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– Claro.

Sophie se detuvo en la puerta.

– Sé que quieres hacerme más preguntas, Vito. Y me parece que te imaginas lo que quiero saber yo. Pero, de momento, vamos a dejar las cosas como están. -Salió sin aguardar la respuesta. Vito, de nuevo inquieto, se levantó y empezó a caminar de un lado a otro.

Sin embargo, siempre acababa delante del libro abierto sobre la mesita auxiliar. Al final se sentó con el libro sobre las rodillas, cerró los ojos y se dispuso a recordar.

«Grita cuanto quieras. Nadie puede oírte y nadie te salvará. Los he matado a todos.»

De pronto, otras palabras hicieron eco en su mente.

«¿Estás lista para morir, Clothilde?»

«Qué mierda.»

Vito se puso rápidamente en pie al atar cabos.

– ¡Maldita, maldita, maldita sea!

– ¿Qué? -Sophie regresó corriendo, llevaba un tazón en cada mano-. ¿Qué te pasa?

– ¿Dónde está el teléfono?

Ella señaló con un tazón.

– En la cocina. ¿Cuál es el problema?

Pero Vito ya se encontraba en la cocina, marcando el número de móvil de Tino.

– ¿Tino?

– ¿Vito? ¿Sabes qué hora es?

– Despierta a Dominic. Es importante. -Miró a Sophie-. Es un maldito juego.

Ella no dijo nada. En vez de eso, se sentó frente a la mesa y bebió unos sorbos de chocolate mientras él andaba de un lado a otro como un animal enjaulado. Al final, Dominic se puso al teléfono.

– ¿Vito? -Parecía asustado-. ¿Es mamá?

Vito se sintió culpable por haber preocupado al chico.

– No, ella está bien. Dom, tengo que hablar con el chico que estuvo en casa anoche. El listillo del juego, Jesse no sé cuántos.

– ¿Ahora?

– Sí, ahora. ¿Tienes su teléfono?

– No suelo andar con él, Vito, ya te lo dije. Pero puede que Ray lo tenga.

– Pues entonces dame el número de Ray. -Vito lo anotó, y luego llamó a Nick.

– ¿Qué pasa? -Nick siempre se ponía quejumbroso cuando lo despertaban de un sueño profundo.

– Nick, anoche unos chicos estuvieron en mi casa. Estaban jugando a un videojuego de la Segunda Guerra Mundial y salió una escena en la que estrangulaban a una chica. Escúchame bien, Nick. El tío que la mata dice: «Nadie puede oírte y nadie te salvará.»

– Santo Dios. ¿Me estás diciendo que todo esto es… un juego?

– Lo que está claro es que alguna relación hay. Te espero en la comisaría dentro de una hora. Trataré de conseguir una copia del juego. Llama a Brent, Jen y… Liz. Diles que nos encontraremos allí.

Después de hablar con Nick, estampó un beso en la boca de Sophie y luego se pasó la lengua por los labios.

– Está bueno este chocolate. Recuérdame luego dónde nos hemos quedado. Ahora vístete.

– ¿Cómo dices?

– No pienso dejarte aquí sola con la única protección de esas dos pelucas multicolor.

Ella dio un hondo suspiro.

– Oye, amigo, cada vez me debes más cosas.

Vito se tranquilizó lo suficiente para darle un beso en condiciones y a ambos se les agitó la respiración.

– Pues por mí ya puedes ir acumulándome los intereses. Ahora vístete.

Jueves, 18 de enero, 7:45 horas

– El juego se llama Tras las líneas enemigas -le explicó Vito a Liz, Jen y Nick mientras Brent avanzaba las imágenes para mostrarles la escena del estrangulamiento. Estaban reunidos en torno al ordenador de Brent, en el departamento de informática, que era muy distinto al de homicidios. Al dirigirse al cubículo de Brent, Vito había contado por lo menos seis figuritas de StarTrek colocadas sobre sendos escritorios. El propio Brent tenía a toda la tripulación de la nave insignia Enterprise; el señor Spock aún estaba guardado en la caja. El chico estaba muy orgulloso de sus figuritas.

Aquello distraía la atención de Vito, pero se esforzó por concentrarse en el juego.

– Es un juego de disparos de acción en primera persona ambientado en la Segunda Guerra Mundial. El jugador es un soldado estadounidense atrapado tras las líneas enemigas. El objetivo es salir de Alemania y llegar a Suiza atravesando el territorio ocupado de Francia.

– Es un juego muy popular -comentó Brent-. Mi hermano pequeño lo quería para Navidad, pero en todas las tiendas estaba agotado.

Jen puso mala cara.

– Los dibujos son una mierda, parecen de los años noventa.

– Lo que les gusta a los chicos no es el juego en sí -explicó Brent-. Lo tengo a punto, Vito.

Vito señaló la pantalla.

– Cuando llegas aquí ya has diezmado un bunker y estás buscando a la mujer que te ha traicionado. Cuando Brent mate al último nazi aparecerá la intro.

Brent disparó por última vez y en la pantalla apareció la escena que Vito había visto el martes por la noche, con los chicos. El soldado rodeaba con las manos la garganta de la francesa y la mujer luchaba por su vida.

«No, por favor. ¡No!» La mujer forcejeaba. En la pantalla apareció un primer plano del rostro y las manos mientras ella suplicaba entre sollozos que la dejara vivir. El terror que Vito observó en aquellos ojos le puso la piel de gallina. La primera vez que vio las imágenes le parecieron demasiado reales como para sentirse cómodo; ahora comprendía por qué.

Jen ahogó un grito.

– Santo Dios, es Claire Reynolds.

«¿Estás lista para morir, Clothilde? -se burló el soldado, y ella gritó de forma escalofriante. El soldado se echó a reír-. Adelante, Clothilde, grita. Nadie puede oírte. Nadie te salvará. Los he matado a todos. Y ahora te mataré a ti.»

Siguió apretando y Clothilde empezó a retorcerse. Las manos se elevaron hasta que los pies de la chica dejaron de tocar al suelo. Ella aferró aquellas manos con las propias, clavándoles las uñas. Su mirada se inundó de pánico; empezaba a costarle respirar.

Entonces su mirada cambió. Con el horror se mezclaba la certeza de que iba a morir. Sus manos parecían garras, su boca se abría mientras luchaba desesperadamente por respirar. Al final se puso rígida y, de repente, sus ojos dejaron de mirar y sus manos se posaron sin fuerza en las muñecas ensangrentadas del soldado. Este la agitó con saña una última vez y la arrojó al suelo. Mientras el cuerpo de la chica yacía lacio, la cámara enfocó sus ojos. Estaban muy abiertos y despojados de vida.

– Clothilde es Claire -repitió Jen con un hilo de voz-. Acabamos de ver morir a Claire.

– Luego aparece una escena en que el soldado le dispara a un joven en la cabeza con una Luger -explicó Vito-. Y otra en la que lanza una granada contra un hombre.

Liz se dejó caer hacia atrás en la silla.

– ¿Ha matado a toda esa gente por un juego?

– A todos no -dijo Vito-. Al menos no por este. Pero tendríais que ver lo que la empresa está a punto de sacar al mercado. Brent, entra en su página web.

Brent tecleó el nombre de la empresa y un dragón dorado que atravesaba un cielo nocturno inundó la pantalla. El dragón se posó en la cumbre de una montaña y las letras «o-R-o» aparecieron a su alrededor. La «R» fue a parar sobre el pecho cubierto de escamas de la criatura y esta asió las dos «o» con sus garras.

– Uau -exclamó Nick-. Es impresionante.

– Es la página web de oRo -explicó Brent-. La empresa diseñaba videojuegos de pacotilla y estuvo a punto de ir a la bancarrota antes de que Tras las líneas enemigas saliera al mercado, pero en los últimos seis meses ha triplicado su capital neto. -Accionó un botón y en la pantalla apareció un hombre de mediana edad con amplios pectorales-. Este es Jager Van Zandt. Se pronuncia con «Y», no como jogger. Jager es el presidente y principal accionista de oRo. Nació en Holanda y lleva viviendo en Estados Unidos unos treinta años. -Brent accionó otro botón y en la pantalla apareció el rostro enjuto de otro hombre. Tenía más o menos la misma edad que Van Zandt, pero era mucho más menudo-. Este es Derek Harrington, el vicepresidente y director artístico de oRo.