El paisaje se volvió más rural. Las colinas se recortaban en la distancia y una solitaria columna de humo blanco se encumbraba como una ristra de notas musicales desde un tejado que se adivinaba en la lejanía. Según el mapa, el canal no podía estar demasiado lejos. En un recodo nacía un camino que se alejaba serpenteando como si fuera la entrada de un pueblo, y entonces vio a una niña que vendía grandes tazones de té alineados sobre un banco de madera. No debía de tener más de trece o catorce años. Estaba sentada en un taburete bajo y leía un libro. Tenía el pelo recogido en una coleta y atado con un lazo infantil. No había clientes, y Chen se preguntó si alguien se detendría a lo largo del día. Vio unas cuantas monedas que brillaban dentro de un platillo de latón abollado junto a una abultada mochila a sus pies. Por lo visto, no se trataba de una vendedora ambulante que se hubiese propuesto hacer grandes ganancias. Era sólo una niña del pueblo, pequeña e inocente, que en medio de ese paisaje idílico estaba quizá leyendo un libro de poemas y que ofrecía refrescos a los viajeros sedientos que pasaban.
No eran más que pequeños detalles, pero al juntarse componían una imagen parecida a lo que en alguna ocasión había leído en textos de las dinastías Tang y Song:
«Delgada y flexible, quizá tenga trece años;
un brote de cardamomo en los albores de marzo».
– Disculpa -dijo acercándose con su moto. ¿Sabes dónde está el canal Baili?
– ¿El canal Baili? Sí, todo recto, a unos ocho o nueve kilómetros.
– Gracias.
También le pidió un tazón de té.
– Tres feng -dijo la niña sin levantar la mirada de su libro-.
– ¿ Qué lees? -preguntó Chen-.
– Visual Basic.
La respuesta no encajaba con la idea que se había hecho el inspector jefe, pero luego pensó que no tenía por qué sorprenderle, porque él también había asistido a clases nocturnas de aplicaciones de Windows. Comenzaba la época de las autopistas de la información.
– ¡Ah!, programación informática -dijo-. Muy interesante.
– ¿Tú también estudias esto?
– Un poco.
– ¿Necesitas cds?
– ¿Qué?
– Están tirados de precio. Con un montón de programas avanzados: Chínese Star, Twin Bridge, Dragón Dictionary, y todo tipo de fuentes, tradicionales y simplificadas.
– No, gracias -dijo él y sacó un billete de un yuan-.
Seguro que los cds que le ofrecía eran increíblemente baratos. Había oído hablar de productos piratas, pero no quería tener nada que ver con ellos, y menos siendo inspector jefe.
– Creo que no me llega el cambio.
– No importa. Dame lo que tengas.
La pequeña juntó las monedas para entregárselas, y en lugar de dejar el billete de un yuan en el platillo de latón a sus pies, lo metió en su bolso. A su manera, era una adolescente cauta que se ganaba su dinerillo. Después, volvió a zambullirse en el ciberespacio mientras el lazo de su coleta, agitado por la brisa, aleteaba como una mariposa.
A Chen le había cambiado el ánimo.
¡Qué ironía! Sus románticos pensamientos sobre el inocente brote de cardamomo, una solitaria espiral de humo blanco, una inocencia virginal en un paisaje rústico, una colección de poemas…, y un despiste profesional. Sólo después de recorrer otros tres o cuatro kilómetros pensó que, siendo inspector jefe, debería haber hecho algo a propósito del negocio de esos cds. Quizá había estado demasiado ausente, perdido en un "trance poético" y demasiado sorprendido por las realidades del mundo. El episodio le recordó las críticas de sus colegas. El inspector jefe Chen era demasiado "poeta" para ser policía.
Cuando llegó al canal, eran más de las dos. No había ni una sola nube en el horizonte. El sol del atardecer colgaba, solitario, en el cielo azul, encumbrado sobre una escena de desolación que parecía un rincón olvidado del mundo. No se veía ni un alma. En la orilla del canal crecían matojos de hierba y grandes arbustos. Chen se quedó mirando desde la orilla el agua estancada en medio de una mancha de arbustos silvestres. Sin embargo, creyó oír el fragor que llegaba desde el lejano Shanghai.
¿Quién era la víctima? ¿Cómo había vivido? ¿Con quién había estado antes de morir? No esperaba encontrar gran cosa en aquel lugar. Las fuertes lluvias de los últimos días habían borrado todo rastro de pruebas. Chen había pensado que esa visita a la escena del crimen le ayudaría a establecer una especie de relación entre los vivos y los muertos, pero no percibió ninguna señal. Por el contrario, comenzó a divagar pensando en los asuntos del Departamento. Recuperar un cadáver en un canal no tenía nada de extraordinario, al menos para el Departamento de homicidios. Habían tenido casos similares antes y tendrían más en el futuro. No era necesario que un inspector jefe se ocupara de algo así, y menos en ese momento, puesto que debería estar preparándose para un seminario importante.
Tampoco parecía un asunto que pudiera resolverse en un par de días. No había testigos ni pruebas físicas, dado que el cuerpo había permanecido en el agua cierto tiempo. Lo descubierto hasta ahora no aportaba casi nada que permitiera avanzar en la investigación. Seguro que cualquier veterano se habría sacado de encima un caso de este tipo. De hecho, el inspector Yu lo había insinuado, y la brigada de asuntos especiales estaría justificada si desestimase éste. La posibilidad de un fracaso en la solución del enigma no prometía nada bueno y no contribuiría a mejorar su posición en el departamento.
Chen se sentó sobre el saliente de una roca, sacó un cigarrillo medio aplastado y lo encendió. Aspiró el humo y cerró los ojos un instante. Entonces se fijó, al otro lado del canal, en un pequeño lecho de flores silvestres, azules, blancas y violetas, entre el verde brumoso de la maleza. Nada más.
Cuando emprendió el regreso, unas motas nubosas flotaban en el cielo. La niña que vendía té en el recodo del camino ya no estaba. Daba igual, quizá ni siquiera fuera una vendedora ambulante de cds piratas. Tendría alguna copia para vender, y un par de yuanes podían significar mucho para una niña en una aldea rural.
Al regresar al despacho, lo primero que vio fue una copia de la carta oficial de admisión de la que le había hablado el Secretario del Partido Li, pero no sintió al descubrirla la emoción que esperaba.
El informe preliminar de la autopsia llegó a finales de la tarde. No aportaba ninguna novedad interesante. Se calculaba que la muerte se había producido entre la una y las dos de la madrugada del día 11 de mayo. La víctima había tenido relaciones sexuales antes de morir. Las pruebas de ácido fosfato habían detectado esperma, aunque debido al tiempo pasado en el agua, no en cantidad suficiente como para poder identificar otros factores. Resultaba difícil saber si la relación sexual se había consumado contra la voluntad de la víctima, pero en cualquier caso, se confirmaba que había muerto estrangulada. No estaba embarazada. El informe terminaba con la siguiente conclusión: «Muerte por estrangulamiento, además de una posible agresión sexual». La autopsia había sido practicada por el doctor Xia Yulong.
Leído el informe por segunda vez, el inspector jefe Chen tomó una determinación: no decidiría nada por el momento. No tenía por qué ocuparse del caso de inmediato, ni transferirlo a otra brigada. Si aparecía alguna prueba, estaría a tiempo de reclamarlo para que su brigada se haciera cargo del mismo. Si la investigación se estancaba, tal y como suponía el inspector Yu, siempre podría dejarla en manos de otros.
En su opinión, era la decisión correcta. Así que informó a Yu, quien se mostró de acuerdo. Sin embargo, en cuanto colgó el teléfono, tuvo la sensación de que su ánimo se ensombrecía como una pantalla al comienzo de una película, y en esa oscuridad se proyectaron fragmentos de la escena que había visitado esa tarde.