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Luego, un breve destello de paranoia: no sólo tiene el poder sino que también es posible que sea una especie de sanguijuela telepática que me está drenando, que está extrayendo el poder de mi mente hacia la suya. Quizá desde el 74 ha estado haciendo a escondidas.

Alejo semejantes estupideces sin sentido de mi cabeza.

—Sí, el miércoles estaré allí. Quizá me dé una vuelta.

Ni por casualidad iré a la disertación de Claude Guermantes sobre Rimbaud o Verlaine. ¡Si tiene el poder, que escuche bien eso y se lo trague!

—Me encantaría que viniera —me dice.

Se inclina más hacia mí. Su andrógina suavidad mediterránea le permite quebrantar, como por descuido, el establecido código norteamericano de las costumbres de distancia entre los hombres. Siento el olor del tónico para el cabello, la loción para después del afeitado, el desodorante, y otros perfumes. Un consuelo: no todos mis sentidos están declinando a la vez.

—Su hermana —murmura—. ¡Una mujer maravillosa! ¡Cómo la quiero! Con frecuencia habla de usted.

—¿De veras?

—Cuando habla de usted lo hace con mucho amor; también con mucha culpa. Por lo visto, durante muchos años fueron más enemigos que amigos.

—Eso ya ha pasado. Por fin nos estamos haciendo amigos.

—¡Qué maravilloso para ambos! —Señala a alguien con una mirada rápida—. Ese doctor no es bueno para ella. Demasiado viejo, demasiado inactivo. La mayoría de los hombres pierden la capacidad de crecer después de los cincuenta. En seis meses la matará de aburrimiento.

—Quizá lo que necesita es aburrirse —le contesto—. Tuvo una vida excitante con la que no consiguió ser feliz.

—Nadie necesita aburrirse jamás —dice Guermantes, y me guiña un ojo.

—A Karl y a mí nos encantaría que la próxima semana vinieras a cenar a casa, Duv. Tenemos que hablar de tantas cosas los tres.

—Ya veremos, Jude. Todavía no sé lo que haré la semana que viene. Te llamaré.

Lisa Holstein. John Leibnitz. Creo que necesito otro trago.

Domingo. Un terrible dolor de cabeza. Hachís, ron, vino, marihuana, ¡Dios sabe qué más! Y a las dos de la madrugada alguien que me mete nitrito de amilo bajo la nariz. Esa asquerosa fiesta de mierda. Jamás debí haber ido. Mi cabeza, mi cabeza, mi cabeza. ¿Dónde está la máquina de escribir? Tengo que trabajar un poco. Adelante:

vemos pues, la diferencia en el método de enfoque de estos tres dramaturgos con respecto a la misma historia. Para Esquilo lo principal es la significación teol6gica del crimen y los actos inexorables de los dioses: Orestes está atormentado porque, por un lado, debe cumplir la orden de Apolo de matar a su madre y, por otro, le teme al matricidio, y como consecuencia de esto se vuelve loco. Eurípides se exfiende en la caracterización y es menos alegórico que

Una auténtica basura; mejor lo dejo para más tarde.

Silencio entre mis orejas. El negro y retumbante vacío. Hoy no funciona para nada, para nada en absoluto. Creo que es posible que haya desaparecido por completo. Ni siquiera puedo recibir el clamor de los hispánicos de al lado. El mes más cruel de todos los meses es noviembre, genera cebollas en la mente muerta. Estoy viviendo una poesía de Eliot. Me estoy convirtiendo en palabras sobre una página. ¿Permaneceré aquí sentado sintiendo lástima de mí mismo? No. No. No. No. Lucharé. Haré ejercicios espirituales destinados a devolverme mi poder. De rodillas, Selig. Inclina la cabeza. Concéntrate. Transfórmate en una fina aguja de pensamiento, en un delgado rayo láser telepático que se extiende desde esta habitación hasta las cercanías de la hermosa estrella Betelgeuse. ¿Entiendes? Bien. Ese puro y afilado rayo mental atraviesa el universo. Mantenlo. Mantenlo firme. No se permiten las dilataciones en las puntas, viejo. Bien. Ahora asciende. Estamos subiendo la escalera de Jacob. Ésta será una experiencia fuera del cuerpo, Duvid. ¡Sube, sube y aléjate! Elévate a través del cielo raso, a través del techo, a través de la atmósfera, a través de la ionosfera, a través de la estratosfera, a través de la nosequésfera. Hacia fuera. Hacia los vacíos espacios interestelares. Ah, oscuro, oscuro, oscuro. Frío el sentido y perdido el motivo de la acción. ¡No, acaba con eso! Sólo se permiten los pensamientos positivos en este viaje. ¡Elévate! ¡Elévate! Hacia los hombrecitos verdes de Betelgeuse IX. Llega a sus mentes, Selig. Establece contacto. Establece… contacto. ¡Elévate, judío haragán! ¿Por qué no te estás elevando? ¡Elévate!

¿Y bien?

Nada. Nothing. Niente. Ninguna parte. Nulla. Nicht.

Cae pesadamente sobre la Tierra. Dentro del silencioso funeral. De acuerdo, si eso es lo que quieres, date por vencido. Muy bien. Descansa un rato. Descansa y luego reza, Selig. Reza.

Lunes. El dolor de cabeza ha desaparecido. El cerebro recibe de nuevo. En un glorioso arranque de frenesí creativo vuelvo a escribir El tema de “Electra” en Esquilo, Sófocles y Eurípides de cabo a rabo, dándole una nueva forma, una nueva expresión, aclarando y reforzando las ideas e imprimiéndole simultáneamente lo que creo que es el tono perfecto del modo de la expresión informal de los negros. Mientras martilleo las últimas palabras suena el teléfono. Es un momento muy oportuno; ahora me siento sociable. ¿Quién llama? ¿Judith? No. La que llama es Lisa Holstein.

—Habías prometido llevarme a casa después de la fiesta —dice en tono afligido y acusador—. ¿Qué diablos hiciste, te esfumaste?

—¿Cómo has conseguido mi número de teléfono?

—Por Claude. El profesor Guermantes. —Ese demonio amanerado lo sabe todo—. Oye, ¿qué estás haciendo en este momento?

—Tengo la intención de tomar una ducha. Toda la mañana he estado trabajando y apesto.

—¿Qué clase de trabajo haces?

—Hago los trabajos que los estudiantes de Columbia tienen que presentar para aprobar.

Por un momento piensa en ello.

—Sin duda eres extraño, viejo. Hablo en serio, ¿qué haces?

—Te lo acabo de decir.

Un largo silencio para digerirlo. Luego:

—Está bien, lo entiendo. Haces unos trabajos en nombre de otros. Mira, Dave, lo mejor que puedes hacer es ducharte. ¿Cuánto se tarda en metro desde la calle Ciento Diez y Broadway hasta tu casa?

—Si tienes suerte y el metro pasa en seguida, unos cuarenta minutos.

—Magnífico. Dentro de una hora estaré ahí.—Clic.

Me encojo de hombros. Una chica loca. Me llama Dave. Nadie me llama de ese modo. Me desnudo y directamente a la ducha, un enjabonado largo y pausado. Luego, recreándose en uno de sus escasos intervalos de relajación, David Selig relee su trabajo de esta mañana; se siente satisfecho de lo que ha escrito. Esperemos que a Lumumba también le parezca bien. Luego cojo el libro de Updike. Cuando estoy en la página cuatro, el teléfono suena de nuevo. Es Lisa otra vez. Está en la esquina de la Doscientos Veinticinco y quiere saber cómo llegar a mi apartamento. Ahora la cosa parece más seria. ¿Por qué me persigue con tanta tenacidad? Pero no importa, puedo seguirle el juego. Le doy las instrucciones. Al cabo de diez minutos, un golpe en la puerta. Lisa con el mismo suéter negro que llevaba el sábado por la noche en la fiesta y unos vaqueros ajustados. Una sonrisa tímida, inusitada en ella.

—¡Hola! —saluda. Se pone cómoda—. Cuando te vi por primera vez tuve una repentina intuición con respecto a ti: Este tipo tiene algo especial. Tienes que acostarte con él. Si hay algo que he aprendido es que hay que confiar en la intuición. Yo sigo la corriente, Dave, sigo la corriente.