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– Gracias.

– Esas dos personas -dijo Yuri en inglés señalando la carpeta de Vito-, ¿no están bien?

Vito negó con la cabeza.

– No, señor. No están nada bien.

Miércoles, 17 de enero, 18:25 horas

Vito aguardó a que Sophie estacionara el coche de su abuela en el aparcamiento de la comisaría. Cuando salió del vehículo, entrelazó su pelo con una mano y la besó tal como llevaba deseando desde que la viera cruzar el vestíbulo de la biblioteca. Cuando levantó la cabeza, ella suspiró.

– Temía haberlo imaginado. -Ella se puso de puntillas y lo besó con suavidad-. Haberte imaginado.

Dedicaron unos instantes a mirarse. Luego Vito se esforzó por retroceder.

– Gracias. Me has ahorrado tener que esperar a un intérprete durante horas. -La tomó de la mano y la guió hacia la puerta de la comisaría.

– Ha sido un placer. Yuri Petrovich me ha dicho que vendrá al museo a dar una charla.

Vito la miró sorprendido.

– Pensaba que el Albright no te gustaba y que estabas esperando el momento oportuno para marcharte -dijo, y los labios de Sophie se curvaron.

– Las cosas cambian. Ya sabes, Vito, los intérpretes tienen buenos sueldos, y cobran las horas extras.

– Intentaré destinar algo de dinero del presupuesto.

«Si no es posible, le pagaré en especie.»

Ella lo miró con el entrecejo fruncido mientras caminaban.

– Ya te he dicho que ayudarte ha sido un placer. -Arqueó las cejas-. Esperaba que el pago también lo fuera.

Vito soltó una risita.

– Tranquila, ya se me ocurrirá algo. Cuéntame cómo te ha ido el día, Sophie Alexandrovna. ¿Has recibido algún otro regalito de la mujer de Brewster?

– No. -Se quedó pensativa-. En realidad, ha sido un día muy agradable.

– Explícame qué has hecho.

Ella lo hizo, y ante las anécdotas de las visitas Vito se echó a reír de nuevo en el preciso momento en que el ascensor llegaba a su planta.

– Hola -saludó Vito a Nick cuando entró con Sophie en la oficina-. Hemos dado en el clavo con lo de la biblioteca. Ya tenemos la identidad de la pareja de ancianos.

– Bien -dijo Nick, pero en su voz no había energía alguna-. Hola, Sophie.

– Hola, Nick -lo saludó ella en tono cauteloso-. Me alegro de volver a verte.

Nick hizo amago de sonreír.

– Veo que esta vez la visita es oficial. Lo digo por la placa -añadió.

Sophie miró la placa temporal que le habían entregado en el mostrador de la entrada.

– Sí. Ahora formo parte del club. Ya me sé la contraseña e incluso el saludo secreto.

– Eso está muy bien -dijo Nick en voz baja, y Vito frunció el entrecejo.

– Por favor, no me digas que hay otro cadáver; eso me arruinaría el día por completo.

– No, al menos que sepamos. Estoy así por el contestador automático, Chick. Es horroroso.

– ¿Horroroso? ¿No se oye?

– No, lo horroroso es precisamente lo que se oye -respondió Nick con abatimiento-. Enseguida podrás escucharlo por ti mismo. -Se incorporó en la silla y se esforzó por sonreír-. Pero no me tengas en vilo. Dime, ¿quiénes son la dos-uno y la dos-dos?

Vito había telefoneado al departamento de desaparecidos durante el camino de regreso desde la biblioteca.

– Arthur y Carol Vartanian, de Dutton, Georgia. Y, no te lo pierdas, él es un juez retirado.

Nick pestañeó.

– Joder.

– Siéntate, por favor -le indicó Vito a Sophie acercándole la silla de su escritorio-. Voy a ver si encuentro por aquí la foto de la marca de la mejilla de la víctima. Cuando hayamos acabado, podrás marcharte con tu abuela.

Ella asió a Vito por la manga del abrigo cuando este se disponía a alejarse.

– ¿Y luego?

Nick aguzó el oído, más animado.

– ¿Y luego? -repitió con discreción.

Vito le sonrió a Sophie e ignoró por completo a Nick.

– Depende de a qué hora salga de aquí. Sigo queriendo conocer a tu abuela, si es posible.

– ¿Conocer a su abuela? -preguntó Nick-. ¿Tiene eso algún doble sentido?

Sophie se echó a reír.

– Hablas igual que mi tío Harry.

Liz salió de su despacho.

– Has vuelto. Y usted debe de ser la doctora Johannsen. -Estrechó con firmeza la mano a Sophie-. Le estamos muy agradecidos por todo lo que ha hecho.

– Por favor, llámeme Sophie. Ha sido un placer.

– ¿Tienes la foto de la mejilla de la víctima, Liz?

– No. Katherine ha dicho que la traería a la reunión. Nos esperan en la sala, así que deberíamos irnos. Sophie, ¿puede esperarnos en la cafetería? Está en la segunda planta. Con un poco de suerte Vito se las arreglará para que la reunión sea corta. Mi canguro ya está haciendo horas extra.

– Claro. Llevo el móvil, Vito. Llámame cuando estéis a punto para enseñarme las fotos.

Sophie se dirigió al ascensor y Liz miró a Vito con una especie de sonrisita burlona.

– No me habías dicho que fuera tan joven.

– Y guapa -lo provocó Nick con voz cantarina.

Vito quiso hacer una mueca pero solo pudo sonreír.

– Sí que es guapa, ¿verdad?

White Plains, Nueva York,

miércoles, 17 de enero, 18:30 horas

Había sido un día muy gratificante. Al principio le había dado la impresión de que todo se tambaleaba, pero al final pintaba bastante bien. El día había empezado con muchos cabos sueltos, pero para entonces ya los había eliminado todos excepto uno. Para guardar un secreto hacía falta que solo una persona lo conociera; esa misma mañana su anticuario se lo había dejado bastante claro. No lamentaba haberse aprovechado de sus servicios. A fin de cuentas uno no podía pretender comprar un sable auténtico, del año 1422, en Wal-Mart. Para adquirir objetos especiales hacían falta contactos especiales. Por desgracia el anticuario tenía una cadena de proveedores que aumentaban el riesgo de forma considerable.

Y, como para guardar un secreto hacía falta que solo una persona lo conociera, había sido necesario eliminar a toda la cadena. Todos habían desaparecido con facilidad y sin armar escándalo. Por mucho que la policía quisiera seguir preguntando por sillas con clavos no hallaría respuestas. El anticuario había callado para siempre.

– ¿Qué tal va por ahí detrás, Derek? -gritó hacia la parte trasera de la furgoneta, pero no obtuvo respuesta. Sería un milagro que Harrington estuviera despierto. Pensándolo bien, tal vez habría sido mejor reducir la dosis. Le había administrado la misma cantidad que a Warren, Bill y Gregory, y los tres medían el doble que él. Esperaba que Derek no hubiera muerto, tenía otros planes para él.

También tenía planes para la doctora Johannsen. No quería matarla de buenas a primeras. Acabaría muriendo, pero en el momento y de la forma que él decidiera. Con su estatura, no tendría que preocuparse por la dosis. Para cuando diera la medianoche ya habría eliminado todos los cabos sueltos y tendría bien atada a su reina, de modo que podría concentrarse en lo que en realidad importaba.

En acabar el videojuego y llevar la fama a oRo, y por extensión a sí mismo. Por fin tenía su sueño al alcance de la mano.

Miércoles, 17 de enero, 18:45 horas

– Perdonad -se disculpó Vito al cerrar la puerta tras de sí. Todos se encontraban presentes: Jen, Scarborough, Katherine, Tim y Bev. Brent Yelton, del departamento de informática, se había unido a ellos, lo cual Vito esperaba que fuera una buena señal-. Gracias por esperarme.

Jen levantó la vista del portátil.

– ¿Habéis conseguido identificar a la pareja?

– Sí, por fin. -Vito se dirigió a la pizarra y escribió los nombres en las dos primeras casillas de la segunda fila de la tabla de tumbas-. Son Arthur Vartanian y su esposa, Carol, de cincuenta y seis y cincuenta y dos años respectivamente. Proceden de una pequeña localidad de Georgia llamada Dutton.

– Él era un maldito juez -añadió Nick, dejándose caer en la silla contigua a la de Jen.