Sin embargo, Huxley creía que utilizando diversos medios artificiales, se podía efectuar el buen funcionamiento de la válvula de reducción cerebral, con lo cual los mortales comunes podían tener acceso a los datos extrasensoriales habitualmente sólo vistos por los pocos elegidos. Pensaba que las drogas psicodélicas producen este efecto. Sugirió que la mescalina interfiere en el sistema enzimático que regula el funcionamiento del cerebro y, al hacerlo, “reduce la eficiencia del cerebro como instrumento para concentrar la mente en los problemas de la vida en la superficie de nuestro planeta. Esto… según parece, permite que entren en la conciencia ciertos tipos de sucesos mentales normalmente excluidos dado que no poseen valor de supervivencia. La enfermedad o la fatiga pueden originar intrusiones análogas de material inútil desde el punto de vista biológico, pero con valor estético y a veces espiritual. También puede llegarse a lo mismo mediante el ayuno o mediante un período de confinamiento en un lugar oscuro y de silencio absoluto”.
A partir de su propia experiencia, David Selig puede decir muy poco acerca de las drogas psicodélicas. Tan sólo tuvo una experiencia con ellas, y no fue feliz. Eso ocurrió en el verano de 1968, cuando vivía con Toni.
Aunque Huxley tenía en alto concepto las drogas psicodélicas, no las consideraba el único medio de acceso a la experiencia visionaria. El ayuno y la mortificación física también conducían a esa experiencia. Escribió sobre misticos que “utilizaban con regularidad el látigo de cuero anudado o incluso de alambres de hierro. Estas flagelaciones eran el equivalente de importantes intervenciones quirúrgicas sin anestesias, cuyos efectos en la química orgánica del penitente eran considerables. Durante la flagelación misma, se liberaban grandes cantidades de histamina y adrenalina; y cuando las heridas resultantes comenzaban a supurar (como sucedía prácticamente con todas las heridas antes de la era del jabón), diversas sustancias tóxicas, producidas por la descomposición de las proteínas, se introducían en la corriente sanguínea. Pero la histamina produce un choque que afecta tan profundamente a la mente como al cuerpo. Además, en grandes cantidades, la adrenalina puede causar alucinaciones, y se sabe que algunos productos de su descomposición producen síntomas semejantes a los de la esquizofrenia. Con respecto a las toxinas de las heridas, producen trastornos en los sistemas enzimáticos que regulan el cerebro y reducen su eficiencia como un instrumento para salir adelante en un mundo donde, desde el punto de vista biológico sobreviven los más aptos. Esto explicaría los motivos por los que el Cura de Ars solía decir que, en los días en que tenía plena libertad para flagelarse sin misericordia, Dios no le negaba nada. En otras palabras, cuando el remordimiento, el odio a uno mismo y el miedo al infierno liberan adrenalina e histamina, y cuando las heridas infectadas liberan proteínas descompuestas en la sangre, la eficiencia de la válvula de reducción cerebral disminuye y entran en la conciencia del asceta aspectos desconocidos de la “Mente Libre”, incluidos fenómenos psíquicos, visiones y, si se está filosófica y éticamente preparado para ello, experiencias misticas”.
Remordimiento, odio a uno mismo y miedo al infierno. Ayuno y oración. Látigos y cadenas. Heridas supurantes. Cada uno con su propio viaje, supongo, y buen provecho les haga. A medida que el poder se va debilitando en mi, a medida que muere el don sagrado, acaricio la idea de tratar de revivirlo a través de medios artificiales. ¿Acido, mescalina, psilocibina?
Creo que no me gustaría volver a eso de nuevo. ¿Mortificación de la came? Eso me parece obsoleto, como revivir las Cruzadas o usar polainas: algo que simplemente es inadecuado para 1976. De todos modos, dudo que pudiera llegar muy lejos con la flagelación. ¿Qué me queda entonces? ¿Ayuno y oración? Supongo que podría hacer ayuno. ¿Oración? ¿A quién? ¿A qué? Me sentiría realmente tonto. Querido Dios, devuélveme mi poder. Querido Moisés, por favor, ayúdame. Nada más que tonterías. Los judíos no rezan para pedir favores, porque saben que nadie responderá. Entonces, ¿qué me queda? ¿Remordimiento, odio hacia mí mismo y miedo al infierno? Esas tres cosas ya las tengo y no me sirven de nada. Es preciso probar otra forma de estimular el poder para que reviva. Inventemos algo nuevo. ¿Flagelación de la mente, quizá? Sí. Lo probaré. Sacaré los garrotes metafóricos y me castigaré. Flagelación de la mente dolorida, debilitada, palpitante, que se va desintegrando. La mente traicionera y detestable.
6
Pero, ¿por qué quiere David Selig recuperar su poder? ¿Por qué no dejar que vaya desapareciendo? Siempre ha sido una maldición para él, ¿no es cierto? Lo ha aislado de sus semejantes y lo ha condenado a vivir una vida sin amor. Déjalo en paz, David. Deja que desaparezca. Deja que desaparezca. Pero, sin el poder, ¿qué eres? Sin ese único medio de contacto vacilante, caprichoso e insatisfactorio con ellos, ¿cómo podrás tocarlos? Para bien o para mal, tu poder te une a la humanidad, es la única forma de unión que posees: no puedes tolerar la idea de renunciar a él. Admítelo: amas y desprecias este don tuyo. A pesar de todo lo que te ha hecho, temes perderlo. Aunque, sabes que la lucha es inútil, lucharás por aferrarte a sus últimos vestigios. Sigue luchando, pues. Vuelve a leer a Huxley. Si te atreves, prueba con ácido. Prueba la flagelación. Al menos, prueba el ayuno. Muy bien, el ayuno. Decididamente no al guisado chino, ni al rollo de carne y verduras picadas. Coloquemos una hoja nueva en la máquina de escribir y pensemos en Odiseo como símbolo de la sociedad.
7
Escucha el suave timbre del teléfono. Es tarde, ¿quién será? ¿Tal vez Aldous Huxley desde la tumba, exhortándome a tener valor? ¿El doctor Hittner para hacerme algunas preguntas importantes sobre el pipi? ¿Toni, para decirme que está muy cerca de aquí con mil microgramos de un ácido que es dinamita y si me parece bien se acerca, y me lo trae? Seguro. Seguro. Desconcertado, me quedo mirando el teléfono. Ni siquiera en el apogeo de su fuerza, mi poder pudo penetrar en la conciencia de la Compañía Norteamericana de Teléfonos y Telégrafos. Suspirando, tras la quinta señal, levanto el auricular y oigo la dulce voz de contralto de mi hermana Judith.
—¿Interrumpo algo? —Comienzo típico de Judith.
—Una tranquila noche en casa. Estoy haciendo un trabajo sobre La Odisea para un estudiante. ¿Tienes alguna idea brillante para mí, Jude?
—Hace dos semanas que no llamas.
—Estaba en bancarrota. Después de la escena de la última vez, no quería sacar a relucir el tema del dinero, y últimamente ha sido el único tema del que se me ocurre hablar, así que preferí no llamar.
—Tonterías —dice—, no estaba enfadada contigo.
—Parecías estar verdaderamente furiosa.
—No quise decir todo eso. ¿Por qué pensaste que hablaba en serio? ¿Sólo porque estaba gritando? ¿De verdad crees que te considero un… un… qué fue lo que te dije?
—Una sanguijuela inútil, creo.
—Una sanguijuela inútil. Tonterías. Esa noche estaba nerviosa Duv; tenia problemas personales, y además estaba a punto de venirme el periodo. Perdí el control. Me limitaba a gritar las primeras estupideces que pasaban por mi cabeza, pero ¿por qué creíste que hablaba en serio? Precisamente tú deberías haber sabido que no lo decía en serio. ¿Desde cuándo le das un valor literal a lo que dice la gente cuando habla?
—También lo estabas diciendo con la cabeza, Jude.
—¿De veras? —De repente, su voz suena sumisa y arrepentida—. ¿Estás seguro?
—Me llegó con fuerza y claridad.