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—¡Bu! —grita alguien detrás de mí.

Doy un salto tan grande que el coñac de mi vaso salpica la ventana. Lleno de terror me doy la vuelta, agachado, listo para defenderme; luego el miedo instintivo desaparece y comienzo a reír. Judith también ríe.

—Es la primera vez en mi vida que te sorprendo —dice—. ¡La primera vez en treinta y un años!

—Me has dado un susto tremendo.

—Durante tres o cuatro minutos he estado parada aquí pensando cosas para ti. Esperando recibir una réplica mordaz de tu parte, pero no, no, no has reaccionado, has seguido mirando la nieve. Así que me he acercado sin hacer ningún ruido y te he gritado en la oreja. Te has asustado de verdad, Duv. No estabas fingiendo.

—¿No habrás creído que te estaba mintiendo acerca de lo que me había pasado?

—No, claro que no.

—Entonces, ¿por qué has pensado que podría estar fingiendo?

—No lo sé. Supongo que he dudado un poquito de ti. Pero ya no. ¡Ay, Duv, Duv. lo siento tanto por ti!

—Pues no lo hagas —le digo—. Por favor, Jude.

En silencio, está llorando. ¡Qué extraño me resulta ver llorar a Judith! Y nada menos que por amor hacia mí. Por amor hacia mí.

Ahora hay un gran silencio.

Afuera el mundo es blanco, adentro gris. Lo acepto. Pienso que la vida será más apacible. El silencio se convertirá en mi lengua materna. Habrá descubrimientos y revelaciones, pero ningún trastorno. Es posible que más adelante el mundo vuelva a tener algo de color para mí.

En vida nos consumimos. Al morir vivimos. Recordaré eso. Me regocijaré. Twang. Twing. Twong. Hasta que muera de nuevo, hola, hola, hola, hola.

FIN