– Insistí tanto que al final Andrea accedió, pero no quería que su jefe se enterara y optamos por mantenerlo en secreto hasta que supiéramos hacia dónde queríamos llevar la relación. Llegado el momento, tendríamos que tomar decisiones en el terreno profesional; no nos parecía prudente quemar las naves antes de saber si lo nuestro era para siempre.
– De entrada os parecía que sí lo era.
– Sí. Al cabo de unos meses, decidimos aclarar las cosas con nuestros jefes. Mi superior era Liz, y yo confiaba en que ella nos ayudaría a encontrar la mejor solución. Sin embargo el jefe de Andrea no era tan magnánimo, y ella temía buscarse problemas. A todo esto, Nick y yo seguíamos trabajando en el caso de su hermano pequeño y resultó que el asesino era el hermano mayor. Andrea se quedó deshecha.
– ¿Por qué un hermano mató al otro?
– Por asuntos de drogas. El mayor consumía heroína y el menor se metió por medio. La noche en que Andrea murió, yo acababa de llegar a casa tras salir de la suya cuando recibí una llamada de la comisaría. Un vecino había visto regresar al hermano mayor de Andrea y llamó al 911. -Suspiró-. Después descubrimos que ella le había dado dinero.
Sophie se estremeció.
– Lo estaba ayudando a escapar.
– Sí, pero Nick y yo no lo sabíamos. Ni siquiera se nos pasó por la cabeza dicha posibilidad. Fuimos a su casa y pedimos refuerzos para cubrir todas las salidas. Andrea no debería haber estado allí, había salido de su casa conmigo. Esa noche le tocaba guardia.
– Pero estaba allí.
Vito cerró los ojos, lo recordaba todo con absoluta claridad.
– Sí, allí estaba. El hermano de Andrea oyó que lo llamábamos por megafonía. Creemos que Andrea intentó que se rindiera y al no conseguirlo le apuntó con la pistola. Sin embargo, él le golpeó la cabeza con una silla; en ella encontramos pelo y sangre. Demasiado tarde otra vez. Evacuamos a los vecinos y luego irrumpimos en la vivienda. El hermano de Andrea empezó a disparar.
– Le había quitado la pistola.
– Sí. Ya había anochecido cuando lo acorralamos en la escalera. Él apagó la luz y todo quedó a oscuras. Nick encendió su linterna y el muy cabrón le disparó; la bala le rozó el hombro. Nick apagó la linterna, pero el hermano de Andrea siguió disparando. Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad logramos divisar su silueta y también la emprendimos a tiros. Al cabo de un minuto dejamos de disparar y volvimos a encender las linternas. Estaba muerto. Y ella también.
Sophie acarició el brazo de Vito.
– Oh, Vito. ¿Utilizó a su propia hermana como escudo?
– No lo sabemos. Ni siquiera sabíamos que estaba en el edificio. La había dejado inconsciente y había empezado a arrastrarla escalera abajo. Supongo que la tomó como rehén. Si le hubiera permitido llegar a la calle, la habríamos visto.
– Si le hubieras permitido salir a la calle, habría dispuesto de muchos más blancos, Vito. Se habría liado a disparar a los vecinos evacuados y a los transeúntes curiosos. Tú lo impediste. No puedo creer que te echaran la culpa.
– No lo hicieron. Hubo una investigación; pasa siempre cuando un policía dispara el arma. Esa vez fue un poco más a fondo porque hubo víctimas. Un policía también murió.
– ¿Nadie se enteró de lo tuyo con Andrea?
– No. Habíamos logrado comportarnos con mucha discreción. Solo lo sabía Nick porque le hice un comentario al verla tendida en la escalera. -«Cubierta de sangre»-. Ahora Tino también lo sabe, se lo conté el año pasado, en el primer aniversario de su muerte. Estaba destrozado.
– Lo comprendo.
– Liz se olía algo, pero no tenía ni idea de que Katherine lo supiera. Me enteré anoche.
Sophie suspiró.
– Por la cuenta que le trae, no lo habría mencionado de no temer por mi vida. Guarda muy bien los secretos, es una tumba.
Vito arqueó una ceja.
– No tanto. Me ha hablado de Elle.
Sophie alzó los ojos, sorprendida.
– Parece que la tumba ha sido profanada.
– Así que Elle murió -dijo Vito-. ¿Quién era? ¿Tu hermana?
– ¿Cómo lo has adivinado?
– Katherine dijo que Anna dejó de viajar al darse cuenta de que con Sophie y Elle se le ofrecía otra oportunidad. -Se encogió de hombros-. Además, soy detective.
– No se te dan muy bien las catapultas, pero no te lo tendré en cuenta.
Él pasó los dedos por el delicado perfil de su mentón.
– ¿Quién era Elle, Sophie?
– Mi hermanastra. Yo tenía doce años cuando nació. Había ido a Francia a pasar el verano y cuando volví a casa me encontré con un gran alboroto. Mi abuela estaba de gira cuando Lena se presentó en casa de Harry con otro regalito. Elle no tenía ni una semana.
– Tu madre tiene el instinto maternal de un cocodrilo.
– Los cocodrilos cuidan de sus crías mucho mejor que ella. Fue entonces cuando Anna se retiró definitivamente. Canceló todos sus compromisos a excepción de Orfeo, porque la función era en Filadelfia.
– O sea que tuve mucha suerte al oírla cantar.
– Sí, mucha.
– Y Anna crió a Elle.
– Lo hicimos entre Anna y yo. Sobre todo yo. Anna tampoco era precisamente maternal. «Ocúpate de ese bebé», bramaba siempre que volvía de la escuela. Pero a mí no me importaba, Elle era mía.
– Era la primera vez que algo te pertenecía de verdad, ¿no?
Sophie sonrió con gran tristeza.
– Ya te he dicho varias veces que soy bastante previsible. Elle tenía muchos problemas de salud, entre ellos una grave alergia alimentaria, así que no le quitaba ojo de encima. Y extremaba la vigilancia siempre que Lena se presentaba en casa como si tal cosa. Nunca cuidó de Elle en condiciones.
– ¿Lena volvió a casa?
– Aparecía de vez en cuando. Se sentía culpable, volvía a casa, se apoderaba de Elle y se marchaba al cabo de uno o dos días. Yo al principio tenía la esperanza de que Elle fuera lo bastante importante como para que Lena sentara cabeza, aunque no sintiera lo mismo por mí. Pero no fue así. Pasó el tiempo y Elle creció. -Sophie esbozó una sonrisa-. Era una niña preciosa. Parecía un ángel de Boticcelli, con los tirabuzones y aquellos grandes ojos azules. Yo tenía el pelo más liso que una tabla y era alta y desgarbada, pero Elle era guapísima. La gente se volvía a mirarla por la calle, y le regalaba cosas.
– ¿Cosas? ¿Qué cosas?
– Cosas inocuas, como pegatinas o muñecas. A veces le daban comida, y yo me asustaba mucho porque su alergia era muy fuerte. Siempre tenía que leer las etiquetas.
Vito creyó adivinar cómo seguía la historia.
– Y un día Lena volvió cuando tú no estabas y le dio un alimento inapropiado.
– Fue la noche de mi fiesta de graduación. Yo no salía mucho, siempre tenía que ocuparme de Elle; incluso dejé de pasar los veranos en Francia. Pero era mi graduación, y mi pareja era Mickey DeGrace.
– Debía de ser alguien muy especial -insinuó Vito en tono irónico.
– Desde mi primer año de instituto estaba loca por él. Nunca me había hecho caso, pero Trisha, la hija de Katherine, se empeñó en que me hacía falta un cambio de imagen. La cosa funcionó; por primera vez era Mickey quien estaba loco por mí. Llegó la noche de la fiesta y… bueno, desaparecimos del baile. Mickey conocía los mejores rincones del instituto. Yo me sentía tan emocionada de que se interesara por mí que lo seguí.
Sin duda eso no era nada bueno, pensó Vito. La culpabilidad que Sophie sentía por la muerte de su hermana iba de la mano de la que le provocó su primera experiencia sexual.
– ¿Qué ocurrió, Sophie?
– Estábamos… ya sabes. Cuando noté los golpecitos en el hombro pensé que iban a expulsarme. Vi cómo las expectativas de mi amigo se desvanecían ante mi primera y única indiscreción.
– ¿Eras virgen? -dijo Vito, y ella asintió.
– Supongo que eso fue lo que atrajo a Mickey. Se había acostado con todas las demás y yo era carne fresca. La cuestión es que me estaba preguntando cómo iba a explicar… aquello cuando reparé en la cara de la profesora y… comprendí lo que había ocurrido. Ella ni siquiera vio a Mickey subirse los pantalones.