Ted asintió.
– Sí. Y también hace tiempo que sé que tu abuela fue una gran cantante de ópera.
La sonrisa de Sophie se desvaneció.
– No me lo habías dicho.
– Esperaba que me lo dijeras tú -repuso Ted-. Me alegro de conocerte por fin, Sophie.
A ella le dio la impresión de que Ted la estaba halagando y regañando a la vez.
– ¿Qué te parece María Antonieta?
Ted le sonrió.
– ¿Antes o después de que la decapiten?
Nueva York,
jueves, 18 de enero, 9:55 horas
– Maldito tráfico -gruñó Nick-. Odio Nueva York.
Por fin se movían después de haber atravesado el túnel Holland a paso de tortuga.
– No es la mejor hora -convino Vito-. Tendríamos que haber venido en tren.
– Tendríamos, tendríamos… -soltó Nick con acritud-. ¿Y qué narices es eso?
Vito se sacó del bolsillo el móvil, que sonaba con estridencia.
– Deja ya de quejarte. Es mi móvil. He recibido mensajes. -Miró hacia atrás-. Debo de haber perdido la cobertura ahí dentro. -Frunció el entrecejo-. Liz me ha llamado cuatro veces en veinte minutos. -Con el pulso acelerado, le devolvió la llamada-. Liz, soy Vito. ¿Qué ocurre? ¿Es Sophie?
– No -respondió Liz exasperada-. Un agente la ha acompañado al museo, la ha dejado en la mismísima puerta. Solo dispongo de un par de minutos antes de la conferencia de prensa. Necesito el número de Tino.
– ¿Para qué?
– Hace una hora una mujer se ha presentado en la comisaría. Ha preguntado quién llevaba el caso de Sanders. -Liz hablaba deprisa a la vez que caminaba-. Dice que es camarera y que el martes vio a Greg. Estaba sentado en el bar donde ella trabaja, esperando a un hombre.
– A Munch. -«Bien»-. ¿Vio al hombre?
– Vio a un hombre. Dice que Greg se marchó sin pagar su consumición y que un anciano que también estaba sentado en el bar lo siguió. La camarera fue tras ellos, pero cuando dobló la esquina, se habían subido a una camioneta y ya se marchaban. He avisado a la dibujante del departamento pero hoy no trabaja y no quiero esperar a que la testigo se olvide de las facciones del anciano. Así que… Mierda, llego tarde. Llama tú a Tino. Dile que venga en cuanto pueda.
Jueves, 18 de enero, 11:15 horas
– El señor Harrington no está. El señor Van Zandt tiene reuniones y no quiere que se le moleste.
Vito colocó con calma las manos sobre el escritorio de la secretaria de Van Zandt y se inclinó hacia delante.
– Señora, somos detectives de homicidios. Le aseguro que el señor Van Zandt se alegrará de recibirnos. Y pronto.
La mujer abrió los ojos como platos; aun así, alzó la barbilla.
– Así, usted es el detective…
– Ciccotelli -dijo Vito-. Y este es el detective Lawrence. De Filadelfia. Vuelva a telefonearle al despacho y dígale que en un minuto estaremos llamando a su puerta.
La mujer frunció los labios y descolgó el teléfono. Inmediatamente después se acercó al auricular y cubrió el receptor con la mano, como si desde medio metro Vito pudiera distinguir las palabras que ella oía.
– Jager, dicen que son detectives… Sí, de homicidios. Han insistido mucho. -Asintió con gesto enérgico-. Enseguida sale.
La puerta del despacho de Van Zandt se abrió y por ella salió un hombre igual al de la fotografía. Era alto y fornido, y por un momento Vito pensó que quizá…
Entonces habló.
– Soy Jager Van Zandt -dijo. Su voz no se parecía en nada a la de la grabación-. ¿En qué puedo ayudarles? -Los miraba con una fría indiferencia que a Vito le pareció más bien defensiva, aunque también tenía algo de arrogante.
– Queremos hablar de su juego, señor Van Zandt -respondió Vito-. Tras las líneas enemigas.
No observó reacción alguna en el rostro ni la mirada del hombre cuando este inclinó la cabeza para asentir.
– Pasen a mi despacho. -Cerró la puerta tras ellos y señaló dos sillas ante un escritorio enorme. A Vito aquel despacho le recordó al de Brewster-. Siéntense, por favor.
Jager se sentó y ladeó la cabeza esperando a que hablaran.
Vito y Nick habían acordado de antemano que no le dirían nada de las frases que habían oído en la grabación. En vez de eso, Vito le mostró una copia impresa del rostro de la mujer a quien estrangulaban en el juego.
Van Zandt asintió.
– Es Clothilde.
– En esta escena la estrangulan -dijo Vito.
– Sí. -Van Zandt arqueó una ceja-. ¿Les molesta la violencia? ¿O lo que les molesta es que el asesino sea estadounidense? Hablo del juego, claro.
– Pues, sí, nos molesta la violencia -respondió Nick-. Pero no hemos venido por eso. ¿Quién hizo ese dibujo, señor Van Zandt?
Van Zandt permaneció impasible.
– El director artístico es Derek Harrington. Él les proporcionará información sobre los dibujantes.
– Hoy no ha venido -observó Vito-. Nos lo ha dicho su secretaria. ¿Sabe por qué?
– Somos socios, nada más, detectives.
Vito sonrió mientras bendecía mentalmente a Brent.
– He leído que son amigos desde que estudiaban en la universidad.
– ¿Se han peleado? -preguntó Nick con su peculiar acento, y por primera vez Van Zandt mostró un atisbo de reacción. No fue más que un discreto destello de ira en sus ojos que se extinguió de inmediato.
– Últimamente no nos ponemos de acuerdo. Los gustos de Derek se han vuelto… violentos.
Vito parpadeó.
– ¿De verdad? A juzgar por la foto que aparece en su página web parece buena persona.
– Las apariencias engañan, detective.
Vito sacó otra fotografía de la carpeta.
– Sí que engañan, sí. Queremos aclarar una cosa, a lo mejor usted puede ayudarnos. -Colocó la fotografía de Claire Reynolds junto a la imagen de Clothilde. Pero el hombre no se inmutó. Nada; ni un amago de reacción que indicara que Van Zandt se sentía impactado de algún modo. Lo normal habría sido que mostrara sorpresa, pero no mostró nada.
– El parecido es extraordinario, ¿no cree? -preguntó Nick.
– Sí. Claro que dicen que todo el mundo se parece a alguien. -Una de las comisuras de sus labios se curvó-. Dicen que yo me parezco a Arnold Schwarzenegger.
– Sí, en el acento -repuso Vito, y la sonrisa de Van Zandt se desvaneció-. Nos gustaría encontrar al señor Harrington. ¿Nos proporcionará su dirección la secretaria?
– Por supuesto. -Descolgó el teléfono-. Raynette, por favor, dales a los detectives la dirección de Derek. Luego, por favor, acompáñalos a la salida -dijo sin dejar de mirar a Vito a los ojos con una frialdad retadora-. ¿Desea algo más, detective?
– De momento, no. ¿Le encontraremos aquí si tenemos más preguntas antes de marcharnos de Nueva York?
Él miró la agenda que tenía sobre el escritorio.
– Sí, aquí estaré. Ahora, si me disculpan. -Se puso en pie y abrió la puerta del despacho-. Mi secretaria les ayudará.
Vito se levantó de la silla y dejó a propósito la fotografía de Claire Reynolds sobre el escritorio de Van Zandt. La puerta se cerró tras ellos con un ruido seco. La secretaria de Van Zandt los estaba mirando.
– La dirección del señor Harrington. -Sostenía un papelito en la mano.
Vito guardó el papelito en la carpeta.
– ¿Cuándo fue la última vez que el señor Harrington estuvo en el despacho?
– El martes -respondió la secretaria impertérrita-. Se marchó después de comer y no ha regresado.
Vito no dijo nada más hasta que Nick y él llegaron a la calle.
– Menuda víbora.
– Todo el mundo se parece a alguien -se burló Nick esforzándose por imitar a Schwarzenegger.
– Nos esperaba -opinó Vito mientras se dirigían al coche de Nick.
– ¿Tú también lo has captado? La secretaria no le ha dicho que éramos de homicidios, solo ha dicho que éramos detectives, pero luego ha respondido: «Sí, de homicidios».