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– Le digo que no sé de qué me está hablando.

– ¿No sabe nada de un cementerio múltiple en un terreno del norte de la ciudad? El mismo policía que vino a verme es el que lleva el caso.

«Mierda.» Rió con incredulidad.

– No sé nada de ningún cementerio. Todo cuanto sé es que mis piezas las tengo yo. Si la policía ha encontrado una silla, es posible que sea una copia hecha por alguno de esos idiotas a quienes les gusta recrear batallitas. Pero tengo que confesarle que me pica la curiosidad. ¿Qué sabía la policía?

– Tienen un informador. Una arqueóloga.

Eso tenía sentido. Después de todo, así era como él había localizado al vendedor de antigüedades.

– ¿Cómo se llama la arqueóloga?

– Sophie Johannsen.

Por un instante su corazón dejó de latir. A continuación lo invadió la furia y el pulso se le disparó.

– Ya.

– Da clases los martes a última hora de la tarde en la Universidad Whitman, en Filadelfia. También trabaja en el Albright. Tengo su dirección en casa.

Él también la tenía. Sabía que vivía sola con dos caniches de colores que no suponían la mínima amenaza. Sin embargo, resopló para hacerse el ofendido.

– Por el amor de Dios, no tengo ninguna intención de ir a buscarla. Lo preguntaba por simple curiosidad.

Hubo una pausa y cuando el hombre volvió a hablar su tono era tranquilo, aunque sus amenazantes palabras fueron altas y claras.

– Si yo fuera usted, aparte de curiosidad tendría otras cosas. En cuanto a nosotros, no pensamos aparecer como implicados en nada que haya hecho. En caso necesario, no dudaremos en proteger nuestros intereses. No vuelva a llamarnos, no queremos más tratos con usted.

Se oyó un clic y luego silencio. Le habían colgado el teléfono. Dejó el móvil sobre el escritorio, desconcertado. Tenía que taponar las filtraciones, y rápido. Mierda. Su intención era mantenerlas disponibles para orientar su investigación hasta que el juego hubiera terminado.

Tendría que buscarse otra fuente de información.

Miércoles, 17 de enero, 9:30 horas

– En este momento el doctor Pfeiffer está con un paciente, detective. -La recepcionista, Stacy Savard, lo miraba con el entrecejo fruncido desde el otro lado del cristal que separaba el despacho de la sala de espera-. Tendrá que esperar o volver más tarde.

– Mire señora, soy detective de homicidios. Solo me dejo caer cuando ha muerto alguien a quien aún no le tocaba. ¿Podría hacer el favor de pedirle al doctor que me reciba lo antes posible?

La mujer lo miraba con los ojos muy abiertos.

– ¿De homicidios? ¿Quién ha muerto? Puede contármelo, detective. El doctor me lo cuenta todo.

Vito le sonrió con toda la paciencia de que fue capaz.

– Esperaré allí.

Pocos minutos después, un hombre de edad se acercó a la puerta.

– ¿Detective Ciccotelli? La señorita Savard me ha dicho que quería verme.

– Sí. ¿Podemos hablar en privado? -Siguió al doctor hasta su consulta.

Pfeiffer cerró la puerta.

– Esto es muy desagradable. -Se sentó detrás de su escritorio-. ¿Cuál de mis pacientes es el sujeto de su investigación?

– Claire Reynolds.

Pfeiffer se estremeció.

– Siento oír eso. La señorita Reynolds era una joven encantadora.

– Entonces, ¿hacía mucho tiempo que la conocía?

– Ah, sí. Llevaba visitando a Claire… al menos cinco años.

– ¿Puede decirme qué tipo de persona era? ¿Extrovertida? ¿Tímida?

– Muy extrovertida. Claire participaba en los juegos paralímpicos y organizaba muchas actividades en su barrio.

– ¿Qué tipo de aparatos ortopédicos utilizaba Claire, doctor Pfeiffer?

– No lo recuerdo de memoria. Espere un momento. -Sacó una carpeta del cajón de un archivador y la hojeó.

– Un historial extenso -comentó Vito.

– Claire formaba parte de un estudio experimental que dirijo, sobre un nuevo modelo del microprocesador que llevaba en la prótesis de la rodilla.

– ¿Un microprocesador? ¿Como un chip informático?

– Sí. Las piernas ortopédicas más antiguas no son muy estables cuando el paciente sube y baja escaleras o camina rápido. El microprocesador comprueba constantemente la estabilidad y efectúa los ajustes necesarios. -Ladeó la cabeza-. Como el ABS de los coches.

– Ahora lo entiendo. ¿Cómo se activa?

– Funciona con una batería que los pacientes cargan por la noche. La mayoría puede utilizarlo más de treinta horas antes de que la batería se agote.

– Entonces, ¿Claire llevaba un nuevo microprocesador en la rodilla?

– Sí. Debería haber venido a visitarse con regularidad. -Bajó la cabeza, avergonzado-. No me había dado cuenta hasta ahora de cuánto tiempo ha pasado.

– ¿Cuándo vino a visitarse por última vez?

– El doce de octubre, hace más de un año. -Frunció el entrecejo-. Tendría que haberla echado en falta antes. ¿Por qué no me di cuenta? -Revolvió unos cuantos papeles más y se recostó en el asiento, aliviado-. Aquí está el por qué. Se trasladó a Texas. Su nuevo médico, el doctor Joseph Gaspar de San Antonio, me envió una carta. En su cuadro de seguimiento consta que a la semana siguiente le enviamos una copia de su historial.

Era la segunda vez que alguien recibía una carta relativa a la desaparición de Claire Reynolds. Primero, la dimisión de la biblioteca; ahora, esto.

– ¿Me dará la carta?

– Claro.

– Doctor, ¿puede hablarme de los lubricantes de silicona?

– ¿Qué quiere saber?

– ¿Cómo se utilizan? ¿Dónde se consiguen? ¿Los hay de varios tipos?

Pfeiffer tomó una botella como de champú de encima de su escritorio y se la entregó a Vito.

– Esto es lubricante de silicona. Ande, pruébelo.

Vito se echó unas gotas en el pulgar. Era inodoro, incoloro y dejaba un residuo satinado en la piel. Las muestras que Katherine había extraído de Warren y Brittany eran blancas porque estaban mezcladas con escayola.

– ¿Para qué se usa?

– Las personas a quienes les han amputado una pierna por encima de la rodilla, como la señorita Reynolds, suelen usar uno de los dos sistemas de suspensión que existen para sujetar la prótesis. El primero consiste en utilizar una funda, como esta. -Pfeiffer buscó en el cajón y extrajo lo que parecía un preservativo gigante con un perno metálico en un extremo-. El paciente se coloca la funda sobre el muñón; queda muy ajustada. Luego el perno metálico se engancha a la prótesis. Algunos pacientes se aplican lubricante de silicona debajo de la media, sobre todo si tienen la piel sensible o deteriorada.

– ¿Claire Reynolds utilizaba ese sistema?

– A veces, pero los pacientes jóvenes como Claire suelen utilizar el sistema de succión. Funciona como su nombre indica: el miembro artificial se sujeta por succión y se retira mediante una válvula de aire. En ese caso la piel entra en contacto directo con el plástico de la prótesis. Quienes utilizan el sistema de succión casi siempre usan lubricante.

– ¿Quién se lo proporciona a sus pacientes? -preguntó Vito al tiempo que le devolvía la botella.

– Yo mismo, o lo piden directamente al distribuidor. La mayoría vende por internet.

– ¿Y la fórmula? ¿Hay muchas?

– Las básicas son un par. Pero hay muchas empresas de productos naturales que ofrecen mezclas específicas, con hierbas medicinales y cosas así. -Tomó una revista de su escritorio y hojeó las últimas páginas-. Como estas.

Vito asió la revista y echó un vistazo a los anuncios.

– ¿Puedo quedármela?

– Claro. También le pediré a la señorita Savard que le prepare una muestra del lubricante.

– Gracias, doctor. Sé que hace más de un año que no ve a la señorita Reynolds, pero me pregunto si recuerda cuál solía ser su estado de ánimo. ¿Era una persona alegre o triste? ¿Solía estar malhumorada, o preocupada? ¿Tenía novio?