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– No -dijo al fin-. No lo conozco. Lo siento. ¿Suze?

– No -respondió ella también-. Tenía la esperanza de conocerlo, pero no.

– Deberían oír la cinta -propuso Nick-. A lo mejor reconocen la voz.

– Muy bien, pero solo el principio -accedió Ciccotelli-. Jen.

McFain abrió su portátil.

– Esta parte no se oye muy bien, así que tendrán que prestar atención.

«Grita cuanto quieras.»

A Daniel se le heló la sangre. El corazón se le paralizó y volvió a mirar el retrato, los ojos del hombre. Lo conocía. Pero era imposible.

Susannah dejó la mano muerta, pero Daniel oyó su respiración agitada y supo que también ella lo había reconocido.

«Nadie puede oírte y nadie te salvará. Los he matado a todos.»

Cerró los ojos con fuerza, aferrándose a la mentira.

– No es posible -masculló. «Está muerto.» Por el amor de Dios, ellos habían asistido a su entierro.

«Todos creyeron sufrir, pero su sufrimiento no fue nada comparado con lo que voy a hacer contigo.»

Era él. «Santo Dios.» La bilis se le subió a la garganta.

– Párenlo -exclamó de repente Susannah-. Paren la cinta.

Jennifer McFain lo hizo al instante y Daniel notó que todos lo miraban. De pronto le pareció que en aquella sala hacía mucho calor y sintió que la corbata le oprimía.

– No les hemos mentido -empezó casi sin voz-. Ahora solo quedamos nosotros dos, pero teníamos un hermano. Murió. Lo enterramos en el cementerio de la iglesia, en el panteón familiar.

– Se llamaba Simon -prosiguió Susannah con un hilo de voz que el horror hacía temblar.

– Lleva muerto doce años. Pero esa es su voz. Y esos son sus ojos. -Daniel miró los oscuros ojos de Ciccotelli y consiguió pronunciar las palabras a pesar del horror que le atenazaba la garganta-. Si de verdad el de la cinta es Simon, tienen en sus manos a un monstruo. Es capaz de cualquier cosa.

– Lo sabemos -dijo Ciccotelli-. Lo sabemos.

Jueves, 18 de enero, 20:05 horas

Vito se pasó las palmas de las manos por el rostro, la barba incipiente le rascaba la piel. Daniel Vartanian les había relatado la historia de la muerte de su hermano en un tremendo accidente de coche y el subsiguiente entierro. Les había explicado que su hermano era una persona cruel que se divertía torturando animales, pero que también era un estudiante aventajado con muchísimo talento. En todo: del arte a la literatura, de la historia a las ciencias, las matemáticas y la informática.

Simon Vartanian era un peculiar hombre del Renacimiento nacido en el siglo xxi. Sin embargo, conocer todo aquello de poco les servía para encerrar al monstruo.

– Me parece que volvemos a tener más preguntas que respuestas -masculló Vito.

– Por lo menos ahora conocemos su nombre verdadero -dijo Nick-. Y su rostro.

– No tiene el aspecto que creíamos -repuso Daniel.

– Pero los ojos son los mismos -observó su hermana sin dejar de mirar el dibujo de Tino con una mezcla de padecimiento, horror y pesadumbre.

Vito lo guardó en la carpeta.

– Tenemos que exhumar el ataúd enterrado en el panteón familiar.

Daniel asintió.

– Lo entiendo. Una parte de mí no quiere saber lo que hay dentro. Mi padre se encargó de todo cuando Simon «murió». Él identificó el cadáver, compró el ataúd, preparó a Simon y lo llevó a casa para enterrarlo.

– El funeral se celebró con el ataúd cerrado -añadió Susannah Vartanian. Se la veía pálida en grado sumo pero se mantenía erguida en la silla y con la cabeza bien alta, como si esperara que la próxima afrenta fuera personal. Vito se preguntó qué era lo que aquel par sabía y no le contaba.

– Es lo normal cuando el difunto queda muy desfigurado -explicó Katherine-. En ese caso la muerte fue por accidente de coche y vuestro hermano sufrió quemaduras graves en el cuerpo. No por haber visto el cadáver tendríais más claro que fuera vuestro hermano.

Daniel esbozó una sonrisa apenas perceptible.

– Gracias. De todos modos, no es precisamente el aspecto del cadáver lo que me preocupa.

Nick abrió los ojos como platos.

– ¿Teme que el ataúd esté vacío, que su padre supiera que en realidad su hermano no estaba muerto?

Daniel se limitó a arquear las cejas. Junto a él, su hermana se irguió un poco más.

Esa era justo la afrenta que esperaba, pensó Vito.

– ¿Por qué motivo querría su padre simular un funeral y un entierro? -preguntó Jen.

Daniel sonrió con amargura.

– Mi padre tenía por costumbre enmendar los desastres de Simon.

Vito había abierto la boca para seguir indagando cuando Thomas Scarborough se aclaró la garganta.

– Antes ha mencionado que su familia se distanció -observó-. ¿Por qué?

Daniel miró a su hermana en busca de apoyo, de consejo. De permiso, incluso, pensó Vito.

El discreto asentimiento de Susannah apenas pudo apreciarse.

– Díselo -musitó-. Por el amor de Dios, díselo todo. Ya hemos vivido bastante tiempo eclipsados por Simon.

Jueves, 18 de enero, 20:15 horas

Van Zandt se creía muy listo al hacer que su pistolero a sueldo lo siguiera al salir del restaurante. Eso, por descontado, no iba a servirle para averiguar su auténtica dirección. Con eso el holandés solo conseguiría buscarse un quebradero de cabeza más.

«Mira que fotografiarme a mí…» Van Zandt tenía muchas agallas. Lo que, bien pensado, resultaba una gran ironía.

El responsable de seguridad de Van Zandt había estacionado en un callejón y tenía los ojos clavados en la puerta del restaurante chino de la acera de enfrente, por la que él había entrado. Esperaba que regresara al coche por el mismo camino. Sin embargo, se acercó por detrás y dio unos golpecitos en la ventanilla del conductor. El empleado de Van Zandt, sobresaltado, se volvió a mirarlo, pero al instante se relajó. Bajó la ventanilla.

– ¿Qué desea?

Su tono era belicoso, pero él se limitó a sonreír.

– Siento molestarle, señor. Pertenezco a una organización benéfica y estamos vendiendo calendarios para…

– No me interesa. -Se dispuso a subir la ventanilla, pero se retrasó un segundo más de lo debido. El cuchillo ya había alcanzado el objetivo y el responsable de seguridad de Van Zandt se desangraba como un cerdo ensartado. El hombre abrió mucho los ojos y luego su mirada se tornó vacía, regalándole una nueva imagen del momento de la muerte.

– No pasa nada -masculló-. Los calendarios son del año pasado. -Le dejó clavado el cuchillo y salió del callejón en dirección a su vehículo, convenientemente aparcado en la puerta del restaurante chino. Circuló sin trabas, dejando atrás a los pobres motoristas que se habían visto obligados a buscar aparcamiento a varias manzanas de distancia. Esa era una de las ventajas de su nuevo medio de… transporte.

Se había situado lejos del alcance visual de cualquiera a quien luego pudieran preguntarle si se había percatado de algo en relación con el asesinato del hombre a quien habían encontrado muerto en el callejón. «Si alguien es capaz de hacer una descripción, será de forma muy vaga.»

No tenía de qué preocuparse. Era raro que alguien lo mirara a la cara cuando se desplazaba de ese modo. La deformidad conllevaba algo que hacía que la gente apartara la mirada. Así él disponía de total libertad para moverse.

Jueves, 18 de enero, 20:30 horas

Daniel se quedó un buen rato mirando sus manos antes de hablar.

– Simon siempre fue un cabrón sin alma. Una vez le impedí ahogar a un gato y se puso muy furioso. Traté de convencerlo de que aquello estaba mal, pero él me molió a palos. Tenía diez años.

Katherine frunció el entrecejo.

– ¿Con diez años podía más que usted, que no es precisamente poca cosa, agente Vartanian?

– Simon es más corpulento -terció Susannah con un hilo de voz.