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Él estaba echando un vistazo a sus archivadores.

– Seguramente solo hoy.

– Y ¿qué haré yo mientras? No puedo quedarme aquí todo el día.

– Ya lo sé -masculló él, pero no le ofreció ninguna alternativa mientras iba apilando carpetas.

– A las diez hago de Juana de Arco -añadió en tono irónico-. Y las visitas de la reina vikinga son a la una y a las cuatro y media.

– Necesitas cambiar de repertorio -opinó Nick mientras se cerraba la cremallera del abrigo-. Ese está muy trillado.

– Ya lo sé. Estaba pensando en hacer de María Antonieta, antes de que la decapiten, claro. O tal vez de Boudica, una reina guerrera celta. -Se mordió la parte interior de la mejilla con gesto retador-. Luchaba en topless.

Vito se quedó petrificado.

– Eso no es decoroso, Sophie.

– No, no es decoroso -repitió Nick con un hilo de voz.

Ella se echó a reír.

– Eso va por haberme hecho venir tan temprano; estamos en paz. -Se puso seria-. Vito, no pretendo cometer estupideces, pero tengo cosas que hacer. Tendré cuidado, te llamaré antes de salir de aquí y en cuanto llegue al trabajo, pero no puedo pasarme el día aquí sentada.

– Le pediré a Liz que se encargue de que alguien te escolte hasta el museo. Espera a que ella lo solucione. Por favor, Sophie. Por lo menos espera a que localicemos a Lombard o a su amigo Clint.

– O a Brewster -musitó ella-. Podría ser cualquiera de los tres.

Vito le estampó un beso.

– Espera a que Liz te avise, ¿de acuerdo? Ah, y si tienes oportunidad, pídele que te enseñe la foto de Sanders. El asesino lo marcó con un hierro candente en la mejilla. Lleva una «T».

– Muy bien. -Frunció el entrecejo-. Eres la segunda persona en dos días que me habla de hierros candentes.

Vito, que estaba a medio camino de la puerta, se detuvo en seco y se volvió despacio.

– ¿Cómo dices?

Ella se encogió de hombros.

– Nada, que uno de mis alumnos me pidió que le recomendara fuentes de consulta sobre eso. Tenía que entregar un trabajo.

Observó que Vito y Nick se miraban.

– ¿Cómo se llama ese alumno? -preguntó Vito.

Sophie sacudió la cabeza.

– No puede ser él. Se llama John Trapper, pero… no puede ser él. Hace meses que le conozco. Además, es parapléjico y va en silla de ruedas. No podría haberlo hecho él.

La expresión de Vito se tornó hierática.

– No me gustan las coincidencias, Sophie. Lo investigaremos.

– Vito… -Suspiró-. Muy bien. Perderás el tiempo pero sé que debes hacerlo.

Vito apretó la mandíbula.

– Prométeme que no irás a ninguna parte sin escolta.

– Te lo prometo. Ahora marchaos, todo irá bien.

Jueves, 18 de enero, 9:15 horas

– Qué vergüenza -exclamó Sophie.

– Es mejor pasar vergüenza que morir -dijo con suavidad el agente Lyons.

– Ya lo sé. Pero eso de traerme en un coche patrulla… Y encima me acompaña hasta la puerta. Todo el mundo creerá que ando metida en algún lío -gruñó.

– Son órdenes de la teniente Sawyer. Puedo escribir una nota para su jefe, si ha de servirle de ayuda.

Sophie se echó a reír. Verdaderamente, había hablado igual que una párvula contrariada.

– No se preocupe. -Se detuvo en la puerta del museo Albright y le estrechó la mano a Lyons-. Gracias.

Él se llevó la mano a la gorra.

– Llame al despacho de Sawyer cuando desee salir.

Cuando Sophie entró en el museo, Patty Ann la estaba mirando con los ojos como platos.

– ¿Has estado con la policía?

El día gótico había tocado a su fin y Patty Ann volvía a hacer de actriz de Brooklyn. Sophie recordó que esa noche eran las pruebas de Ellos y ellas.

– Que tengas suerte en la audición, Patty Ann.

– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó la chica con la que debía de ser su voz auténtica. Hacía tanto tiempo que Sophie no la oía que no estaba segura-. ¿Por qué siempre te acompañan policías?

– ¿Policías? -Ted salió de su despacho con mala cara-. ¿Han vuelto a venir?

– Los estoy ayudando con un caso -explicó, y lamentó no haber aceptado la nota de Lyons cuando Ted y Patty Ann la miraron sin convencimiento-. Salgo con uno de los detectives y, como he tenido problemas con el coche, le ha pedido a un agente que me acompañe. -Lo cual era más o menos cierto.

Patty Ann se relajó y su mirada se tornó pícara.

– ¿Con el moreno o con el pelirrojo?

– Con el moreno. Pero el pelirrojo es demasiado mayor para ti, así que olvídalo.

Ella hizo un mohín.

– Lástima.

Ted seguía poniendo mala cara.

– ¿Primero se te estropea la moto y ahora el coche? Tenemos que hablar.

Ella lo siguió a su despacho y, una vez dentro, él cerró la puerta y se sentó ante su mesa.

– Siéntate.

Cuando Sophie lo hubo hecho, él se inclinó hacia delante con expresión preocupada.

– Sophie, ¿estás metida en algún lío? Por favor, dime la verdad.

– No. Las dos cosas que os he dicho son verdad. Estoy ayudando a la policía y salgo con uno de los detectives. Eso es todo, Ted. ¿A qué vienen tantos remilgos?

Él la miró muy serio.

– Anoche recibí una llamada telefónica. Era una agente de Nueva York. Me dijo que necesitaba hablar contigo, que era un asunto oficial.

La esposa de Lombard la había llamado desde un teléfono de Nueva York.

– Le diste mi móvil.

Ted alzó la barbilla.

– Sí.

Sophie comprobó las llamadas recibidas en su móvil y encontró la de la esposa de Lombard.

– ¿Es este el número desde el que te llamaron anoche?

– Sí.

– Pues no era la policía. Si quieres, llama a la comisaría de Nueva York y compruébalo.

Ted empezaba a tranquilizarse. Le devolvió el teléfono.

– Entonces, ¿quién era?

– Es una larga historia, Ted. Es una mujer celosa que cree que voy a quitarle al marido.

La desconfianza de Ted se tornó indignación.

– Tú nunca harías una cosa así, Sophie.

Ella no pudo evitar sonreír.

– Gracias. Ahora, escúchame. Me gustaría exponerte unas cuantas ideas para las visitas guiadas antes de que me toque hacer de Juana de Arco. -Se le acercó y le habló de Yuri-. Dice que estaría dispuesto a venir y hablarles a los grupos de visitantes. Me gustaría montar una exposición sobre la Guerra Fría y el comunismo. Ya sé que no es la época que estudió tu abuelo, pero…

Ted asentía despacio.

– Me gusta, me gusta mucho. Hay mucha gente que no se plantea que eso forme parte de la historia.

– Me parece que hasta ayer a mí también me pasaba. Lo que me hizo reflexionar fueron sus manos, Ted.

Él la observó con detalle.

– Últimamente reflexionas mucho. Eso también me gusta.

Sin saber qué responder a eso, Sophie se puso en pie.

– Ya sabes que ayer vino un hombre de una residencia de ancianos que buscaba alguna actividad lúdica interesante para sus compañeros. Me parece que estarían encantados de venir y hablarles a los grupos de estudiantes. No tendríamos que limitarnos a las guerras; podrían hablar de programas de radio y televisión, de inventos, o de cómo se sintieron cuando Neil Armstrong llegó a la Luna.

– Otra buena idea. ¿Te dio su nombre?

– No, pero dijo que iba a concertar una visita con Patty Ann. Debió de dárselo a ella.

Sophie abrió la puerta y se detuvo con la mano en el tirador.

– ¿Qué te parecería añadir más visitas? La de Juana de Arco y la de la vikinga están muy trilladas.

Ted la miró entre divertido y perplejo tanto por la sugerencia como por el acento con que Sophie había imitado a Nick Lawrence.

– Sophie, siempre me has dicho que eres arqueóloga, no actriz.

Sophie sonrió.

– Lo de actuar lo llevo en la sangre. Ya sabes que mi padre era actor.