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Cuando regresó junto a él lo encontró subido en la moto con aire de estar de nuevo sumido en sus pensamientos. Al acercársele él la miró perplejo.

– ¿Las ha encontrado?

Ella alzó sus llaves y le lanzó las de la camioneta.

– Estaban debajo del asiento.

– Qué bien. -Se apeó de la moto-. Sophie… gracias. Nos ha ayudado mucho. Me gustaría poder recompensarla por el tiempo que nos ha dedicado. Le había prometido una pizza. -Arqueó una ceja-. Conozco un sitio que está abierto hasta tarde; si le apetece, podemos ir ahora.

Sophie tragó saliva. «Está comprometido.» Aun así, deseaba estar con él. «¿Qué clase de mujer soy?» Forzó una sonrisa.

– Si de verdad su departamento quiere recompensarme, concédanme un indulto la próxima vez que me paren por exceso de velocidad.

Vito frunció el entrecejo.

– No es el departamento quien le ofrece la cena. Se la ofrezco yo. -Dio un hondo suspiro-. La estoy invitando a cenar conmigo.

Ella se ajustó la correa del casco a la barbilla de un fuerte tirón. Acababa de caérsele el alma a los pies. «Por favor, no me digas que es una cita. Por favor, sé un caballero tal como creía que eras.»

– ¿Es… un… una cita? -Santo Dios, estaba tartamudeando.

Él asintió muy serio.

– Sí, es una cita. -Se acercó a ella y le alzó la barbilla para que lo mirara a los ojos-. Hacía mucho tiempo que no conocía a alguien como tú. No quiero dejarlo aquí.

Ella era incapaz de moverse, de respirar. Todo cuanto podía hacer era mirar fijamente sus ojos oscuros, deseaba ardientemente creer en sus palabras, deseaba ardientemente lo que sabía que no podía obtener. Él le acarició el labio inferior con el pulgar y un escalofrío recorrió la espalda de Sophie.

– ¿Qué dices? -musitó él con voz suave y tranquilizadora-. Puedo acompañarte a casa, así me aseguro de que llegas bien. Por el camino podemos encargar una pizza y así hablamos un rato más.

Se acercó un milímetro más y Sophie supo que estaba a punto de besarla. Supo que, probablemente, aquel sería uno de los momentos más trascendentales de su vida.

– ¿Qué te parece? -susurró él, y ella notó su calor en la piel.

«Sí, sí.» Tenía la respuesta en la punta de la lengua cuando al fin su mente arrojó luz al recordar la voz de Alan Brewster pronunciando casi exactamente las mismas palabras. Su cerebro recobró de golpe la lucidez y retrocedió tambaleándose en el preciso momento en que él inclinaba la cabeza para besarla.

– No. -Con la respiración agitada, Sophie retrocedió hasta que sus piernas rozaron la moto. Se subió al vehículo furiosa, sin saber bien con quién lo estaba más, si con él por intentar cazarla o con ella por haber estado a punto de convertirse una vez más en un mero trofeo de cabecera-. No, gracias. Ahora, si me disculpa…

Él se hizo a un lado sin pronunciar palabra. Ella pisó a fondo el pedal de arranque y los ciento diez caballos de la moto cobraron vida. Antes de salir a la calle, Sophie miró por el retrovisor y vio que él no se había movido del sitio. Permanecía quieto como una estatua, observando cómo se marchaba.

5

Domingo, 14 de enero, 23:55 horas

El sonido de su móvil lo despertó de un sueño profundo. Lo asió con un gruñido y echó un vistazo a la pantalla para identificar la llamada. Era Harrington. Aquel mojigato caduco.

– ¿Diga?

– Soy Harrington.

Se sentó.

– Ya lo sé. Pero ¿qué haces llamándome a medianoche?

– Aún no es medianoche. Además, tú sueles pasarte la noche trabajando.

Era verdad, pero no pensaba darle la razón a Harrington. No sentía más que desprecio por aquel hombre que veía el mundo de color de rosa. Tenía ganas de estrangular a aquel cabrón, igual que había estrangulado a Claire Reynolds. Y cada vez que oía su voz quejumbrosa le entraban más ganas aún.

Harrington había tratado de impedir el desarrollo de su obra a cada paso, desde que creara La muerte de Claire un año atrás. La consideraba demasiado oscura, demasiado violenta. «Demasiado real.» Por suerte Van Zandt sabía de negocios y qué era lo que vendía. El estrangulamiento de «Clothilde» siguió formando parte de Tras las líneas enemigas a pesar de que Harrington protestó y lo criticó. No protestaría ni criticaría mucho más.

Van Zandt estaba echando a Harrington a patadas y el muy idiota no se daba ni cuenta.

– Mierda, Harrington, estaba soñando. -Con Gregory Sanders, su próxima víctima-. Dime qué es tan importante y déjame seguir.

Hubo una larga pausa.

– ¿Hola? ¿Sigues ahí? Te juro por Dios que si me has despertado para nada…

– Estoy aquí -dijo Harrington-. Jager quiere que te des prisa con las escenas de lucha.

Así que por fin Van Zandt le había dicho a Harrington que estaba acabado. «Era solo cuestión de tiempo.»

– Las quiere para el martes -añadió Harrington-. A las nueve de la mañana.

El placer se desvaneció como la niebla.

– ¿Para el martes? ¿Qué narices se ha fumado?

– Jager habla muy en serio. -Harrington también se mostraba muy serio, parecía que tuvieran que arrancarle las palabras de la boca-. Dice que llevas un mes de retraso.

– No se puede apremiar a la genialidad.

Hubo otra pausa, y le pareció oír que a Harrington le rechinaban los dientes. Siempre resultaba divertidísimo tirar de la cuerda con aquel hombre.

– Quiere dos escenas de El inquisidor, una de lucha y otra de una herida, para mostrarlas en Pinnacle. -Otra pausa, más ardua-. Nos han ofrecido un stand.

– ¿En Pinnacle? -Un stand en Pinnacle significaba prestigio en el mundo de los videojuegos. Y respeto. En el terreno práctico, significaba distribución a escala nacional, lo cual implicaba que su clientela ascendería a millones de personas. De repente, entrecerró los ojos. Eso cambiaba las cosas. Pinnacle no podía esperar, la entrega era improrrogable-. Mira, Harrington, si me estás tomando el pelo…

– Es cierto. -Harrington casi parecía ofendido-. Jager ha recibido la invitación esta noche. Me ha pedido que te diga que tengas las escenas listas para el martes.

Las tendría, aunque apenas había empezado con las escenas de lucha. Había estado ocupado con las de la mazmorra.

– Pues ya me lo has dicho. Ahora déjame dormir.

– ¿Tendrás listas las escenas para Jager? -lo presionó Harrington.

– Esto es algo entre Van Zandt y yo. Pero puedes decirle que se las entregaré el martes -añadió con el tono más condescendiente que fue capaz de impostar; y colgó. Harrington se merecía una patada en el culo. Estaba anquilosado y se había quedado más que anticuado.

Apartó a Harrington de su mente y dejó colgar la pierna por un lado de la cama. Se frotó el muñón con lubricante; luego asió la pierna y la colocó en su sitio con los movimientos maquinales fruto de muchos años de práctica. La reunión con Van Zandt le complicaba un poco los planes. Tendría que cambiar lo de Greg Sanders del martes por la mañana a última hora del lunes, pero tendría listo su próximo grito para el martes a medianoche.

Se sentó frente al ordenador y escribió un e-mail para Gregory Sanders; cambió la hora y al pie firmó: «Atentamente, E. Munch».

Era consciente de que no podía poner a prueba la paciencia de Van Zandt tratándose de Pinnacle. El hombre reconocía su genio, pero incluso él sería capaz de sacrificar el verdadero arte por un tráiler terminado a tiempo para mostrarlo en Pinnacle. Necesitaba tener algo que enseñarle el martes, aunque estuviera a medias. Van Zandt se sentiría satisfecho porque, aun sin terminar, había un abismo entre las creaciones de Frasier Lewis y cualquier cosa que Harrington hiciera.