Daniel se la quedó mirando con una mezcla de dolor y furia contenida. Pero prosiguió.
– A medida que pasaba el tiempo, Simon iba de mal en peor. Mi padre se convirtió en juez. Las acciones de Simon comprometían su carrera, así que mi padre movió algunos hilos para apaciguar los ánimos. Le sorprendería saber lo que la gente está dispuesta a pasar por alto a cambio de dinero. A los dieciocho años Simon se marchó de casa. Luego supimos lo del accidente.
– Y lo enterramos -añadió Susannah.
– Y lo enterramos -repitió Daniel con un suspiro-. Yo me mudé a Atlanta y me hice policía, pero aún regresaba a casa de cuando en cuando. La última vez que vi a mis padres fue para celebrar la Navidad con la familia. -Hizo una larga pausa y luego sus hombros se encorvaron-. Cuando entré en casa encontré a mi madre llorando. No le ocurría muy a menudo, la última ocasión había sido durante el funeral de Simon. Había encontrado unos dibujos, hechos por él.
– ¿De animales torturados? -preguntó Scarborough.
– Algunos. Pero sobre todo eran de personas. Había recortado fotografías de revistas, imágenes de extrema violencia, y las había dibujado. Simon tenía un gran talento artístico, pero también tenía una parte oscura. En la pared de su dormitorio colgaba pósters de cuadros que plasmaban escenas siniestras.
– ¿Como cuáles? -preguntó Vito.
Daniel frunció el entrecejo.
– No lo recuerdo. -Miró a Susannah-. Uno era El grito.
– De Munch -dijo ella-. Y le gustaba Hieronymus Bosch, el Bosco. También tenía un póster de un Goya que representaba una matanza. Y otro de un suicidio. Dorothy no sé cuántos.
Daniel asentía.
– Luego estaba la frase de Warhoclass="underline" «El arte es lo que dejas salir.» Eso representaba bastante lo que era Simon.
– Lo que representaba a Simon era lo que guardaba debajo de la cama -masculló Susannah.
Daniel abrió los ojos como platos.
– ¿Llegaste a ver sus dibujos?
Ella negó con la cabeza.
– No, los dibujos no. No tengo ni idea de dónde los guardaba.
– ¿Qué era lo que había debajo de la cama, señorita Vartanian? -preguntó Vito sin rodeos.
– Copias de cuadros pintados por asesinos en serie, los retratos de payasos de John Wayne Gacy entre otros.
Antes Simon Vartanian reproducía obras de otros pintores, figuras consagradas del arte macabro, y ahora creaba sus propios dibujos. Y mataba a sus propias víctimas. En la mesa se respiraba tensión, y Vito cayó en la cuenta de que los demás estaban pensando lo mismo que él. Por un momento temió que alguien se fuera de la lengua. Sin embargo, nadie dijo nada, lo cual le produjo un gran alivio. Aún había cosas que los Vartanian no les habían explicado, y mientras no lo hicieran, el círculo informativo no podría completarse.
– ¿Por qué no se lo explicó a nadie, señorita Vartanian? -preguntó Thomas Scarborough con amabilidad.
Ella volvió a alzar la barbilla, pero sus ojos expresaban vergüenza.
– Daniel se había marchado, y en algún momento tenía que dormir. Luego Simon murió y los cuadros desaparecieron. Yo entonces no sabía que recortara fotos de revistas, ni que luego las dibujara. Me acabo de enterar.
– Agente Vartanian, ha dicho que su madre encontró los recortes y los dibujos. Pero ¿por qué se peleó con su padre? -quiso saber Vito.
Daniel miró a su hermana.
– Díselo, Daniel -lo instó ella.
– Había más dibujos, hechos a partir de fotografías. Las imágenes de las revistas estaban retocadas, pero esas fotografías parecían reales. Mujeres violadas… Simon también las había dibujado.
Hubo unos instantes de silencio; luego Jen se aclaró la garganta.
– Me extraña que Simon no se llevara consigo los dibujos -observó-. ¿Dónde los encontró su madre?
– En una de las cajas fuertes de mi padre. Había varias ocultas en distintos lugares de la casa.
– Así que su padre sabía lo que escondía Simon, ¿no? -preguntó Jen.
– Sí. Mi madre le pidió explicaciones y él admitió haber encontrado los dibujos en el dormitorio de Simon después de que se marchara. Ahora me pregunto si no sería esa la causa de su marcha. Puede que hubiera agotado la paciencia de mi padre; nunca lo sabremos. Cuando yo los vi, insistí en que debíamos denunciarlo. La gente que aparecía en las fotos había sido víctima de abusos por parte de alguien. Mi padre se escandalizó. ¿Para qué airear el asunto?, dijo. Simon no podía recibir castigo alguno, estaba muerto. Solo serviría para poner en evidencia a la familia.
La hermana de Daniel lo tomó de la mano; su semblante indicaba que estaba dispuesta a aceptar lo inevitable, pero Daniel se mostraba tan distante como ella lo recordaba.
– Me enfadé mucho. Llevaba años viendo cómo mi padre limpiaba la mierda de Simon y aquello fue la gota que colmó el vaso. Estallé y estuvimos a punto de llegar a las manos, así que salí un rato para calmarme. Al volver decidí que yo mismo me encargaría de denunciar lo de las fotos, pero era demasiado tarde. Encontré las cenizas en la chimenea.
Nick agitó la cabeza con incredulidad.
– ¿Su padre, que era juez, destruyó las pruebas?
Daniel levantó la cabeza para mirarlo; sus labios dibujaban una amarga mueca de desdén.
– Sí. Me puse hecho una furia y en esa ocasión sí que le pegué. Él me devolvió el golpe. Ese día nos hicimos mucho daño. Me marché de casa y prometí no volver jamás. Y, de hecho, hasta el domingo pasado no lo hice.
– ¿Dijo algo de las fotografías? -preguntó Liz.
Él se encogió de hombros.
– No. ¿Qué podía decir? Le estuve dando vueltas durante varios días, pero al final no hice nada. No tenía pruebas. Solo las había visto de pasada, no estaba seguro de que se hubiera cometido ningún crimen, ni siquiera estaba seguro de que fueran reales y no retocadas. Además, a fin de cuentas era mi palabra contra la de mi padre.
– Pero su madre también las había visto -dijo Jen con cautela.
– Ella nunca se habría puesto en contra de mi padre, eso era algo que no se hacía y punto.
– ¿Cree que Claire Reynolds utilizó esas fotografías para chantajear a su padre? -preguntó Vito.
– Al principio se me pasó por la cabeza, pero no estaba seguro de que ella supiera que existían; además, pensé que tal vez hubiera cosas que ni yo mismo sabía. Tenía que averiguar de qué iba lo del chantaje. La carrera de mi hermana estaba en juego.
Susannah volvió a alzar la barbilla.
– Mi carrera se sostiene por méritos propios. Y la tuya también.
– Ya lo sé -respondió él-. Cuando llegué a la oficina de correos, descubrí que mi madre había alquilado un apartado a mi nombre. Dentro había esto. -Depositó un grueso sobre encima del maletín de su portátil.
Vito ya sabía lo que había dentro. Aun así se estremeció al ver las fotografías y los dibujos que el joven Simon Vartanian había creado.
– Su padre no destruyó los dibujos.
Daniel torció el gesto.
– Eso parece. Y tampoco sé dónde los guardaba.
Vito le entregó las fotografías a Liz y se pasó la mano por la nuca.
– Vamos a poner los puntos sobre las íes, ¿les parece? En primer lugar está Claire Reynolds. ¿De qué conocía a sus padres?
– No lo sé -respondió Daniel-. A ninguno de los dos nos suena haber conocido en Dutton a alguien con ese nombre.
– Claire no era de Dutton -aclaró Katherine-. Era de Atlanta.
– Nuestro padre viajaba a Atlanta de vez en cuando -explicó Susannah-. Era juez.
Jen frunció el entrecejo.
– Pero eso no explica la relación con Simon. ¿Se conocían?
– La única vez que Simon estuvo en Atlanta fue cuando le pusieron la prótesis -dijo Daniel-. Tenía una pierna amputada, y su ortopedista era de Atlanta.
– Sí -musitó Jen-. Claire también tenía una pierna amputada.