– Lo que nos interesa no es el juego -repuso Jesse, que no parecía nada ofendido-. Son las intros. -Rió por lo bajo-. Joder, son increíbles.
Dom miró alrededor con mala cara.
– ¡Jesse! Mis hermanos pequeños están aquí.
– Como si tu viejo no dijera palabrotas -soltó Jesse en tono cansino.
Dom apretó los dientes.
– Mi padre no dice palabrotas. Venga, vamos a ponernos a trabajar.
– Un momento -dijo Vito en voz baja sin apartar los ojos de la pantalla. Quería observar un rato el videojuego porque sentía curiosidad, tanto por conocer un poco más a los amigos de Dom como por saber a qué jugaban los chicos en la actualidad. Uno nunca sabía hasta qué punto esos conocimientos podían resultar útiles en la sala de interrogatorios. Ya había pillado a varios adolescentes con el pretexto de compartir sus intereses. Sin embargo, en cuanto Vito hubiera saciado su curiosidad, pensaba echar a Jesse de allí a patadas.
En la pantalla, el soldado estadounidense recargaba el arma mientras mascullaba:
«Es una trampa. Me ha traicionado. Qué hija de puta.»
Montó el arma.
«Se arrepentirá.»
La escena cambió y el soldado se encontró en la puerta de una casita de campo francesa.
– ¿De qué va esto? -preguntó Vito a Ray.
– Es… la intro -respondió, como si se tratara de algo tan conocido como la Capilla Sixtina, Al ver que Vito fruncía el entrecejo, Ray puso mala cara-. La intro es…
– Ya sé lo que es la intro -lo interrumpió Vito. Se trataba de un fragmento en que el personaje principal se dirigía a los jugadores, revelaba algún secreto o, simplemente, pasaba el rato-. Casi todas las que he visto resultan aburridas y solo sirven para despistar al jugador. Me refería a qué tiene de especial.
Ray sonrió.
– Mira. Esa es la casa de Clothilde. Ella decía ser de la resistencia francesa, pero ha engañado a nuestro soldado. Por eso a él le han tendido una emboscada en el bunker. Ahora quiere vengarse. Jesse tiene razón. Esto es de verdad increíble.
En la pantalla, la puerta se abrió y mostró el interior de la casa de campo a medida que avanzaba la intro. La estética cambió radicalmente. Las figuras granulosas y los movimientos discontinuos desaparecieron y, cuando el soldado estadounidense cruzó la puerta y empezó a examinar la vivienda, la imagen parecía real. Al final el soldado encontró a Clothilde escondida en un armario. La obligó a salir y la arrinconó contra la pared.
«Eres una cerda -gruñó-. Les has dicho dónde podrían encontrarme. ¿Qué te han ofrecido a cambio? ¿Una tableta de chocolate? ¿Unas medias de seda?»
La voluptuosa Clothilde lo trató con desdén, a pesar del miedo que denotaban sus ojos, muy abiertos.
– Mirad los ojos -susurró Ray.
«Dímelo.»
El soldado zarandeó a la mujer por los hombros con violencia.
«Lo he hecho a cambio de mi vida -escupió Clothilde-. Me han asegurado que si se lo contaba, no me matarían. Por eso se lo he dicho.»
«Cinco de mis amigos han muerto por tu culpa. -El estadounidense rodeó con las manos el cuello de Clothilde y los ojos de la chica se abrieron aún más-. Tendrías que haber dejado que los cabrones de los alemanes te mataran. Ahora lo haré yo.»
«No, por favor. ¡No!»
Mientras la chica forcejeaba, la pantalla enfocó su rostro y las manos. El miedo que denotaba su mirada…
– Es alucinante -susurró Ray tras Vito-. El artista es increíblemente bueno. Parece una película, cuesta creer que alguien lo haya dibujado.
Pero estaba claro que alguien lo había hecho. Vito, afectado, notó tensarse su mandíbula. Alguien había dibujado aquello. Y había críos mirándolo. Dio un codazo a Dom.
– Ve a ver qué hacen tus hermanos.
Con el rabillo del ojo, Vito vio que Dom se sentía aliviado.
– Vale.
En la pantalla, Clothilde sollozaba y suplicaba por su vida.
«¿Estás lista para morir, Clothilde?», se burló el soldado, y ella soltó un grito, fuerte y prolongado. Era un grito desesperado, demasiado real. Vito se estremeció y observó los rostros de los chicos, que miraban la pantalla petrificados. Con los ojos como platos y la boca entreabierta, esperaban el desenlace.
El grito se interrumpió y se hizo un largo silencio. Entonces el soldado rió por lo bajo.
«Adelante, Clothilde, grita. Nadie puede oírte. Nadie te salvará. Los he matado a todos. -Sus manos se tensaron y los pulgares se desplazaron hacia el hueco de la garganta de la chica-. Y ahora te mataré a ti.» Siguió apretando y Clothilde empezó a retorcerse.
Vito ya había visto bastante.
– Ya está bien. -Se inclinó hacia delante, pulsó el botón de la pantalla y esta se apagó-. El espectáculo ha terminado, chicos.
Jesse enderezó el respaldo reclinable y se puso en pie.
– Eh, no puedes hacer eso.
Vito desenchufó el cable del ordenador.
– Escucha, si quieres pon esa mierda en tu casa; aquí, no. Recoge tus cosas, jovencito.
Jesse sopesó la situación. Al final se dio media vuelta, indignado.
– Vámonos de aquí.
– Qué listo -soltó uno de los chicos-. Sin el trabajo de naturales de Dom no aprobaremos.
– No lo necesitamos para nada. -Jesse se colocó el ordenador bajo el brazo-. Noel, lleva tú la pantalla. Ray, recoge los CD.
Noel negó con la cabeza.
– No puedo volver a suspender. Puede que tú no necesites el trabajo de Dom, pero yo sí.
Jesse entornó los ojos.
– Muy bien.
Todos lo siguieron, a excepción de Ray y Noel.
Ray le sonrió a Vito.
– Sus padres tampoco le dejarán verlo.
Vito se volvió a mirarlo.
– ¿Crees que Jesse le dará problemas a Dominic?
– No. Jesse no tiene nada que hacer, Dom es el capitán del equipo junior de lucha libre.
Vito hizo una mueca, impresionado.
– Vaya. No me lo había dicho.
– Dominic sabe cuidarse -aseguró Ray-. Solo que a veces es demasiado bueno.
Dominic apareció en el pasillo con Pierce a horcajadas sobre su espalda. Su hermano acababa de salir del baño y aún tenía el pelo mojado. Llevaba un pijama de Spiderman. Vito se sintió satisfecho de haber apagado aquella porquería antes de que los más pequeños la vieran.
Dom se quedó mirando a sus dos amigos.
– ¿Se ha ido Jesse?
Ray volvió a sonreír.
– Aquí el señor policía lo ha echado en menos que canta un gallo.
– Gracias, Vito -dijo Dom en tono quedo-. Yo no quería que viera eso aquí.
Vito le mostró la espalda a Pierce, y este se lanzó sobre ella de un bote.
– La próxima vez, échalo y punto.
– Ya le he dicho que se marchara.
– Pues si no te hace caso… dale una patada en el culo.
– Ehhh, tío Vito -gritó Pierce-. Has dicho «culo», tío Vito.
Vito hizo una mueca. Se había olvidado de que «culo» formaba parte de las palabras prohibidas.
– Lo siento, chico. ¿Crees que Tess me lavará la boca con jabón?
Pierce se puso a dar saltos de alegría.
– ¡Sí, sí!
– Sí, sí -repitió Tess desde el recibidor. Su pelo húmedo formaba ondas; era evidente que le había caído encima tanta agua como a Pierce-. Ojo con lo que dices, Vito.
– Vale, vale. -Al final miró a Dom y asintió-. Has hecho lo correcto, pequeño. La próxima vez lo harás incluso mejor. -Se acercó corriendo hasta donde estaba Tess para divertir a Pierce.
– ¿Qué? ¿Lo ha recibido? -Tess se refería al regalo que había llevado al museo para Sophie.
– No lo sé. Ya falta poco para que acabe las clases, así que pronto lo averiguaré. Gracias por comprarlo. ¿Dónde has encontrado un juguete así?
– En la tienda de artículos de broma de Broad Street. Según el propietario, allí se encuentran todos los cachivaches habidos y por haber. El dispositivo para borrar la memoria se hizo muy popular a raíz de la película. -Arqueó una ceja-. Entre el juguetito y las cortinas, me debes doscientos dólares.