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El retrato no eran más que cuatro palotes que podrían corresponder a los rasgos de cualquier persona. Además, tenía un aire de dibujo animado que le hizo a Vito recordar lo que Brent había dicho sobre Harrington: que solo servía para dibujar personajes infantiles y vistosos dragones. Van Zandt había fichado a un experto en física para videojuegos, tal vez hubiera contratado a Frasier Lewis porque dibujaba mejor los rostros que Harrington y England.

Tino abrió su cuaderno de bocetos.

– A veces hablar con los demás ayuda.

Vito los dejó con Nick y regresó a su departamento. Al entrar vio que Jen y Sophie habían vuelto. Jen estaba en el despacho de Liz y Sophie esperaba de pie frente a su escritorio, de espaldas a él. Con el corazón desbocado como si fuera un adolescente, aceleró el paso con la intención de sorprenderla dándole un beso en su cuello de cisne. Se había percatado de que eso le agradaba. En las dos noches que habían pasado juntos, había descubierto varios lugares en los que le gustaba que la besaran. Al notar el contacto de los labios en su piel, Sophie dio un respingo; pero enseguida se dejó caer de espaldas y se apoyó en él con dulzura.

– ¿Estás bien? -musitó él.

– Sí. Me he pasado el día escoltada. Hasta Pulgarcita me ha hecho de guardaespaldas.

Vito soltó una risita.

– Jen es pequeña, pero matona. -Retrocedió, vacilante-. Espérame aquí, tengo que hablar un momento con Liz. Enseguida vuelvo.

Se había alejado unos cuantos pasos cuando ella lo llamó; de pronto su voz sonaba extraña.

– Vito, ¿quién es este hombre? -Sostenía el retrato del anciano que había hecho Tino.

Un temor le atenazó las entrañas.

– ¿Por qué lo preguntas?

Lo que Vito temía, a Sophie le produjo miedo.

– Porque lo he visto. ¿Quién es?

Jen se encontraba frente a la puerta del despacho de Liz y se volvió de golpe ante el pánico que denotaba la voz de Sophie. Al cabo de un instante, Liz estaba al lado de Jen, y ambas la miraban preocupadas.

– Creemos que es el hombre que citó a Greg Sanders el martes -aventuró Liz despacio.

Sophie se dejó caer en la silla del escritorio de Vito.

– Dios mío -musitó.

Vito se agachó a su lado.

– ¿Dónde has visto a ese hombre, Sophie?

Ella lo miró con sus ojos verdes llenos de terror y a él se le heló la sangre.

– En el museo. Estuvo en el Albright. Se detuvo a hablar conmigo y me preguntó si ofrecía visitas privadas. -Frunció los labios con fuerza-. Vito, lo tuve tan cerca como ahora te tengo a ti.

«Respira. Piensa.» Él le tomó las manos; las tenía como el hielo.

– ¿Cuándo fue eso, Sophie?

– Ayer, después de la visita de la reina vikinga. -Cerró los ojos-. Al verlo tuve un presentimiento, me dio escalofríos, pero me lo tomé a risa. No era más que un anciano. -Abrió los ojos-. Vito, tengo miedo. Antes estaba nerviosa pero ahora estoy aterrada.

Él también lo estaba.

– No te perderé de vista -dijo con voz áspera-. Ni un segundo.

Ella asintió con vacilación.

– De acuerdo.

– Vito. -Cuando Vito se giró vio a Tino entrar corriendo en la oficina. Sostenía su cuaderno de modo que Vito pudiera ver lo que había dibujado en él-. Vito, Frasier Lewis es el anciano. Sus ojos son los mismos que los del hombre que la Camarera vio con Greg Sanders.

Vito asintió. Tenía la impresión de que sus pulmones se habían quedado sin una sola gota de aire.

– Ya lo sé. -Se hizo a un lado para dejar a la vista a Sophie, que seguía sentada en la silla-. Esta es Sophie. El anciano fue a verla ayer al museo.

Tino suspiró.

– Mierda, Vito.

– Sí -masculló él. Miró a Liz-. ¿Seguimos?

Ella sacudió la cabeza con aire sombrío.

– No, me parece que no soportaría otra salida a escena.

– ¿Dónde está Tony England? -le preguntó Vito a su hermano.

– Abajo. Nick va a llamar a un taxi para que lo lleve a la estación.

Liz se sentó sobre el escritorio de Nick.

– Encárgate de reunir al equipo, Vito. Tenemos pendiente informarlos, pero antes respirad hondo todos. Sophie está a salvo y ahora sabemos qué aspecto tiene el asesino. Es muchísimo más de lo que sabíamos esta mañana.

Se tomaron un minuto entero para hacer lo que Liz les pedía; respiraron y se concentraron. De pronto, la calma volvió a alterarse.

– Perdón, busco a la teniente Liz Sawyer.

En la puerta había una pareja. Ella medía un metro sesenta y era morena. El medía un metro noventa y tres y era rubio. Quien había hablado era el hombre.

Liz levantó la mano.

– Soy yo.

– Yo soy el agente especial Vartanian, de la Agencia de Investigación de Georgia. Esta es mi hermana, Susannah Vartanian; trabaja en la fiscalía de Nueva York. Creemos que nuestros padres están aquí. Me parece que sabemos quién los mató.

Por un momento, reinó el silencio. Luego Liz suspiró.

– Y tú, Vito, me preguntabas si seguíamos.

Jueves, 18 de enero, 19:00 horas

Van Zandt ya estaba sentado a la mesa cuando él llegó a la prohibitiva marisquería del hotel donde su jefe se alojaba.

– Frasier, por favor, siéntate. ¿Te apetece un poco de vino? O a lo mejor prefieres un poco de langosta de Newburg. Está verdaderamente deliciosa.

– No. Tengo cosas que hacer, Van Zandt. Estoy trabajando en el nuevo dibujo de la reina y quiero seguir cuanto antes.

Van Zandt esbozó una extraña sonrisa.

– Qué interesante. Dime, Frasier, ¿cuál es tu fuente de inspiración?

El pelo de la nuca se le habría erizado de haberlo tenido.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Porque me resulta curioso que consigas imprimir un realismo tal a tus dibujos. Me preguntaba si para crear a tus personajes utilizabas un modelo real, tal vez alguien de carne y hueso.

Se recostó en el asiento y observó a Van Zandt con los ojos entornados.

– No. ¿Por qué?

– Porque si utilizas modelos reales sería una gran estupidez que fueran de por aquí cerca. Cualquier persona inteligente los buscaría en otra parte, tal vez en Bangkok o en Ámsterdam, en lugares con diversidad cultural. El barrio rojo de Ámsterdam dispone de una clientela interesante. Seguro que un buen artista tendría dónde elegir, y nadie echaría en falta a los modelos.

Él exhaló un suspiro.

– Jager, si tienes algo que decirme, suéltalo ya.

Van Zandt pestañeó.

– ¿Cómo que «suéltalo ya»? Frasier, eso suena muy… provinciano. De acuerdo. -Le tendió un gran sobre-. Son copias -aclaró-. Por supuesto.

Eran fotografías. En la primera aparecía Zachary Webber.

– Te la ha dado Derek. Está loco.

– Puede. Sigue mirando.

Él apretó los dientes, y al mirar la siguiente fotografía se quedó mudo. En ella vio el rostro de Claire Reynolds. Van Zandt lo sabía.

El hombre dio un sorbo de vino.

– El parecido es asombroso, ¿no crees?

– ¿Qué quieres?

Van Zandt soltó una risita.

– Sigue.

La siguiente fotografía hizo que el corazón se le desbocara, pero de ira.

– Eres un cabrón.

Van Zandt esbozó una desagradable sonrisa de satisfacción.

– Ya lo sé. Solo pretendía tener vigilado a Derek. Si hacía el mínimo intento de ir a la policía… a denunciarte… el responsable de seguridad de la empresa trataría de disuadirlo. Imagínate la sorpresa que me llevé al ver eso.

En la fotografía aparecía él junto con Derek. Él iba disfrazado de anciano pero se sostenía erguido. La imagen no revelaba su pistola, clavada en la espalda de Derek. Introdujo las fotografías en el sobre con cuidado.

– Repito: ¿qué quieres? -«Antes de morir.»

– No he venido solo, Frasier. El responsable de seguridad de la empresa está sentado a una de las mesas, a punto para llamar a la policía.