A Vito le entraron ganas de besarla. Sin embargo, en vez de eso se dirigió a ella en tono quedo.
– ¿Y la segunda pregunta?
– Por qué trajo los dibujos hasta Filadelfia. Quiero decir que si lo estaban chantajeando precisamente por esos dibujos, no tiene sentido que le diera al chantajista la oportunidad de pillarlo con ellos encima. No comprendo por qué no los dejó guardados en la caja fuerte. De hecho, no entiendo por qué los conservaba.
Las mejillas de Susannah Vartanian se tiñeron de rojo.
– ¿Está insinuando que nuestros padres mataron a Claire Reynolds?
«No menciones el juego, Sophie -pensó Vito-. No digas nada de Clothilde.»
– Para nada, señorita Vartanian. Lo que digo es que su padre no quería que nadie supiera que estaba buscando a Claire, por eso ocultaba su verdadera identidad. Pero al mismo tiempo quería que su madre creyera que la estaba buscando abiertamente.
La mirada de Susannah denotaba que había comprendido lo que Sophie pretendía decir.
– Mi madre no sabía nada del chantaje -soltó con rigidez-. Ella creía que habían venido a buscar a Simon.
– Pero su padre no tenía ninguna intención de que ella lo viera -musitó Vito.
– Porque él siempre había sabido que Simon estaba vivo y no quería que mi madre se enterara -dijo Daniel con gravedad-. Y también por los dibujos.
– Sin embargo se vieron -musitó Susannah-. Porque él la mató. Dios mío.
Vito miró a Liz con las cejas arqueadas en señal interrogativa. Ella asintió y entonces él se aclaró la garganta.
– Esto… Hay otra cosa que tienen que saber. Cuando encontramos a sus padres, también encontramos dos fosas vacías. Entonces no estábamos seguros, pero ahora…
Susannah palideció.
– Daniel.
Él le pasó el brazo por los hombros.
– No te preocupes, Suze. Ahora que lo sabemos, estaremos alerta. -Miró a Vito-. ¿Podemos volver a ver el retrato, por favor?
Vito colocó los retratos del anciano y de Frasier Lewis juntos sobre la mesa, frente a los hermanos Vartanian.
– Les haré una copia.
– Gracias -dijo Daniel-. Se lo agradecemos… -Pero el grito ahogado de Susannah lo interrumpió.
Con las manos temblorosas, tomó el retrato del anciano.
– Yo conozco a ese hombre. -Levantó la cabeza; ahora su rostro aparecía cadavérico-. Daniel, todos los días paseo a mi perro dos veces, por la mañana y por la noche. Lo llevo al parque que hay enfrente del edificio donde vivo. Ese hombre… -señaló el retrato- aparece de vez en cuando sentado en un banco. -Su voz se quebró-. A veces hablamos, acaricia al perro. Daniel, lo he tenido igual de cerca que te tengo a ti.
Vito miró a Sophie. Su expresión afligida denotaba que comprendía a Susannah Vartanian. Se volvió a mirarla.
– ¿Cuánto tiempo hace que lo conoce?
– Por lo menos un año. Lleva un año observándome.
– Les pondremos protección -la tranquilizó Liz-. Esperemos que no se entere de que saben que está vivo. Vengan conmigo. Les buscaré un lugar donde pasar la noche.
Jueves, 18 de enero, 21:15 horas
– Vito, espera.
Vito se detuvo frente a la puerta de la comisaría. Allí plantada, tiritando, estaba Katherine. De inmediato se puso a la defensiva. Desde la noche anterior hasta ese momento había conseguido evitarla, pero parecía que la tregua había terminado.
– ¿Cuánto llevas aquí esperando?
– Desde que ha terminado la reunión. Suponía que tarde o temprano saldrías.
Vito se volvió hacia el vestíbulo, donde Sophie aguardaba junto con Nick y Jen.
Katherine siguió su mirada.
– No piensas perderla de vista.
– No. Cada vez que pienso en que ese hombre ha ido al museo y la ha rozado…
– Lo siento, Vito. Ayer estuve fuera de lugar.
– No, lo que estabas era asustada. Y tenías razón.
– No tenía razón, y el hecho de que estuviera asustada no lo justifica. Te he dicho que lo siento. Te agradeceré que me perdones.
Vito apartó la mirada.
– Katherine, ni siquiera puedo perdonarme a mí mismo.
– Ya lo sé, y eso tiene que cambiar. Tú no hiciste nada malo. Lo que le ocurrió a Andrea fue una tragedia, pero no fue culpa tuya y no tenías manera de preverlo.
Él bajó la vista al suelo.
– ¿Cómo te enteraste?
– Fue cuando viste los informes de balística. Observé tu mirada cuando te percataste de que una de tus balas la había alcanzado. Vi cómo la mirabas la primera vez que la llevaron al depósito de cadáveres. Vito, la amabas y murió. -Katherine exhaló un suspiro-. Pero eso forma parte de tu intimidad y yo no tenía ningún derecho a utilizarlo en tu contra.
– Estabas asustada -repitió él-. Sophie es la niña de tus ojos.
A Katherine le temblaron los labios.
– La conozco desde que tenía cinco años.
– ¿Cómo la conociste? ¿Por qué dice que eres la madre que nunca tuvo?
Los ojos de Katherine se humedecieron.
– ¿Eso te ha dicho?
– Sí. ¿Por qué?
– Cuando mi hija, Trisha, iba al parvulario, Sophie era su mejor amiga. Un día mi hija llegó a casa llorando. Iba a celebrarse una merienda para madres e hijas y Sophie no pensaba asistir. Su madre no podía acompañarla.
A Vito se le encogió el corazón.
– ¿Y por qué no iba con su abuela, o con su tía?
– Anna estaba de gira y Freya tenía que acompañar a alguna parte a una de sus hijas, lo que era habitual. Iba a acompañarla Harry, pero eso habría echado por tierra la idea de una fiesta para madres e hijas, así que me ofrecí para acogerla. Desde entonces, Sophie ha sido como una hija para mí.
– ¿Y su abuela?
– Anna recortó la gira que tenía prevista y compró una casa en Filadelfia para que Sophie pudiera estar más cerca de Harry. Sin embargo, pasaron varios años antes de que Anna abandonara su carrera, así que Sophie pasaba mucho tiempo conmigo.
– ¿Qué fue lo que hizo que Anna se retirara definitivamente?
– Se había perdido mucho de la relación con sus propias hijas. Creo que al final se dio cuenta de que con Sophie y Elle se le ofrecía una nueva oportunidad.
– ¿Elle?
Katherine miró a Vito alarmada. Luego negó con la cabeza.
– Tendrá que contártelo ella, Vito. He acompañado a esa chica en todos los momentos importantes de su vida, buenos o malos. Haría cualquier cosa por protegerla. Y por que fuera feliz.
Él volvió a mirar a Sophie.
– Ahora está protegida. Y me gustaría creer que es feliz.
– Eres un buen hombre, Vito. A ti también te he visto pasar momentos buenos y malos. Somos amigos. Espero que mi estúpido comentario de ayer no destruya todo lo bueno de estos años.
– No, no lo ha hecho y no lo hará. Antes de que una bala pueda herirla, haré que me hiera a mí.
– No digas eso -susurró ella-. No tiene gracia.
– No pretendía hacerme el gracioso. ¿Qué le pasó al ver la bolsa del cadáver, Katherine?
– Eso también tendrá que contártelo ella. -Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla-. Gracias por perdonarme. No seré tan estúpida como para volver a poner en riesgo nuestra amistad.
– Invítame a un trozo de pastel de chocolate alemán y trato hecho -dijo, y ella se echó a reír.
– Cuando termine todo esto, te haré dos pasteles. Ahora estoy rendida. Me marcho a casa.
– Te acompaño al coche -se ofreció Vito-. Tú también tienes que andarte con cuidado.
Katherine frunció el entrecejo.
– Supongo que eso tampoco lo has dicho para hacerte el gracioso.
– No. Vamos.
20
Jueves, 18 de enero, 21:55 horas
– Uau. -Sophie pestañeó al ver tantos coches en el camino de entrada de la casa de Vito-. ¿Qué pasa ahí?