Anna lo miró con fijeza.
– ¿Y tú? ¿También lloraste?
Vito le sonrió.
– Sí, pero que quede entre nosotros, ¿de acuerdo?
Lentamente Anna le devolvió la sonrisa.
– Conmigo tu secreto estará a salvo. Cuéntame cómo fue, Vito.
A Sophie se le formó un nudo en la garganta al oír hablar a Vito de ópera y ver que los ojos de Anna adquirían un brillo que llevaba mucho tiempo sin observar. Mucho antes de lo deseado, la enfermera Marco los interrumpió.
– A su abuela le toca la medicación, doctora Johannsen. Tiene que marcharse.
Anna exhaló un suspiro iracundo.
– Esa mujer.
Vito aún asía la mano de Anna.
– Hace su trabajo. Encantado de conocerla, señora Shubert. Me gustaría mucho volver a verla otro día.
– Está invitado, pero solo si me llama Anna. -Entornó sus perspicaces ojos con picardía-. O abuela.
Sophie alzó la mirada en señal de exasperación.
– ¡Abuela!
Pero Vito se echó a reír.
– Mi abuelo se pondría celoso si supiera que esta noche he tenido el honor de hacer compañía a la gran Anna Shubert. Volveré a verla en cuanto pueda.
Sophie se acercó a su abuela y la besó en la mejilla.
– Sé amable con la enfermera Marco, abuela. Vito tiene razón, solo hace su trabajo.
Anna frunció los labios.
– Es mezquina, Sophie.
Sophie miró a Vito con preocupación y vio que este ladeaba la cabeza, pensativo.
– ¿Por qué dice eso, Anna?
– Es mezquina y odiosa. Y cruel.
Eso era todo cuanto Sophie había conseguido que dijera en todo aquel tiempo. Dominó el repentino temblor de su mano; le había preocupado que Vito no se tomara el comentario a risa.
– Duerme, abuela. Veré qué puedo hacer para solucionar lo de la enfermera Marco.
– Eres muy buena, Sophie. -A Anna había vuelto a alegrársele el ánimo. Esbozó su tímida sonrisa-. Vuelve pronto, y tráete a tu chico.
– Claro. Te quiero, abuela. -La besó en la otra mejilla y salió deprisa, sin detenerse hasta llegar al coche. Vito se mantuvo todo el rato pegado a ella.
– No has hablado con la enfermera -dijo en voz baja.
– ¿Qué quieres que le diga? ¿Que le pregunte si maltrata a mi abuela? -Sophie notó el histerismo de su voz y suspiró para tranquilizarse-. Me dirá que no.
– ¿Hay algún indicio de maltrato?
– No. Mi abuela siempre está aseada y parece que le administran la medicación cuando la necesita. Está conectada a un monitor que controla su frecuencia cardíaca y hay algunas enfermeras que tienen experiencia en cuidados intensivos. Es una buena residencia, Vito; la busqué a conciencia. Pero aun así… se trata de mi abuela.
– Podrías… -Vito vaciló.
– Podría, ¿qué?
– Podrías instalar una cámara -dijo despacio.
– ¿Una cámara? ¿Como las que se utilizan para vigilar a los niños? -preguntó Sophie, y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
– Solo que tu niña está un poco crecidita -respondió Vito, y Sophie se echó a reír y se sintió un poco mejor.
– ¿Sabes algo de cámaras de videovigilancia?
Vito hizo una mueca.
– Sí, algo. Mi cuñado Aidan sabe un poco más. Ya le preguntaré.
– Gracias. Si hay alguna que no sea muy cara, la instalaré en menos que canta un gallo. Así Harry y yo podremos dormir tranquilos. -Le sonrió-. Gracias por venir, mi abuela se ha puesto muy contenta. Ojalá hubiera pensado antes en hacer venir a alguien que le hablara de su música. Ahora tengo que marcharme a casa. ¿Cuándo volveré a verte?
Vito la observó con cara de incredulidad.
– Cada vez que mires por el retrovisor. No pienso dejarte sola esta noche, Sophie. ¿No nos has oído? Munch, o Bosch, o como se llame podría estar vigilándote.
– Ya lo he oído y te aseguro que os escuchaba con atención; pero no puedo tener un guardaespaldas las veinticuatro horas del día, Vito. No es factible.
Los ojos de Vito echaban chispas y Sophie creyó que se iba a poner a discutir. Sin embargo, de pronto su mirada se tornó tan pícara como la de la abuela de Sophie.
– Aún me debes el premio doble que me he ganado esta mañana.
– Sí, pero tú también estás en deuda conmigo por lo de la traducción.
Él sonrió.
– Me parece que eso es lo que llaman interés compuesto.
Sophie tragó saliva. Un cosquilleo anticipatorio le recorrió el cuerpo.
– Te veré en casa.
Miércoles, 17 de enero, 21:25 horas
Iba escoltada, qué mala suerte. Frunció el entrecejo mientras observaba a Sophie Johannsen alejarse en el coche de su abuela, seguida muy de cerca por la camioneta que conducía su acompañante. Tendría que esperar a que se quedara sola.
Sabía que se dejaría caer por allí. Hacía mucho tiempo que había investigado sus movimientos bancarios y había descubierto los pagos a nombre de la residencia de ancianos. Le costaba mucho dinero. Había oído que los cuidados médicos se habían encarecido, pero aun así le sorprendió lo cara que era la residencia. Él nunca pagaría una cantidad así por que cuidaran de sus padres. Claro que eso era muy fácil de decir teniendo en cuenta que él ya no tenía padres.
Ojalá hubiera podido oír lo que decían. La próxima vez iría mejor preparado. Le habría gustado eliminar todos los cabos sueltos de una tacada, pero esa noche sería imposible. Daba igual, disponía de más estrategias. Puso en marcha la camioneta y volvió la vista atrás para mirar a Harrington, que yacía en la parte trasera atado y amordazado.
– Querías saber cuál era mi fuente de inspiración, ¿verdad? -le preguntó-. Pues estás a punto de descubrirlo.
Ya se encargaría de Sophie Johannsen al día siguiente.
Jueves, 18 de enero, 4:10 horas
Poco a poco, Vito se despertó. Había dormido de maravilla. Tras cuatro largos días de trabajo y dos breves noches en que le había enseñado a Sophie el arte de hacer el amor, estaba exhausto. Era una alumna aventajada; había asimilado todas sus enseñanzas y las había puesto en práctica dejándolo para el arrastre. Por suerte ya tenía las pilas recargadas y volvía a desearla. Extendió el brazo… y palpó la cama vacía.
Abrió los ojos de golpe. Sophie no estaba. Saltó de la cama con el corazón aporreándole el pecho. Cuando llegó a la puerta del dormitorio, se detuvo a escuchar y le tranquilizó oír el quedo sonido de la televisión procedente del piso de abajo. Se puso los pantalones y, refrenando su ímpetu, bajó los escalones de dos en dos en lugar de saltar todo el tramo de una vez.
Sophie estaba ovillada en el sofá con un tazón en las manos. A sus pies dormían las perritas, que a todas luces parecían pelucas multicolor. Al oírlo, se volvió de golpe. Ella también estaba alterada.
– Me he despertado y he visto que no estabas -dijo Vito.
– No podía dormir.
Él se detuvo frente a la mesita auxiliar donde había depositado su carpeta y el libro de arte de Beverly. Estaba abierto por la página de El grito, y Sophie lo miró con expresión de disculpa.
– No era mi intención fisgonear, no sabía que el libro estaba relacionado con el caso. Solo intentaba no pensar en… La cuestión es que la página estaba marcada. Tiene que ver con los gritos, ¿verdad?
La culpabilidad atenazó a Vito. Él dormía como un lirón mientras el recuerdo de aquellos gritos mantenía en vela a Sophie.
– Eso creemos. Lo siento, Sophie. No estaba previsto que vieras y oyeras todo eso, me gustaría habértelo evitado.
– Ahora ya está hecho -dijo ella con calma-. Lo superaré.
Él se sentó a su lado y le rodeó los hombros con el brazo, y se sintió satisfecho al notar que ella se acurrucaba. Permanecieron sentados en silencio, viendo la película en el televisor. Era en francés y Sophie no tenía puestos los subtítulos en inglés, por lo que al cabo de un minuto Vito perdió todo interés por la película y olfateó la taza que Sophie sostenía entre las manos.