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Ya se ha quitado el suéter. Sus pechos son grandes y redondos, con diminutos pezones, casi imperceptibles. En el profundo valle que hay entre sus pechos reposa una estrella judía. Se pasea por la habitación, examinando mis libros, mis discos, mis fotografías.

—Así que ahora que estoy aquí dime, ¿estaba en lo cierto? ¿Hay algo especial en ti? —me pregunta.

—Lo hubo una vez.

—¿Qué?

—Eso es asunto mío, averígualo tú misma —contesto.

Aunando todas mis fuerzas, me meto con violencia en su mente. Es un brutal asalto de frente, una violación, un verdadero estupro mental. Desde luego, ella no siente nada.

—Una vez tuve un don realmente extraordinario. Ya casi ha desaparecido, pero aún lo tengo por momentos. De hecho, en este preciso momento lo estoy utilizando contigo —le digo.

—Muy ingenioso —dice, y se quita los vaqueros.

No lleva nada debajo. Antes de los treinta estará gorda. Sus caderas son anchas, su vientre sobresale. El vello de su pubis es extrañamente tupido y está muy extendido, más que un triángulo parece una especie de rombo, un rombo negro que va casi desde la entrepierna hasta las caderas. Sus nalgas tienen profundos hoyuelos. Al mismo tiempo que inspecciono su cuerpo, registro brutalmente su cabeza, sin dejar ni una sola zona sin registrar, disfrutando del acceso mientras dura. No necesito ser cortés. No le debo nada: me ha obligado a aceptarla. Primero me cercioro de si dijo la verdad respecto a que nunca había oído hablar de Kitty. Era cierto: no tiene ningún tipo de parentesco con Kitty. Una absurda coincidencia de apellidos, eso es todo.

—Estoy segura de que eres poeta, Dave —dice cuando nos entrelazamos y caemos sobre la cama deshecha—. Eso también es intuición. Aunque en estos momentos te dediques a hacer esos trabajos, tu verdadera vocación es la poesía, ¿verdad?

Mi mano recorre sus pechos y su vientre. Su piel emana un fuerte olor. Apuesto a que no se ha bañado en tres o cuatro días. No importa. Sus pezones emergen misteriosamente diminutos bultos rígidos y rosados. Se retuerce. Continúo saqueándole la mente como un bárbaro que comete un pillaje en el Foro. Está completamente abierta a mí; me deleito en esta inesperada restitución de vigor.

Su autobiografía va adquiriendo forma para mí. Nació en Cambridge, tiene veinte años. Su padre y su madre son profesores. Tiene un hermano menor que ella. De niña era aficionada a los juegos de niños. Sarampión, varicela, escarlatina. Pubertad a los once, perdió la virginidad a los doce. Un aborto a los dieciséis. Varias aventuras lesbianas. Un apasionado interés por los poetas franceses decadentes. Acido, mescalina, psilocibina, cocaína, incluso una aspiración de heroína que le proporcionó Guermantes. Cinco o seis veces Guermantes se la llevó a la cama. Recuerdos intensos de eso. Su mente me muestra más de lo que quiero ver sobre Guermantes. La impresión que él ha dejado en ella es fuerte. Lisa tiene una imagen de sí misma dura y agresiva, dueña y reina de su alma, de su destino. Por debajo, por supuesto, es exactamente lo opuesto; está muerta de miedo. No es una mala chica. Me siento un poco culpable por la forma tan indiferente y cruel en que he irrumpido en su cabeza, sin importarme para nada su intimidad. Pero tengo mis necesidades.

Mientras ella desciende sobre mí, sigo merodeando por su mente. Casi no recuerdo la última vez que alguien hizo lo que ella está haciendo ahora. Casi no recuerdo la última vez que me acosté con alguien, últimamente todo ha ido muy mal. Es una experta en sexo oral. Aunque me gustaría corresponderle, no puedo hacerlo; a veces soy melindroso y ella no es el tipo de mujer limpia. Pero bueno, dejemos esas cosas para los Guermantes de este mundo. Permanezco allí tendido, escarbando en su cerebro y aceptando el obsequio de su boca. Me siento viril, vigoroso, seguro de mi reacción, y por qué no, obtengo placer de dos receptores a la vez, cabeza y entrepierna. Sin retirarme de su mente, al fin me retiro de sus labios, cambio de osición, abro sus piernas y me deslizo bien hondo dentro de su bahía estrecha. Selig el semental.

—Aaah —dice, doblando las rodillas—. Aaah.

Y comenzamos a jugar a la bestia con dos lomos. Con disimulo obtengo satisfacción de la retroacción, interceptando sus reacciones al placer y duplicando de ese modo el mío; cada empuje me proporciona un placer factorial y deliciosamente exponencial. Pero luego ocurre algo extraño. Aunque a ella todavía le falta bastante para llegar al orgasmo (algo que sé interrumpirá nuestro contacto mental cuando ocurra) la transmisión de su mente comienza a volverse irregular e indiferenciada, más ruido que señal. Las imágenes se interrumpen y me llega una descarga de interferencias. Lo que recibo es confuso y distante; lucho por mantener el contacto con su conciencia, pero no hay manera de conseguirlo, se va deslizando fuera de mí, poco a poco, a cada momento que pasa se retira, hasta que no hay ninguna comunión. De repente, en ese instante de separación, mi pene se ablanda y se desliza fuera de ella. Aquello coge a Lisa por sorpresa y se sobresalta.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta.

Me es del todo imposible decírselo. Recuerdo a Judith preguntándome, hace apenas unas semanas, si alguna vez había considerado la pérdida de mis poderes mentales como una especie de metáfora de impotencia. A veces sí, le dije. Y ahora, por primera vez, la metáfora se mezcla con la realidad; las dos deficiencias se integran. Es impotente aquí y es impotente allí. ¡Pobre David!

—Supongo que me he distraído —le digo.

Suerte que ella es hábil; durante media hora trata de excitarme, dedos, labios, lengua, pelo, pechos, sin lograr que reaccione ante nada; de hecho, con su inflexible determinación lo único que consigue es que las cosas empeoren.

—No lo entiendo —dice—. Lo estabas haciendo tan bien. ¿He hecho algo mal?

—Has estado muy bien, Lisa. A veces ocurren cosas como ésta y nadie sabe por qué. Descansemos un poco y quizá vuelva a la vida —le digo tranquilizándola.

Descansamos. Permanecemos uno junto al otro, y hago algunos intentos de penetrar en su mente mientras le acaricio la piel distraídamente. Ni una vibración en el nivel telepático. Ni una vibración. El silencio de la tumba. ¿Ya ha llegado, éste es el fin, aquí y ahora? ¿Es aquí donde se apaga por fin? Ahora soy como todo el mundo, estoy condenado a arreglármelas con meras palabras.

—Tengo una idea —dice—. ¿Por qué no nos duchamos juntos? A veces eso consigue estimular a los hombres.

No me opongo; es posible que dé resultado y, en todo caso, después ella olerá mejor. Vamos hacia el cuarto de baño. Torrentes de fresca y vigorizante agua.

Exito. Con la ayuda de su mano enjabonada logro revivir.

Volvemos corriendo hacia la cama. Aún rígido, me subo sobre ella y le hago el amor. Jadeo jadeo jadeo, gemido gemido gemido. Mentalmente no recibo nada. De repente, tiene un pequeño y curioso espasmo, intenso pero rápido, y en seguida acabo yo también. En cuanto al sexo eso es todo. Nos acurrucamos juntos, cómodos tras la agradable experiencia. Nuevamente trato de entrar en su mente. Cero. Ce-ro. ¿Ha desaparecido? Creo que realmente ha desaparecido. Has presenciado un acontecimiento histórico, jovencita. El fin de un notable poder extrasensorial. De mí sólo queda esta cáscara mortal.

¡Ay de mí!

—Me encantaría leer algunas de tus poesías, Dave —me dice.

Por la noche, a eso de las siete y media, Lisa ya se ha marchado. Salgo a cenar a una pizzería cercana. Estoy bastante tranquilo. En realidad, aún no acuso el impacto de lo que me ha sobrevenido. ¡Qué extraño que pueda aceptarlo tan bien! Pero sé que en cualquier momento se precipitará sobre mí, me aplastará, me hará pedazos; lloraré, gritaré, me golpearé la cabeza contra las paredes. Pero por ahora estoy asombrosamente sereno. Tengo una extraña sensación póstuma, como de haberme sobrevivido a mí mismo. Y una sensación de alivio: el suspenso ha terminado, el proceso se ha completado, ha llegado la muerte, y he sobrevivido. Desde luego, no creo que este estado de ánimo dure mucho. He perdido algo que era central en mi existencia, y ahora espero la angustia, el pesar y la desesperación que, sin duda, no tardarán en aparecer.