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– ¿De dónde has sacado esto?

– ¿Sabes Étienne… mi antiguo profesor? No conocía más que el nombre de Berretti y el rumor. Pero un viejo amigo de mi padre conoce a mucha gente rica; o bien los conoce personalmente, o conoce a alguien que los conoce. Lo he llamado y él me ha proporcionado la información.

Vito se tragó el enfado.

– Pensaba que habíamos quedado en que no llamarías a nadie más.

– No he llamado a nadie que piense que ha estado comprando piezas, o tratando en ellas. -Ella también estaba enfadada y no se molestó en disimularlo-. Conozco a Maurice desde que era niña. Es un hombre decente.

– Sophie, te lo agradezco. Lo único que quiero es que no te hagan daño. Si dices que conoces bien a ese hombre y que es decente, es que lo es.

– Lo es -repitió ella con testarudez. Sin embargo, Sophie no retiró la mano que Vito aún asía y él lo interpretó como una buena señal. Le tomó de nuevo la otra mano y ella volvió a relajarse.

– Y… tu padre, ¿aún vive?

Ella sacudió la cabeza con gesto triste.

– No. Murió hace unos dos años.

O sea que su padre sí que le caía bien. A diferencia de su madre.

– Debía de ser difícil para él que pasaras tanto tiempo lejos, en Europa.

– No, vivía en Francia. Lo vi más hacia el final de su vida que mientras me criaba. -Miró a Vito de reojo-. Mi padre se llamaba Alex Arnaud.

Vito frunció las cejas.

– Sé que he oído ese nombre en alguna parte. No, no me lo digas.

Ella lo miraba con expresión divertida.

– Me extrañaría que lo conocieras.

– Sé que he visto ese nombre últimamente. -Vito hizo memoria y se la quedó mirando-. ¿Tu padre era Alexandre Arnaud, el actor?

Ella pestañeó.

– Me has dejado impresionada. No hay muchos norteamericanos a quienes les suene su nombre.

– Mi cuñado es un cinéfilo. La última vez que fui a su casa estaba viendo una película francesa y los actores no me parecieron malos. No te ofendas.

– Para nada. ¿Qué película era?

– ¿También hay premio por acertar el nombre de la película? -A ella volvieron a encendérsele las mejillas, y él se percató de que sus ojos denotaban tanta timidez como deseo. Aquello, el flirteo, era algo nuevo para ella, y ese simple hecho a Vito le resultó mucho más excitante que todo lo demás. Bueno, que casi todo. Sabía que lo que había bajo aquella chaqueta de cuero era más que suficiente para excitarlo-. Me alegro de tener buena memoria -bromeó, y de mala gana le soltó las manos cuando la camarera colocó la pizza sobre la mesa con una sonrisilla de complicidad.

– ¿Aún quiere que se la prepare para llevar? -preguntó-. Si es así, traeré una caja.

– Me muero de hambre -confesó Sophie-. ¿Cierran pronto?

La camarera le dio una palmadita en la mano a Sophie y le guiñó el ojo a Vito.

– Cuando terminen, encanto.

Vito chascó los dedos.

– Lluvia suave -dijo-. La película de tu padre.

Sophie dejó de masticar y lo miró con los ojos como platos.

– Uau, eres muy bueno.

Vito se sirvió una porción de pizza.

– Así que, ¿cuál es el premio?

Ella apartó la mirada y algo cambió en sus ojos cuando el nerviosismo dio paso a la expectación. Vito vio cómo el pulso palpitaba en la garganta de Sophie mientras esta se mordía aquel carnoso labio inferior.

– Todavía no lo sé.

Vito tragó saliva, su propio latido se desbocó. Apenas podía contener las ganas de apartarla de la mesa y morderle él el labio.

– No te apures. Seguro que se me ocurrirá algo. Tú hazme el favor de comer deprisa, ¿de acuerdo?

Martes, 16 de enero, 23:25 horas

Era bueno; muy bueno. No tanto como La muerte de Warren pero sí mejor que el noventa y nueve coma nueve por ciento de las birrias que se exponían en las galerías de arte.

Se volvió a mirar los fotogramas y luego el cuadro donde él mismo había plasmado la muerte de Gregory Sanders. El rostro de ese chico tenía algo; incluso muerto salía más favorecido en la película de lo que era en realidad. Sus labios se curvaron. Probablemente se habría convertido en una estrella.

Bueno, si de él dependía, se convertiría en una estrella. De momento tenía que hacer limpieza. Había lavado con la manguera el cadáver que yacía en el estudio del sótano. En la mazmorra. Gregory se había mostrado bastante impresionado. Bastante aterrado.

Tal como debía ser. «Intente robarme ahora», había mascullado él. El joven había implorado perdón y clemencia. No había obtenido ninguna de las dos cosas.

En la secuencia de la muerte de Gregory había buenas escenas. El robo era un delito muy frecuente en la Edad Media y para castigarlo se aplicaban métodos muy variados. No era la tortura que tenía planeada, pero lo importante era que había funcionado.

Saldría para enterrar el cadáver al rayar el alba y luego volvería a su estudio para trabajar en el videojuego. Por la mañana ya tendría algunas respuestas a los e-mails que había enviado a las chicas rubias y altas de tupuedessermodelo.com antes de encontrarse con Gregory aquella misma tarde. Tenía que idear una muerte para la imponente reina que satisficiera a Van Zandt. Luego tenía que abrirle la puta cabeza al caballero. No sabía muy bien cómo conseguirlo, pero ya se le ocurriría algo.

Martes, 16 de enero, 23:30 horas

A Sophie le temblaban las manos al tratar de introducir la llave en la cerradura de la puerta de casa de Anna. No habían intercambiado palabra mientras Vito la acompañaba a casa, salvo las sucintas indicaciones de ella. Durante el trayecto él la había asido de la mano, a veces tan fuerte que la había obligado a hacer una mueca de dolor. Pero se trataba de un dolor agradable, si algo así existía. Por primera vez en mucho tiempo se sentía viva. Y torpe. Renegó en voz baja cuando la llave se salió de la cerradura por tercera vez.

– Dame la llave -le pidió él en tono tranquilo. Consiguió abrir a la primera y los perros acudieron de inmediato con estridentes ladridos. A Sophie la expresión de su rostro le habría resultado cómica de no haber estado tan ansiosa. Vito miraba a Lotte y Birgit con horror, aunque sin perder la dignidad.

– ¿Qué demonios es esto?

– Son las perritas de mi abuela. Mi tía Freya las saca al mediodía, o sea que a estas horas ya deben de estar impacientes. Vamos, chicas.

– Son… de colores. Como tus guantes.

Sophie miró a las perras con una mueca.

– Fue un experimento. Tengo que sacarlas, vuelvo enseguida.

Salió por la puerta de la cocina y, de pie en el porche trasero, se cruzó de brazos y empezó a tamborilear con la punta del pie mientras las perritas rastreaban la hierba y se olían una a otra.

– Daos prisa -les susurró-. Si no, os tendré un mes entero a base de comida de lata.

La amenaza pareció funcionar, o tal vez tuvieran frío, porque se dieron prisa. Sophie las atrajo hacia sí y acarició sus rizadas cabezas con la mejilla; luego las hizo entrar en la cocina. Cerró el pestillo, se volvió y respiró hondo. Vito se encontraba a pocos centímetros de distancia, sus oscuros ojos reflejaban temeridad y Sophie notó que le flaqueaban las piernas. Él se había quitado el abrigo y los guantes y rápidamente hizo lo propio con los de ella.

Vito bajó la mirada a su busto, todavía cubierto por capas y capas de ropa. Se quedó así unos segundos durante los cuales ella sintió latir su corazón; luego la miró a los ojos y en los instantes subsiguientes Sophie tuvo la impresión de no poder respirar mientras seguía sintiendo los fuertes latidos de su corazón. Tenía los senos tensos y los pezones casi le dolían de tan sensibles. La palpitante sensación que notaba entre las piernas le hizo desear que él se diera prisa.