Vito frunció el entrecejo.
– Tú no lo permitirás, ¿verdad?
– Si está en mi mano, no. Pero si yo fuera tu responsable, que lo soy, te recomendaría que volvieras aquí y pusieras punto final a esto cuanto antes si no quieres recibir ayuda que no deseas.
– Mierda. -Vito exhaló un suspiro-. ¿Sabe Sophie algo de lo de Lombard y Shafer?
– La he llamado y se lo he dicho. Es una mujer inteligente, Vito. Ha dicho que no saldría sola y que nos avisaría para que pasáramos a recogerla cuando termine la jornada.
– De acuerdo, bien hecho.
– ¿Y tú? ¿Estás bien? -preguntó Liz.
– No, no mucho. Pero si ella se anda con cuidado… Será cuestión de atrapar a ese tío.
– Sí. Hasta pronto.
Vito colgó y, con el entrecejo fruncido, se quedó mirando el edificio que albergaba oRo.
– Se han cargado a Lombard y a Clint Shafer. Un balazo entre los ojos. Con una Luger.
– Mierda -masculló Nick-. Imagino que es la forma de que no atemos cabos por esa parte.
Vito se dispuso a apearse del vehículo.
– Vamos a hablar con Van Zandt un ratito más.
Pero Nick lo detuvo.
– Primero tienes que comer y después tienes que calmarte. Si lo intimidas, desaparecerá. Y ya te he dicho que no pienso sacarte las castañas del fuego.
– De acuerdo.
– Tal vez será mejor que esta vez hable yo -propuso Nick.
Vito retiró el envoltorio de plástico de su sándwich con mala cara.
– De acuerdo.
Nueva York,
jueves, 18 de enero, 15:05 horas
– El señor Van Zandt no está.
Vito miró de hito en hito a la secretaria de expresión malcarada.
– ¿Cómo dice?
Nick se aclaró la garganta.
– El señor Van Zandt nos ha dicho que estaría aquí esta tarde.
– Ha recibido una llamada de un cliente y ha tenido que marcharse.
– ¿Y a qué hora ha sido eso? -preguntó Nick.
– Hacia el mediodía.
Nick asintió.
– Ya. Bueno, entonces, ¿puede usted facilitarnos una lista de los empleados?
Vito se mordió la lengua. Sabía que Nick, al igual que él, estaba convencido de que el sobre que la mujer les tendió con fastidio no contenía la información que deseaban.
Nick extrajo de él un folio con el membrete de oRo; el mensaje era claro y conciso.
– «Vuelvan con una orden judicial» -leyó Nick-. Firmado: «Jager A. Van Zandt.»Muy bien. Eso haremos. -Extrajo una hoja en blanco de la impresora de la secretaria-. ¿Puede anotar aquí su nombre, por favor? Quiero asegurarme de que en la orden aparece escrito correctamente. Luego firme.
La mujer dejó de pronto de mostrarse tan insolente. Escribió su nombre y entregó la hoja a Nick.
– Ya saben por dónde se sale.
– Por el mismo sitio que hemos entrado -repuso Nick con una sonrisita y su peculiar acento del sur-. Que tenga un buen día.
Cuando estuvieron dentro del coche, Nick dobló el papel con el nombre de la secretaría y se lo guardó en el bolsillo junto con el sobre.
– Son muestras de caligrafía -dijo-. Para compararlas con las cartas de Claire.
– Buen trabajo. Gracias, Nick. Estaba demasiado alterado para actuar bien.
– Tú me has asistido a mí muchas veces. Me parece que formamos un buen equipo.
– Disculpen. -Un hombre corría hacia ellos con semblante angustiado-. ¿Salen de oRo?
– Sí, señor -respondió Vito-. Pero no somos de la empresa.
– Llevo tratando de localizar a Derek Harrington desde ayer. Siempre me dicen que no está.
– ¿Para qué quiere ver a Harrington? -quiso saber Nick.
– Es por mi hijo. Me prometió que les mostraría una fotografía suya a los dibujantes.
A Vito se le cayó el alma a los pies a la vez que crecía su temor.
– ¿Por qué, señor?
– Hace tiempo que desapareció y una persona que trabaja en la empresa dijo que lo había visto. Posó para ellos, y quiero saber cuándo y dónde. Por lo menos así sabré por dónde empezar a buscarlo.
Vito se sacó la placa del bolsillo.
– Soy el detective Ciccotelli, y este es mi compañero, el detective Lawrence. ¿Cómo se llama? ¿Lleva encima alguna fotografía de su hijo?
El hombre entornó los ojos ante la placa.
– ¿Son de Filadelfia? Yo soy Lloyd Webber. -Le entregó a Vito una fotografía-. Este es mi hijo, Zachary.
Era el joven que había recibido el disparo en la cabeza.
– El uno-tres -masculló.
– ¿Cómo? ¿Qué significa eso? -preguntó Webber.
– Llamaré a Carlos y a Charles -propuso Nick en voz baja, y se retiró para telefonear.
Vito miró al hombre a los ojos.
– Lo siento, señor. Me parece que hemos encontrado el cadáver de su hijo.
La mirada de Webber se debatía entre la incredulidad y la amarga aceptación.
– ¿En Filadelfia?
– Sí, señor. Si su hijo es quien creemos, lleva muerto alrededor de un año.
Webber se deshinchó.
– Lo sabía, solo que no quería creerlo. Tengo que llamar a mi mujer.
– Lo siento -repitió Vito.
Webber asintió con rigidez.
– Ella querrá saber cómo murió. ¿Qué le digo?
Vito vaciló. Liz querría mantener en secreto el máximo de información, pero aquel padre merecía saber qué le había ocurrido a su hijo; estaba seguro de que Liz estaría de acuerdo en eso.
– Le dispararon, señor.
Webber lanzó una mirada furibunda al edificio.
– ¿En la cabeza?
– Sí, pero le agradeceríamos que de momento se guarde esa información para usted.
Él asintió, aturdido.
– Gracias. No le diré a mi mujer dónde le dispararon.
Vito lo observó alejarse unos tres metros y llamar a su esposa. Luego tragó saliva al ver que los hombros de Webber empezaban a elevarse con movimientos convulsivos.
– Mierda -susurró Vito con rabia al oír acercarse a Nick-. Te juro que tengo muchas ganas de encontrarlo. Y de hacerle pagar.
– Lo sé. Charles y Carlos me han pedido que los esperemos aquí hasta que consigan la orden judicial. Tratarán de hacerse con todos los documentos de oRo.
Vito y Nick oyeron cerrarse la puerta de un coche tras ellos y ambos se volvieron. Un hombre se apeó del taxi en el que viajaba, con semblante triste y resuelto.
– ¿Son ustedes los detectives de Filadelfia?
– Sí -respondió Nick-. ¿Quién nos busca?
El hombre se plantó frente a ellos con las manos embutidas en los bolsillos de su abrigo.
– Me llamo Tony England. Trabajaba para oRo hasta hace dos días. Derek Harrington era mi jefe.
– ¿Qué ocurrió? -quiso saber Nick.
– Me marché. Jager estaba obligando a Derek a hacer cosas con las que él no estaba de acuerdo. Y yo tampoco. No podía quedarme en la empresa de brazos cruzados mientras Jager se lo cargaba todo.
– ¿Cómo ha sabido que nos encontraría aquí? -preguntó Vito.
– oRo es una empresa pequeña. Treinta segundos después de que entraran por la puerta, todo el mundo lo sabía. Un viejo amigo me llamó y me dijo que habían preguntado por Derek. He venido enseguida pero ya se habían marchado. -England entornó los ojos al ver a Webber, que a pesar de haber finalizado la llamada seguía allí plantado, dándoles la espalda, llorando en silencio-. ¿Quién es ese hombre?
Vito miró a Nick y este hizo un discreto gesto de asentimiento. Vito le mostró la fotografía.
– El padre de este chico. Se llama Zachary. Está muerto.
El rostro enjuto de England perdió todo el color.
– Qué mierda. Qué puta mierda. Es… -Miró horrorizado la fotografía-. Santo Dios. Qué hemos hecho.
– ¿Sabe quién dibujó al chico para el videojuego, señor England? -preguntó Nick en tono quedo.
England entrecerró los ojos.
– Frasier Lewis. Espero que le frían el trasero y que se pudra en el infierno.