Sin embargo, no se dio prisa. Con un cuidado exasperante, le acarició el labio inferior con los dedos hasta hacerle estremecerse. Entonces esbozó una sonrisa sagaz, de depredador.
– Te deseo -susurró-. Mentiría si te dijera otra cosa.
Ella alzó la barbilla, ansiosa por que él la tocara, nerviosa al ver que no lo hacía.
– Pues no digas nada más.
Los ojos de él emitieron un destello y durante unos instantes interminables se limitó a observar a Sophie, como si esperara que siguiera hablando. De repente, con movimientos rápidos, entrelazó las manos en su pelo y le cubrió la boca con la suya, y ella gimió de placer. Fue un beso atrevido, apasionado, que clamaba más; y Sophie quiso más de aquel beso; quiso más de él.
Posó las palmas de las manos en su pecho y sintió el tacto de sus fuertes músculos a través de la camisa, y estuvo a punto de volver a gemir cuando los notó flexionarse. Hincó los dedos en la camisa y atrajo a Vito hacia sí. Necesitaba sentir aquellos pectorales prietos contra sus ansiosos senos. Le rodeó el cuello con las manos y se elevó los pocos centímetros necesarios para situarse a la misma altura que él; necesitaba sentir toda la tensión de aquel cuerpo.
Él no la defraudó. En cuestión de segundos la empujó contra la puerta y la rígida protuberancia de sus vaqueros empezó a ejercer presión donde más agradable resultaba. La puerta estaba fría como un témpano, pero Vito ardía mientras ella se frotaba contra él. Por fin asió sus senos y los pellizcó y jugueteó con los dedos hasta oírla gemir de nuevo.
De pronto, detuvo el movimiento de manos y caderas y apartó sus labios de los de ella.
– No. -La palabra sonó quejumbrosa, pero Sophie estaba demasiado excitada para prestar atención a eso-. Sophie, mírame. -Ella abrió los ojos. Vito se encontraba tan cerca que podía contar todas y cada una de sus pestañas-. Yo ya te he dicho lo que deseaba. Necesito que tú hagas lo mismo; dime qué quieres.
La obligaba a decirlo.
– A ti. -Las dos palabras brotaron en un susurro-. Te quiero a ti.
Él exhaló un suspiro.
– Hace mucho tiempo que no estoy con nadie. No podré ir despacio esta vez.
«Esta vez.»
– Pues no lo hagas.
Con lentitud, él asintió; bajó las manos hasta asir el elástico del jersey de ella y se lo pasó por la cabeza. Cuando este se enredó con su pelo, soltó una jadeante carcajada. Entre los dos lo desenmarañaron, y él se puso serio al contemplar el delicado encaje blanco de su sujetador.
Tragó saliva.
– Dios, qué bella eres.
Introdujo los dedos bajo el borde festoneado de la prenda y rodeó con ellos sus senos, y al hacerlo evitó expresamente rozar los pezones que ya hacían sobresalir el encaje. Las manos le temblaban.
Sophie notaba el corazón aporrearle el pecho.
– Tócame, Vito. Por favor.
Los ojos de él volvieron a centellear y, de nuevo con movimientos rápidos, la despojó de la prenda de encaje desabrochándole el cierre delantero. Ella no dispuso más que de un instante para sentir la frescura del aire en su piel antes de que él le rodeara un seno con la cálida palma de la mano y el otro con su aún más cálida boca. Ella entrelazó los dedos en su negro y ondulado cabello y lo atrajo hacia sí; luego cerró los ojos y se dispuso a sentir. Qué bien le sentaba aquello; cuánto lo necesitaba.
Pero él se incorporó antes de lo que esperaba.
– Sophie, mírame.
Ella le hizo caso. Vito tenía los labios húmedos y los ojos como brasas.
– ¿Dónde tienes la cama?
Ella se estremeció y elevó los ojos al techo.
– Arriba.
Él esbozó una rápida y pícara sonrisa:
– Ya está arriba.
Se le acercó para besarla. Ella le desabotonó a tientas la camisa y él le bajó la cremallera de los pantalones. Salieron de la cocina a trompicones, despojándose de prendas a un ritmo frenético a medida que se aproximaban a la escalera. Él se detuvo en el primer peldaño y la empujó contra la pared. Estaba completamente desnuda, pero él aún llevaba puestos los calzoncillos. Apartó los ojos de su rostro y los bajó para admirar su cuerpo mientras el pecho le subía y le bajaba como si cada vez tuviera que obligar a sus pulmones a respirar.
– Eres preciosa.
Sophie había oído antes aquellas palabras. Quería creer que eran ciertas, pero las palabras eran solo eso: palabras. Lo que contaba eran los hechos. Casi con desesperación, aferró la cabeza de Vito y lo besó con fuerza. Él soltó un gruñido y se hizo con el control del beso. Profundizó en él mientras recorría la espalda de Sophie con las manos. Le acarició las nalgas y la atrajo hacia sí. Ella notó palpitar su erección; empezó a mover las caderas y se acercó para frotarse contra él, pero necesitaba más.
– Vito, por favor. Ahora.
Un escalofrío sacudió el cuerpo de Vito a pesar de que Sophie notaba en las palmas de las manos su piel ardiente, y en ese instante supo que estaba tan a punto como ella. Él retrocedió y la tomó de la mano para conducirla arriba, pero ella deslizó las manos bajo el elástico de sus calzoncillos y se los bajó. Tampoco esta vez la defraudó; rodeó su miembro con la mano y lo oprimió, lo cual le arrancó un peculiar gemido.
– Sophie, espera.
– No. Aquí. Ahora. -Se apoyó en él y le mordisqueó el labio. Tenía una mano posada sobre su pecho, ejerciendo presión sobre sus fuertes músculos. Lo miró a los ojos; se sentía segura. Aquello era puro sexo, lo sabía muy bien-. Ahora.
Ella lo empujó y se montó a horcajadas sobre sus caderas mientras él se agachaba hasta quedar sentado en la escalera.
– Sophie, no…
Ella lo interrumpió cubriéndole la boca con la suya; luego descendió y lo introdujo en su cuerpo. Lo notó caliente, y grande, y duro, y cerró los ojos ante la sensación de plenitud.
– Has dicho que me deseabas.
– Sí.
Él la aferró por las caderas e hincó los dedos en su piel.
– Pues tómame. -Arqueó la espalda y al hacerlo lo introdujo más en ella. Luego abrió los ojos y observó cómo él los cerraba despacio, cómo su mentón de barba incipiente se tensaba, cómo su atractivo cuerpo se ponía completamente rígido. Entonces empezó a moverse, primero despacio, luego con más rapidez y vigor al notar que se aproximaba al clímax.
Alcanzó el orgasmo con un grito y se dejó caer hacia delante, asiéndose al escalón inmediatamente superior. Besó con fuerza a Vito y su boca ahogó el gemido que él emitió mientras sacudía las caderas con movimientos salvajes. Entonces su espalda se tensó y empujó con movimientos espasmódicos al culminar su placer.
Jadeando como si acabara de echar una carrera, se apoyó hacia atrás sobre los codos y dejó caer la cabeza hasta posarla sobre la escalera. Durante unos segundos ninguno de los dos dijo nada. Luego Sophie se hizo a un lado y se sentó en el escalón inferior. Se sentía relajada y… la mar de bien. Dio unas palmaditas en el muslo de Vito, pero él se puso rígido y se apartó. Al volverse a mirarlo, vio que él la estaba mirando a ella. Pero en sus ojos no descubrió satisfacción y placer sino una rabia feroz.
– ¿Qué demonios hemos hecho? -soltó con acritud.
14
Miércoles, 17 de enero, 00:05 horas
Sophie se quedó con la boca abierta.
– ¿Qué?
– Ya me has oído. -Se puso en pie y la dejó desnuda en el escalón, mirándolo. Tomó sus calzoncillos y se los puso; luego se marchó a la cocina. Cuando regresó llevaba puestos los pantalones y en la mano las prendas de Sophie. Se las arrojó, pero ella no hizo el mínimo gesto para recogerlas.
Tenía todo el cuerpo entumecido, pero ya no se debía al placer.
– ¿Por qué estás tan enfadado?