– Qué interesante -observó Scarborough-. Arthur Vartanian es la víctima del único crimen visceral. Tal vez fuera él quien sentenciara al asesino a cumplir condena.
– Pero ¿por qué los mató? Y ¿por qué aquí y no en Dutton? -preguntó Katherine-. Y ¿por qué ha dejado dos fosas vacías?
Vito suspiró.
– Añadiremos esas preguntas a la lista. Vamos con la cinta.
– Por eso he venido -aclaró Scarborough-. Nick quería que yo la oyera.
Nick le entregó un CD a Jen y esta lo introdujo en su portátil. Luego orientó los pequeños altavoces que había conectado al ordenador y lo volvió hacia Nick.
– Yo ya lo he oído cuatro o cinco veces -dijo Nick-. Hay fragmentos sin sonido que pasaremos deprisa. El departamento técnico ha limpiado la cinta cuanto ha podido, pero en parte el ruido de fondo se debe a que la llamada está hecha desde un móvil. Por otra parte, el auricular estaba tapado. Puede que el teléfono estuviera oculto en un bolsillo o algo así.
– Hemos rastreado las llamadas de Jill Ellis -explicó Jen-. Telefoneó a Greg al móvil ayer por la tarde, a las tres y media. La llamada la recibió a las cuatro y veinticinco.
Nick accionó el «play» y el CD empezó con un grito irregular que puso a todos los pelos de punta.
«Grita cuanto quieras. Nadie puede oírte y nadie te salvará. Los he matado a todos.»
La grabación prosiguió con el asesino asegurándole a Greg que iba a sufrir y este implorando perdón con voz lastimera.
«Ha llegado el momento de que viajes en la máquina del tiempo. Ahora verás lo que les ocurre a los ladrones.»
Nick avanzó rápido.
– Lo arrastra durante un minuto, luego se oye un estruendo, una especie de portazo. Y luego esto. -Accionó de nuevo el «play» y se oyeron unos chirridos de fondo-. Hay unos cinco minutos sin sonido, y luego… -Volvió a poner el aparato en marcha.
Se oyó un sonido metálico y a continuación, la voz del asesino.
«Bienvenido a mi mazmorra, señor Sanders. No disfrutará nada de su estancia.»
Otro ruido sordo, luego el volumen disminuyó.
– Creemos que le quitó el abrigo a Greg y lo colgó cerca. El móvil sigue conectado, pero hay fragmentos en que el sonido es muy bajo. -Nick apretó la mandíbula-. Sin embargo en otros es demasiado alto.
«Eres un ladrón y… has de pagar… la ley.»
Otra vez arrastraba cosas y hacía ruido y Greg Sanders volvía a suplicar de forma febril, y Vito sintió náuseas. Luego se oyeron más chirridos.
– Está arrastrando algo -dijo Nick, y cerró los ojos con fuerza mientras aguardaba.
El grito perló de sudor la frente de Vito.
– ¿Qué demonios ha sido eso?
– No te preocupes -dijo Nick con ironía-. Volverás a oírlo.
Y así fue; Greg Sanders volvió a gritar.
«Cabrón. Maldito cabrón. Oh, Dios.» Se oyó un ruido espantoso y los gritos de Greg pasaron a ser gemidos.
«Mira qué me has hecho hacer. Qué desastre. Siéntate. Siéntate.» Se oyeron más chirridos y más ruidos de arrastre, y una respiración jadeante propia de haber realizado un esfuerzo.
«Ahora podemos seguir.»
«Eres… un cabrón. -Era la voz de Greg, muy débil-. Mi mano… Mi…» -Un agónico sollozo entrecortado.
«Y… el pie. Ahora verás… ladrón… robar… iglesia… castigo especial.»
Siguieron más palabras. Vito se acercó para oírlas mejor, pero retrocedió de golpe cuando Greg volvió a chillar. Fue un horrible alarido, en parte de agonía y en parte de terror. No parecía humano.
Liz alzó las manos.
– Nick, apágalo. Ya está bien.
Nick asintió y detuvo el CD. En la sala se hizo un denso silencio solo interrumpido por el sonido de la respiración agitada de los presentes.
– Más o menos termina así -dijo Nick-. Se oyen unos cuantos gritos más y me parece que luego Greg muere. Después de cinco minutos de silencio, la cinta termina. Uno de los técnicos está intentando identificar los sonidos, los chirridos y los golpes.
Scarborough exhaló un suspiro quedo.
– Llevo veinte años ejerciendo de psicólogo y nunca había oído nada parecido. Ese asesino no muestra el menor remordimiento, y entre ruido y ruido no me ha parecido notar ira alguna en su voz, solo desprecio.
Jen retiró la mano de su boca, donde la había mantenido durante la mayor parte de la grabación.
– Ha dicho «robar… iglesia» -observó vacilante-. ¿Greg robó a alguien en una iglesia, o algo de una iglesia? ¿Lo habrá matado en una iglesia?
– Antes de cortarle el pie, estaba cantando un salmo. Ha dicho ecclesia -aclaró Tim.
– Yo también lo he oído. Es latín -explicó Vito-. Es que de pequeño fui monaguillo -añadió al ver que Nick lo miraba con sorpresa-. Va en serio.
Tim se enjugó la frente con el pañuelo.
– A mí también me lo ha parecido. He oído esa palabra muchas veces en misa. La cuestión es por qué utiliza el término en latín.
– Me gustaría saber qué hizo con la mano y el pie de Gregory -dijo Katherine en voz baja-. No estaban con el cadáver.
– Ni por allí cerca -añadió Jen-. Rastreé la zona con perros.
Vito miró a Thomas.
– Le ha dicho a Greg que iba a viajar en su máquina del tiempo y luego le ha dado la bienvenida a su mazmorra. ¿Está loco o qué?
Thomas sacudió la cabeza con gesto enérgico.
– En el sentido clínico, diría que no. Se ha hecho con instrumentos de tortura, bien comprándolos o bien fabricándolos él mismo. Ha engañado a sus víctimas de forma muy bien planeada. No está loco. Creo que lo de la máquina del tiempo forma parte de… la diversión.
– Diversión -repitió Vito con amargura-. No veo el momento de atrapar a ese tipo.
– Supongo que es mucho pedir que el móvil de Greg tenga GPS -dijo Liz.
Nick negó con la cabeza.
– Era desechable. Perdió la línea del anterior por no pagar las facturas.
Beverly se aclaró la garganta.
– El asesino encontró a Greg por internet, en la página de modelos. Él había colgado allí su currículum pero en él no aparecen los anuncios del servicio de limpieza séptica. Supongo que no se enorgullecía de ellos precisamente.
– Así que Munch no sabe que en Filadelfia el chico era muy popular -prosiguió Nick-. Si a eso añadimos su forma de arrastraaar las palaaabras… -Nick exageró su acento-, podemos deducir que no es de por aquí.
Vito asintió.
– Munch tiene acento del sur, igual que los Vartanian. ¿Pura coincidencia?
– A riesgo de convertirme en sospechoso -empezó Nick con ironía-, diría que no es una coincidencia.
– Los Vartanian eran de Georgia -dijo Katherine frunciendo las cejas con gesto pensativo-. Y Claire Reynolds también.
– Tienes razón -convino Vito-. Eso tampoco es una coincidencia. De hecho es el primer vínculo importante que encontramos entre las víctimas, aparte de la página de tupuedessermodelo.com. Tal vez la familia Vartanian pueda aclararnos si Arthur y Carol conocían a Claire. ¿Qué hay de las autopsias?
– He terminado la de Claire Reynolds y la de la anciana de la primera fila. No he encontrado nada más que pueda ayudaros a identificarla. Le rompieron el cuello, igual que a Carol Vartanian y a Claire. Por otra parte, me ha llegado el informe definitivo de la silicona. La fórmula es especial, en el laboratorio no saben quién la fabrica.
Vito sacó de su carpeta la revista que se había llevado de la consulta del doctor Pfeiffer esa mañana.
– El médico de Claire me ha dicho que en las últimas páginas aparecen empresas que anuncian lociones. Es evidente que Claire utilizaba una loción, pero su médico dice que se la compraba a él.
Jen tomó la revista.
– También podría habérsela comprado a alguna de estas empresas. Me encargaré de ver si alguna fabrica esa fórmula.
– Gracias. Aquí están las cartas de Claire. Una se la envió a Pfeiffer y la otra, a la biblioteca.