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– Eso es lo que pone en el contrato. Te veré luego.

Nueva York,

jueves, 18 de enero, 12:30 horas

– Te había dicho que era de tontos aceptar tu apuesta -soltó Vito entre dientes.

Nick asintió de brazos cruzados mientras ambos observaban a una pareja de detectives del Departamento de Policía de Nueva York buscar en todos los lugares donde pudiera esconderse un hombre. O donde pudieran haberlo escondido.

– Y ahora, ¿qué hacemos?

– Supongo que dar la orden de busca. Parece que aquí han terminado.

Los dos policías neoyorkinos regresaron a la sala de estar. Se llamaban Carlos y Charles, lo cual resultaba gracioso, pensó Vito, pero no tanto como Nick y Chick.

– Aquí no está -anunció Carlos-. Lo siento.

– Gracias -dijo Vito-. Ya nos lo parecía pero…

Charles asintió.

– Ya lleváis diez cadáveres. Nosotros también habríamos intentado encontrarlo.

– ¿Qué queréis hacer ahora, chicos? -preguntó Carlos-. Se trata de un sospechoso.

– No creemos que sea el asesino que buscamos -aclaró Nick-, pero es posible que tenga idea de quién puede serlo.

– Daremos una orden de busca -les ofreció Charles.

– Os lo agradeceremos. -Vito alzó una fotografía enmarcada; era Harrington con una mujer y una adolescente-. Está casado y tiene una hija. ¿Es posible dar con la esposa?

– La avisaremos -respondió Carlos-. ¿Algo más?

Nick se encogió de hombros.

– ¿Nos recomendáis algún sitio donde podamos comprarnos algo para comer?

Filadelfia,

jueves, 18 de enero, 14:15 horas

– ¿En qué puedo servirle?

El chico que le hablaba desde detrás del mostrador apenas tenía edad de afeitarse.

«Espero que de verdad me sirvas», pensó Daniel. La dirección que su madre había anotado en el folio de papel timbrado correspondía a una oficina de correos de la otra punta de la ciudad.

Había pasado un rato en la puerta, dudando si debía llamar a su jefe y convertir la investigación en oficial. Pero la frase «sé lo que hizo tu hijo» seguía obsesionándolo. Así que allí estaba, a punto de volver a utilizar su placa para burlar la ley.

– Quiero abrir un buzón.

El chico asintió con profesionalidad.

– ¿Me permite su documento de identidad?

Daniel le mostró su placa y observó que el chico abría los ojos como platos.

– Comprobaré el contenido… agente especial Vartanian.

El chico estaba tan impresionado de que Daniel fuera un agente especial que no aguardó a saber qué buzón quería abrir. Tecleó su nombre y lo miró.

– Un momento, señor.

«Espera», estuvo a punto de decir Daniel, pero se mordió la lengua. Su nombre aparecía en la base de datos, pero hasta esa semana nunca había puesto los pies en aquella ciudad. Aguardó con el corazón desbocado. Al cabo de un minuto el chico regresó con un grueso sobre de papel manila doblado en horizontal.

– Dentro solo había esto, señor -anunció el chico.

– Gracias -consiguió decir Daniel-. Pero no he venido únicamente por eso. Estoy investigando un caso y hay una pista que conduce a este establecimiento. Me he prestado voluntario para seguirla, puesto que de todos modos tenía que venir. ¿Podría decirme a qué nombre está el apartado 115?

«Está resultando muy fácil.» Tanto mentir como engañar al chico. No obstante, obtuvo lo que quería.

– Aparece a nombre de Claire Reynolds. ¿Quiere su dirección postal?

– Por favor.

El chico la anotó y Daniel regresó a su coche con el sobre en la mano. Lo abrió cuidadosamente con su navaja y extrajo el contenido.

Por un momento no pudo más que mirarlo con horror y total incredulidad. Pero lo sucedido durante todos aquellos años lo sacudió como una oleada.

– Santo Dios -musitó-. Papá, ¿qué has hecho?

Aquello superaba el peor de sus temores. «Sé lo que hizo tu hijo.» Ahora Daniel también sabía lo que su padre había hecho, pero no estaba seguro de poder preguntarle por qué.

Cuando recobró el aliento, volvió a telefonear a Susannah.

– ¿Los has encontrado? -preguntó ella sin preámbulos.

Él se esforzó por pronunciar las palabras.

– Tienes que venir.

– Daniel, no puedo…

– Por favor, Susannah. -Su tono era grave-. Necesito que vengas. Te lo pido por favor. -Aguardó con el martilleo del pulso oprimiéndole la garganta.

Al fin ella suspiró.

– Muy bien. Iré en tren. Llegaré dentro de tres horas.

– Te recogeré en la estación.

– Daniel, ¿estás bien?

Él miró los papeles que sostenía en la mano.

– No; no estoy bien.

Nueva York,

jueves, 18 de enero, 14:45 horas

– O Harrington se ha esfumado o está muerto -le explicó Vito a Liz por teléfono-. Hemos ido a buscarlo al trabajo, a su casa y a casa de su mujer. Nadie lo ha visto. Tampoco tiene el coche en su plaza de aparcamiento. Hemos hablado con su mujer, pero dice que hace seis meses que no lo ve. Tienen una hija que estudia en la Universidad de Columbia, y ella tampoco lo ha visto.

– ¿Por qué vive él en un sitio y su mujer en otro?

– Ella dice que se separaron, que hace tiempo que estaba cada vez más deprimido y melancólico, pero que nunca ha sido violento. La policía de Nueva York ha dado una orden de busca y ahora mismo estamos enfrente de oRo, comiendo. Estábamos a punto de entrar de nuevo a ver si podemos conseguir que Van Zandt nos proporcione una lista de los empleados; la otra opción es esperar aquí fuera hasta hablar con alguno de ellos. Según Brent, Harrington no hizo los dibujos, pero quienquiera que fuese trabaja aquí. Solo necesitamos que alguien esté dispuesto a delatarlo.

– Muy bien. Seguid por ese camino. Yo tengo noticias de los Vartanian. He llamado al sheriff de Dutton, en Georgia. Nadie ha visto al matrimonio desde Acción de Gracias.

– Eso cuadra con lo que Yuri dijo ayer.

– Ya lo sé. Pero hay más cosas. El pasado fin de semana el sheriff informó al hijo de la pareja de que sus padres podrían haber desaparecido. El chico trabaja en la Agencia de Investigación de Georgia, y la hija, en la oficina del fiscal de Nueva York, pero ninguno de los dos se encuentra en estos momentos en el trabajo. Daniel, el agente de Georgia, lleva fuera desde el lunes. Su hermana, Susannah, ha pedido unos días de permiso esta misma tarde. He dejado recado a sus responsables de que me llamen.

Pero aún había más, Vito lo notaba; y seguro que lo que venía era peor.

– Dímelo ya, Liz.

– La policía de White Plains, en Nueva York, ha encontrado a Kyle Lombard en su tienda de antigüedades.

El corazón de Vito se mantuvo en vilo.

– ¿Muerto?

– Con una bala entre los ojos. Parece de un arma alemana, antigua. Nos enviarán la bala para que la comparemos con la de la víctima de la primera fila. La policía local ha registrado la tienda y ha encontrado todo tipo de objetos medievales de procedencia ilegal ocultos bajo tierra. A tu Sophie le espera un buen trabajo de campo.

Vito procuró que se le asentara el estómago. Ahora el peligro que acechaba a «su Sophie» era manifiesto.

– ¿Qué hay de los otros dos, Shafer y Brewster?

– Parece que Shafer también estaba a tiro, por así decirlo. Otro balazo entre los ojos. A los dos los ataron a una silla y les dispararon en la misma tienda. A Brewster aún no lo hemos localizado.

– Si Lombard comerciaba, podríamos comprobar los registros de ventas. A lo mejor encontramos algún vínculo con el asesino.

– Eso no va a ser posible. A Lombard le limpiaron el ordenador y esparcieron los papeles de los archivos por el despacho. Y, por si fuera poco, la policía federal se ha hecho con la tienda y los inventarios de Lombard. Está claro que traficaba con armas, tuvieran seiscientos años o sesenta. Me temo que tarde o temprano nos presionarán para que les pasemos el caso.