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Jen también tomó las cartas.

– Me las llevaré al laboratorio, junto con otros manuscritos de Claire. A ver si por fin se mueve algo.

– Muy bien. Bev, Tim, ¿qué habéis encontrado en tupuedessermodelo.com?

– De momento nada -respondió Bev-. Hemos estado buscando modelos cuyos currículums han consultado o que han recibido e-mails de E. Munch. Lo curioso es que Munch solo se puso en contacto con cuatro personas: Warren, Brittany, Bill y Greg. Con nadie más.

Vito frunció el entrecejo.

– Cuesta creerlo. ¿Cómo es posible que estuviera seguro de que iban a aceptar la oferta?

– Da la impresión de que sabía más cosas -musitó Nick-. ¿Les haría chantaje?

– Más bien parece que conocía el estado de sus cuentas corrientes -dijo Brent Yelton-. Todas las víctimas estaban en números rojos; debían miles de dólares de las tarjetas de crédito y eran totalmente insolventes.

– O sea que estamos igual que antes -dijo Nick en tono sombrío. Pero Beverly sonreía.

– No. Lo que hemos dicho es que no ha enviado más e-mails como E. Munch -explicó-, pero seguíamos pensando que Jen tenía razón esta mañana al afirmar que el nombre significaba algo, así que hemos buscado en Google y esto es lo que hemos encontrado. -De debajo de los listados, sacó un libro de arte. La página por la que estaba abierto mostraba un cuadro que Vito reconoció.

Era un personaje surrealista y de aspecto macabro con la boca espantosamente abierta. Igual que la de Greg Sanders.

– El grito -dijo Vito.

– De Edvard Munch -añadió Scarborough-. Qué nombre más acertado, dada la forma en que hizo gritar a Gregory. Ese tipo es un sociópata terrible y muy meticuloso.

Beverly hojeó el libro y dio con otro cuadro, uno aún más espantoso de estilo medieval en el que unos demonios descargaban su horrenda y macabra venganza contra las almas en pena.

– Este es El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, el Bosco. Una modelo llamada Kay Crawford recibió un e-mail de un tal H. Bosch ayer por la tarde. Todavía no le había respondido.

– Y hemos podido examinar su ordenador antes de que lo destruyan -añadió Brent satisfecho-. Bosch quería contratarla para un documental.

– La chica se ha prestado para ayudarnos -dijo Tim-. Así podremos tenderle una trampa a ese hijo de puta.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Vito.

– Me gusta la idea, mucho. Me parece que su mejor forma de ayudarnos ha sido no responder. De todos modos, le haremos venir mañana a primera hora. Mientras, si tenéis su ordenador, podríais contestar al e-mail vosotros y decirle que os interesa el trabajo.

Brent asintió.

– He hecho una copia del disco duro de Kay Crawford. De ese modo, si el temporizador del virus se activa mediante la respuesta, tal como yo creo, no perderemos la información.

– Estupendo. Por cierto, Liz -dijo Vito volviéndose hacia ella-, has dicho que tenías noticias de la Interpol.

– Tal vez no nos aporte nada. -De un sobre extrajo unas fotografías enviadas por fax-. Parece que el hombre que falleció en Europa, ¿Alberto Berretti?, le debía muchos impuestos al gobierno italiano y cuando murió estaban investigando sus bienes. Esperaban que sus hijos intentaran hacerse con algunas de las piezas de su colección para venderlas a coleccionistas particulares. Algunos agentes han estado vigilando durante una buena temporada a los hijos de Berretti, ya adultos. Este es uno de ellos, junto a un estadounidense de identidad desconocida.

Vito miró las fotografías.

– La imagen del rostro es bastante nítida, pero si nadie lo reconoce, no va a servirnos de mucho. De todos modos, es un punto de partida.

Bev y Tim recogieron las fotos.

– Vito, creo que ya está bien por esta noche -dijo Tim-. Ayer no dormimos nada y ya vemos doble.

– Gracias. ¿Podéis dejarme el libro de arte? Más tarde me gustaría echarle un vistazo.

– Te haré un perfil detallado -se ofreció Thomas-. Ese asesino utiliza un vocabulario muy específico. Veré si se han documentado casos así.

– Yo mañana realizaré las autopsias del chico de la bala, del de la metralla y de Greg Sanders -dijo Katherine-. Ah, aquí tienes la foto que querías de la marca de la mejilla.

Vito la tomó y la depositó en la mesa.

– Gracias, Katherine. No quería que Sophie tuviera que ir al depósito.

– Es que la chica le gusta -dijo Nick con picardía, y Katherine sonrió.

– Pues claro que le gusta. Es la niña de mis ojos. -Miró a Vito de soslayo-. Recuérdalo, Vito. Sophie es la niña de mis ojos. -Y tras esa advertencia, Katherine se marchó con Thomas.

– Iré a buscar a Sophie para que le eche un vistazo a la fotografía y luego nos marcharemos -dijo Vito-. Se dirigió a la puerta, pero se detuvo en seco-. Mierda.

Miércoles, 17 de enero, 19:10 horas

Sophie y Katherine se sentaron una al lado de la otra en un banco junto a la puerta de la sala de reuniones.

Vito se agachó frente a Sophie, que se había quedado pálida.

– ¿Qué ha ocurrido?

Ella lo miró con expresión sombría.

– Me dirigía a la cafetería cuando he recibido una llamada. Me ha parecido que debía contártelo y he subido, pero cuando me disponía a llamar a la puerta… -Se encogió de hombros con vacilación-. He oído los gritos. Ya estoy bien, solo un poco afectada.

Vito le tomó las manos; las tenía frías.

– Lo siento. Es algo horrible.

Katherine la instó a ponerse en pie.

– Vamos, cariño. Te llevaré a mi casa.

– No, tengo que ir a ver a mi abuela. -Sophie se percató de que los demás la estaban observando y puso mala cara-. Déjalo ya, solo me he llevado un susto. ¿Dónde está la foto que queríais enseñarme?

– Sophie, no es necesario que la veas ahora -dijo Katherine.

– Déjalo ya, Katherine -le espetó Sophie-. No tengo cinco años. -Se tranquilizó y suspiró-, Lo siento, pero no me trates como si fuera una niña, por favor. -Se apartó de Katherine, sensiblemente triste y dolida, y entró en la sala de reuniones.

– Cuesta aceptar que los niños crecen -musitó Liz, y Katherine soltó una débil risita.

– Puede que la trate como si tuviera cinco años, pero es que esa fue su mejor edad, que yo recuerde. -Miró a Vito-. Si me lo propongo, puedo ser muy mordaz, así que no me provoques.

Vito hizo una mueca.

– Lo que usted diga, señora. -Se dirigió a la sala de reuniones donde Sophie miraba la foto enviada por la Interpol-. Este no es Sanders. -Vito se dispuso a retirar la fotografía de la mesa, pero ella lo aferró por la muñeca como un cepo.

– Vito, yo conozco a ese hombre. Es Kyle Lombard. ¿Recuerdas que cuando el lunes por la noche te di el nombre de Brewster también te di el suyo?

– Sí. Hemos estado buscándolo pero no le hemos encontrado. Liz -la llamó-, ven aquí, por favor. ¿Estás segura, Sophie?

– Sí. Por eso he subido a buscarte. En realidad he recibido dos llamadas. La primera era de Amanda Brewster. A voz en grito me ha dicho que sabía que Alan estaba conmigo. Parece que el hombre no se ha presentado a la hora de cenar. Le he colgado. Aún no habían pasado dos minutos cuando ha vuelto a sonar el móvil. Esa vez era la mujer de Kyle.

– ¿De Kyle?

– Sí. -Sophie suspiró-. Me ha acusado de tener una aventura con Kyle.

Vito entornó los ojos.

– ¿Qué?

– Dice que oyó a Kyle hablar por teléfono sobre mí, y que ni loca me permitiría robarle a su marido tal como se lo había robado a Amanda Brewster. -Se encogió de hombros cuando Vito arqueó las cejas con gesto interrogativo-. Amanda proclamó a los cuatro vientos que una fresca había intentado destruir su feliz hogar; se enteró casi todo el mundo. La mujer de Kyle dice que ayer la llamó Amanda y le dijo que yo había entrado de nuevo en acción. Han unido fuerzas para proteger sus prósperos matrimonios.