En momentos estratégicamente elegidos, te hablaba en forma elíptica de mi interés por los fenómenos extrasensoriales.
Te hice creer que ese interés mío era un pasatiempo, un estudio frío y desapasionado. Te dije que me fascinaba la posibilidad de conseguir una verdadera comunicación mental entre seres humanos. Tuve mucho cuidado de no dar la impresión de ser un fanático, de no mostrarme excesivamente entusiasmado con respecto a mi caso; mantuve oculta mi desesperación. Como la verdad era que no podía leerte, me fue más fácil simular una objetividad de estudioso contigo que lo que me hubiera resultado con cualquier otra persona. Y tenía que simular. Mi estrategia no me permitía hacer ninguna confesión verdadera. No quería asustarte, Kitty, no quería darte motivos para que te alejaras de mí, pensando que era un fenómeno, o,lo que habría sido más probable, un loco. Sólo un pasatiempo, entonces. Un pasatiempo.
Tú no te resignabas a creer en la percepción extrasensorial.
Si no es posible medirla con un voltímetro o registrarla en un electroencefalógrafo, dijiste, no es real. Te supliqué que fueras tolerante. Existen cosas como los poderes telepáticos. Sé que es así. (¡Cuidado, Duv!) No te podía citar lecturas de electroencefalógrafos: jamás en mi vida estuve cerca de uno, no tengo ni idea de si mi poder quedaría registrado. Y me había prohibido conquistar tu escepticismo llamando a un extraño para hacer el jueguecito de la lectura de pensamientos. Pero te podía dar otros argumentos. Mira los resultados de Rhine, mira toda esta serie de lecturas correctas de las cartas de Zener. ¿De qué otro modo puede explicarse eso si no es con la percepción extrasensorial? Y las pruebas acerca de la telequinesis, la teleportación, la clarividencia…
Tu escepticismo seguía ahí, desdeñando fríamente la mayoría de los datos que te cité. Tu razonamiento era agudo y preciso; no había nada confuso con respecto a tu mente cuando se hallaba en su propio terreno, el método científico. Según dijiste, Rhine falsifica sus resultados realizando pruebas con grupos heterogéneos, luego, para realizar más pruebas, sólo selecciona a los sujetos que muestran una racha de suerte inusual, excluyendo a los otros de su estudio. Y se limita a publicar aquellos resultados que sostengan su tesis. Insiste en que es una anomalía estadística, y no extrasensorial, la que da como resultado esas elecciones correctas de las cartas Zener. Además, el experimentador está predispuesto a creer en la percepción extrasensorial, y no cabe duda de que eso conduce a todo tipo de errores de procedimiento inconscientes, ligeros prejuicios involuntarios que, inevitablemente, falsean el resultado. Con cautela te invité a que juntos hiciéramos algunos experimentos, dejando que fueras tú quien estableciera los procedimientos. Creo que principalmente estuviste de acuerdo porque era algo que podíamos hacer juntos y (era principio de octubre) ya estábamos buscando, de un modo bastante reprimido, otros puntos en común puesto que tu educación literaria se había convertido en una carga para los dos.
De común acuerdo, decidimos (¡con qué habilidad hice que pareciera idea tuya!) concentrarnos para transmitirnos imágenes o ideas. Al principio conseguimos un éxito cruelmente engañoso. Creamos gran cantidad de imágenes y tratamos de transmitírnoslas mentalmente. Aún tengo aquí, en los archivos, nuestras anotaciones sobre esos experimentos:
Aunque no tuviste ningún acierto directo, cuatro de las diez podían considerarse asociaciones estrechas: flores y rosas, el Empire State y el Pentágono, elefante y tractor, locomotora y avión. (Flores, edificios, equipos para trabajos pesados medios de transporte.) Suficiente para darnos falsas esperanzas de verdadera transmisión. Y luego esto:
Tampoco ningún acierto directo para mí, pero tres asociaciones estrechas, o algo así, de diez: playa tropical y paisaje soleado, el puente George Washington y el monumento a Washington, autopista durante las horas punta y colmena. Denominadores comunes: luz de sol, George Washington y actividad intensa en un lugar atestado de seres. Al menos nos engañamos viéndolas como asociaciones estrechas en lugar de coincidencias. Confieso que estaba apuntando a oscuras, adivinaba en lugar de recibir y no tenía mucha fe en la calidad de nuestras respuestas. Sin embargo, esas colisiones de imágenes probablemente accidentales despertaron tu curiosidad, comenzaste a decir que era posible que hubiera algo de cierto en esto. De modo que seguimos adelante.
Variamos las condiciones en las que realizábamos la transmisión de pensamientos. Lo intentamos en la oscuridad absoluta, estando en diferentes habitaciones; lo intentamos con las luces encendidas, cogidos de las manos; lo intentamos borrachos; lo intentamos ayunando; lo intentamos tras muchas horas sin dormir, esforzándonos por permanecer despiertos durante toda la noche con la vaga esperanza de que las mentes embotadas por la fatiga permitieran que los impulsos mentales atravesaran las barreras que nos separaban. De no haber sido porque en 1963 nadie tenía un buen concepto de la marihuana y el ácido, también lo hubiéramos intentado bajo sus efectos. A través de una docena de medios más tratamos de abrir el conducto telepático. Es posible que todavía recuerdes los detalles, la vergüenza los aleja de mi mente. Noche tras noche, durante más de un mes, luchamos por nuestro vano proyecto; mientras tanto tu interés aumentaba, llegaba a su punto más alto y volvía a decrecer. Todo este proceso se exteriorizaba en una serie de fases que iban desde el escepticismo a un interés frío y neutral hasta una fascinación y entusiasmo inconfundibles, después, a la comprensión del inevitable fracaso, una sensación de impotencia ante nuestro objetivo, que conducía luego al cansancio, el aburrimiento y la irritación. No me di cuenta de nada de todo esto: pensaba que te consagrabas al trabajo tanto como yo. Pero para ti había dejado de ser un experimento o un simple juego; te dabas perfecta cuenta de que se trataba de una búsqueda obsesiva. En el mes de noviembre me pediste en varias ocasiones que desistiéramos. Dijiste que todo aquel asunto de la lectura de pensamientos te producía terribles dolores de cabeza. Pero yo no podía desistir, Kitty. Hice caso omiso de tus objeciones y seguí insistiendo. Estaba atrapado, no tenía alternativa, te presioné sin piedad para que cooperaras. Te tiranicé en nombre del amor, viendo siempre a esa Kitty telepática que finalmente produciría. Tal vez cada diez días alguna chispa engañosa de contacto aparente animaba mi estúpido optimismo. Lo lograríamos; nuestras mentes se tocarían. Ahora, cuando estábamos tan cerca, ¿cómo podíamos desistir? Pero jamás estuvimos cerca.
A principios de noviembre Nyquist organizó una de sus imprevisibles comidas servida por un restaurante chino que le gustaba. Sus fiestas siempre eran acontecimientos brillantes; habría sido del todo absurdo rechazar la invitación. Así que por fin tendría que exponerte a él. Más o menos deliberadamente, durante más de tres meses te había estado escondiendo de él evitando el momento de la confrontación debido a una cobardía que no entendía del todo. Llegamos tarde; tardaste en arreglarte. Ya hacía rato que la fiesta había comenzado. Había quince o dieciocho personas, la mayoría celebridades, aunque no para ti, porque ¿qué sabías acerca de poetas, compositores, novelistas? Te presenté a Nyquist. Él sonrió y murmuró una galantería, besándote suave e impersonalmente. Pareciste cohibida, casi temerosa de él, de su desconfianza y afabilidad. Después de estar un rato hablando con nosotros, se alejó bailando para ir a abrir la puerta. Al cabo de un momento, mientras nos ofrecían los primeros tragos, planté un pensamiento para éclass="underline"