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Él se la quedó mirando con los brazos en jarras.

– Estás de broma, ¿no?

– Has dicho que me deseabas y me has tenido. -Una oleada de furia se abrió paso a través del entumecimiento y la hizo ponerse en pie de un salto-. ¿Cuál es el problema? ¿No te ha gustado lo suficiente? -Añadió eso último con desdén porque el dolor estaba desplazando a la ira.

– Me ha gustado muchísimo. Pero lo que hemos hecho… -Señaló la escalera-. No es lo que yo quería. -Sus labios se tensaron y su voz también-. Lo único que hemos hecho ha sido… follar.

La ordinariez la ofendió.

– ¿Tan utilizado te sientes? Has obtenido lo que habías venido a buscar, Vito. Si no te ha gustado, al menos es gratis.

Él vaciló.

– Sophie, yo no he venido a buscar nada. -Se encogió de hombros, incómodo-. He venido a hacerte el amor.

Aquellas palabras resultaban insultantes.

– Tú no me amas, Vito -soltó Sophie con amargura.

Él tragó saliva y pareció elegir bien sus palabras.

– No, no te amo. Todavía no. Pero algún día… Algún día puede que te ame. Sophie, ¿has hecho el amor alguna vez?

Ella alzó la barbilla; notaba muy cerca la amenaza de las lágrimas.

– No te atrevas a burlarte de mí.

Él exhaló un suspiro. Luego se inclinó y recogió la ropa interior de Sophie.

– Ponte esto.

Ella tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

– No. Quiero que te vayas.

– No pienso irme hasta que hablemos. -Volvía a tratarla con amabilidad-. Sophie. -Sacudió la cabeza y le tendió la ropa interior-. Ponte esto, si no te lo pondré yo.

A ella no le cabía duda de que lo haría, así que le arrancó la ropa de la mano. Cuando se hubo subido las braguitas extendió los brazos hacia delante; no llevaba puesto nada más.

– ¿Satisfecho?

Él entornó los ojos.

– Ni mucho menos.

Se dispuso a pasarle el jersey por la cabeza como si fuera una niña de cinco años, pero ella lo apartó a codazos.

– Puedo hacerlo yo -dijo entre dientes. Introdujo los brazos en las mangas y luego se puso los pantalones-. Ya estoy vestida. Ahora haz el favor de marcharte de mi casa.

Él la empujó hacia la sala de estar.

– Deja de pelearte conmigo.

La sentó en el sofá.

– Pues deja de comportarte como un imbécil -le espetó ella. Entonces se vino abajo; sus ojos se desbordaron y aparecieron las lágrimas-. ¿Qué quieres de mí?

– No lo que es evidente que sabes dar. Por lo menos, aún no.

Ella, furiosa, se enjugó las mejillas.

– No he estado con muchos hombres. ¿Sorprendido?

Él siguió allí plantado, de nuevo con los brazos en jarras. Aún estaba enfadado, pero su enfado ya no iba dirigido a ella. «Estupendo.» Sin embargo, ella sí que seguía enfadada con él.

– No -musitó él-. No estoy sorprendido.

– Hasta ahora ningún «cliente» se había mostrado descontento. Solo tú.

Ante eso, él hizo una mueca.

– Lo siento. Tú me gustas y hacía mucho tiempo que no estaba con nadie, y… Sophie, lo que hemos hecho ha sido increíble. Pero… no es más que sexo.

Ella dio un suspiró ex profeso.

– ¿Y qué esperabas? ¿Velas? ¿Música? ¿Abrazarme después y susurrar promesas que no piensas cumplir? No, gracias.

Los ojos de Vito centellearon.

– Yo no hago promesas que no pienso cumplir.

– Qué caballeroso. -De pronto Sophie se sintió muy cansada y recostó la cabeza en el sofá-. Has dicho que querías que fuera rápido y ha sido rápido. Si te he decepcionado, lo siento.

Él se sentó a su lado y ella se estremeció al notar que le acariciaba la mejilla con el pulgar.

– Lo que he dicho era que no podría ir despacio. -Deslizó los dedos entre el pelo que le cubría la nuca y le volvió la cabeza para que lo mirara. La suavidad de su tono hacía que a Sophie volviera a palpitarle con fuerza el corazón, pero se negó a abrir los ojos-. No es lo mismo eso que acabar rápido porque eso es todo. -Le besó los párpados y luego las comisuras de los labios-. Hay muchas cosas que quiero hacer contigo, para ti. -La besó en la boca con dulzura, con paciencia-. Hay muchas cosas que quiero hacerte. -Ella tembló y notó que los labios de él esbozaban una sonrisa-. ¿No quieres saber cuáles son? -la provocó, y ella sintió que todas sus terminaciones nerviosas se tensaban.

– Creo que sí -susurró, y él se echó a reír con ganas.

– Sophie, dos personas cualesquiera pueden practicar sexo. Tú me gustas, me gustas mucho. Por eso quiero algo más.

Ella tragó saliva.

– A lo mejor no puedo darte nada más.

– A mí me parece que sí -susurró-. Sophie, mírame. -Ella se esforzó por mirarlo, temerosa de lo que iba a encontrar. Podía soportar el sarcasmo y el desprecio; sabía bien cómo hacerles frente. La lástima le costaría más. Sin embargo, lo que vio en los ojos de Vito fue puro deseo, aplacado por la ternura y cierta dosis de humor autocrítico-. Deja que te enseñe la diferencia entre follar como animales y hacer el amor.

En el fondo Sophie sabía que tenía que haber algo más, que ella nunca había compartido con nadie lo que compartían las verdaderas parejas. En el fondo sabía que lo único que ella hacía era… Se estremeció. Lo único que ella hacía era follar como un animal. Por algún motivo siempre le había resultado más fácil así. Pero en el fondo siempre había querido conocer la diferencia.

Él le mordisqueó el labio inferior.

– Vamos, Sophie, te gustará más.

Sophie miró hacia la escalera.

– ¿Más que eso?

Él sonrió al saberse casi victorioso.

– Te lo aseguro.

Se puso en pie y le tendió la mano.

Ella se la quedó mirando.

– ¿Y si no quedo del todo satisfecha?

– Yo no hago promesas que no pienso cumplir. -La ayudó a ponerse en pie-. Si no quedas del todo satisfecha, supongo que tendré que esforzarme hasta que lo estés. -Le rodeó la barbilla con la maño y le rozó los labios con los suyos-. Ven conmigo a la cama, Sophie. Tengo que enseñarte muchas cosas.

Ella exhaló un suspiro trémulo.

– De acuerdo.

Miércoles, 17 de enero, 5:00 horas

Vito se levantó con sigilo de la cama donde Sophie dormía ovillada como un gatito; un gatito bello que se dejaba educar. Movió los hombros. Un gatito de uñas afiladas. Se las había clavado en la espalda la última vez, esa en que la había hecho volar tan alto… Aún se estremecía al recordarlo. Nada le gustaría más que volver a notar cómo le clavaba las uñas, pero tenía que regresar a casa y cambiarse para afrontar el día.

Otro día identificando cadáveres, y llevando malas noticias a las familias. Otro día tratando de detener al asesino antes de que hubiera más cadáveres y más familias afligidas. Vito se vistió y estampó un beso en la sien de Sophie. Por lo menos había un cliente satisfecho.

Miró alrededor en busca de algo donde poder dejarle una nota. No quería marcharse sin decirle adiós; tenía la impresión de que era algo que le había sucedido ya demasiadas veces a lo largo de los años, que muchos hombres habían tomado lo que deseaban y se habían marchado dejándola con la convicción de que eso era todo.

En la mesilla no había papel, a menos que quisiera utilizar el envoltorio de los caramelos; pero no pensaba hacerlo. Una fotografía enmarcada captó su atención. La llevó hasta la ventana y la acercó a la luz procedente de las farolas. Era una joven de pelo largo y moreno y grandes ojos; parecía tomada durante los años cincuenta. Estaba sentada de medio lado y miraba por encima del respaldo de una silla hacia lo que parecía el espejo de un camerino. Vito pensó en el padre de Sophie, un actor francés con quien ella no había compartido mucho tiempo hasta poco antes de su muerte. Se preguntó si aquella era su madre, pero dudaba que hubiera colocado el retrato junto a su cama.