora? -preguntó Nick.

Vito asintió.

– Empezaremos por tratar de identificar a las víctimas. Seguramente por la mañana Katherine tendrá los resultados de las primeras pruebas. Las autopsias podrían llevarle días.

Jen miró alrededor.

– ¿Dónde está Sophie?

Vito señaló hacia su camioneta, donde Johannsen se encontraba sentada de costado en el asiento del acompañante con la puerta completamente abierta. Llevaba allí una media hora. Vito temía que se estuviera congelando, pero trató de apartarla de su mente pensando que si tuviera frío, habría cerrado la puerta. Sin embargo, no logró apartarla ni de su pensamiento ni de su vista. La había estado observando mientras trabajaban. La visión del Caballero había hecho que se estremeciera. Aun así, había seguido trabajando como si tal cosa.

Pero luego había ocurrido algo más. Cuando Katherine cerró la bolsa que contenía el cadáver, Sophie se comportó como si hubiera visto un fantasma. Fuera lo que fuese lo que aquel cadáver le había recordado, tenía la importancia suficiente para que Katherine acudiera a su lado. Y ambas habían intercambiado airadas palabras, eso estaba más claro que el agua.

A partir de ese momento la había observado aún más de cerca, diciéndose que lo que sentía era simple curiosidad. O tal vez fuera un chismoso, tal como afirmaba Katherine. La cuestión era que quería saber qué le había ocurrido a Sophie, tanto ese día como aquel que había recordado.

Sin embargo, lo más probable era que no llegara a descubrirlo jamás. La acompañaría a su casa y ahí acabaría todo. Aunque verla sentada en la camioneta despertaba algo en su interior. Tenía las piernas dobladas y ocultas bajo la chaqueta, como cuando esperaba sentada en el banco. Parecía joven y muy sola.

– ¿Ha terminado su trabajo? -preguntó Vito.

Jen asintió mientras observaba en una hoja impresa el resultado del sondeo que Sophie había llevado a cabo.

– Ha hecho un trabajo magnífico. -Los clavos y los banderines se encontraban dispuestos en cuatro hileras formando cuatro rectángulos, todos exactamente de la misma medida; había distribuido el espacio de las filas y las columnas con una precisión magistral-. No tenemos más que empezar a cavar.

Cuando Vito se acercó a la camioneta, observó que Sophie había cargado y asegurado las dos maletas en el suelo del vehículo sin ayuda. Antes había podido comprobar por sí mismo cuánto pesaban. «Bajo esa chaqueta debe de ocultarse un cuerpo musculoso.» Pensó en la sensación que le había producido notar cómo se apoyaba en él unos segundos y se preguntó qué más escondía aquella chaqueta; claro que lo más probable era que tampoco llegara a descubrir eso.

Cuando Vito se acercó a Sophie, el corazón se le encogió. Por sus mejillas no cesaban de caer lágrimas mientras observaba el campo lleno de clavos y banderines. Había visto cosas que harían que el más veterano de los policías se estremeciera; sin embargo, había aguantado hasta el final. Vito la admiraba por ello.

Carraspeó y ella se volvió a mirarlo. Se enjugó las mejillas con la manga pero no trató de ocultar sus lágrimas ni de disculparse. También eso despertó la admiración de Vito.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó.

Ella asintió y exhaló un trémulo suspiro.

– Sí.

– Hoy se ha comportado de forma admirable.

Ella se sorbió la nariz.

– ¿Le ha mostrado Jen el resultado del sondeo?

– Sí. Gracias. Es un trabajo minucioso y muy bien hecho, pero no me refería a eso. Ha soportado una enorme tensión. Mucha gente no habría sido capaz.

Los labios de Sophie empezaron a temblar y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Tragó saliva y se volvió a mirar el campo mientras se esforzaba visiblemente por recobrar la compostura. Él aguardó con paciencia; al fin, ella habló con voz queda y ronca.

– Cuando Katherine me ha llamado esta mañana no tenía ni idea de que se tratara de algo así. Nueve personas. Santo Dios. Parece imposible.

– Ha dicho que siete de los recuadros están vacíos. ¿Está segura?

Ella asintió; sus lágrimas se iban espaciando.

– Dentro de esos siete no hay más que aire, pero todos están cubiertos por algo grueso y sólido, probablemente una tabla de madera. -Lo miró llena de horror y de pesar-. Santo Dios, Vito. Planea matar a siete personas más.

– Lo sé.

El sondeo no solo les había permitido penetrar en el terreno sino también en la mente del asesino. Vito sabía que eso le resultaría útil cuando hubiera dormido lo suficiente para poder pensar.

– Estoy derrotado -dijo-. Y usted también debe de estarlo. Deje que la acompañe a casa.

Ella sacudió la cabeza.

– Tengo que ir a la universidad a dejar el equipo y recoger la moto. Además, usted debe de tener cosas que hacer. Su familia le estará esperando.

Vito pensó en las rosas que, a esas alturas, ya estaban completamente marchitas. Compraría otro ramo y lo llevaría al cementerio la semana siguiente. De hecho, sabía que tanto lo de las flores como lo de la visita lo hacía por sí mismo.

– No, no tengo nada que hacer. -Vaciló y acabó por soltarlo-: Y no me espera nadie.

Ella sostuvo la mirada y él se dio cuenta de que había captado el verdadero sentido de sus palabras. Vio que le costaba tragar saliva.

– En ese caso, como quiera. Yo estoy lista.

Sophie se estaba abrochando el cinturón cuando Vito se sentó al volante. Luego introdujo la mano en un bolsillo y sacó algo que en la oscuridad del vehículo parecía un cigarrillo.