– Entiendo, pero el comisario Zhang… contestó Chen inacabando la frase-.
A Zhang se le consideraba el comisario más ortodoxo del Partido en el Departamento, un partidario de la línea dura de la vieja generación.
– El comisario Zhang ha llegado a la edad de jubilación -explicó Li-, pero con la inflación y con el aumento del coste de la vida, a cualquiera le resulta difícil vivir sólo con una pensión. Por eso, las autoridades del Partido han elaborado nuevas normas para los camaradas veteranos. Deben respetar la nueva normativa de jubilación de cuadros, de eso no cabe duda, pero si gozan de buena salud, pueden realizar trabajos secundarios adecuados a su edad, lo cual les permite cobrar el salario íntegro. Su cargo como asesor es honorífico, sólo se limitará a darle consejos o a hacerle sugerencias. Es usted quien tiene plena autoridad como responsable del grupo.
– Y entonces, ¿qué hacemos con él?
– Manténgalo informado sobre la investigación.
– Ya entiendo -afirmó Chen con un suspiro-.
Chen veía muy claro lo que le esperaba: cuatro o cinco llamadas del comisario cada día, por no hablar de la obligación de escuchar sus largos sermones salpicados de citas de Mao, de Deng o del Diario del Pueblo, sin contar la necesidad de reprimir frecuentes bostezos.
– No será tan difícil como parece. Se asegura que es un comisario incorruptible.
Según se mirase, era una ventaja… o todo lo contrario.
– También le conviene trabajar estrechamente con un camarada de la vieja generación -concluyó en voz baja el Secretario del Partido-.
Cuando Chen volvió a la sala grande del despacho, vio al inspector Yu mirando una serie de fotografías sobre su mesa. Chen se sentó frente a él.
– ¿Tan importante era Guan? -inquirió Yu-.
– Una trabajadora modelo de rango nacional siempre es importante.
– Pero eso era en los años sesenta y setenta. El camarada Lei Feng y toda esa propaganda.
– Sí, nos han educado con el mito de los modelos del comunismo -convino Chen-. En realidad, la idea no deja de tener sus raíces en el confucionismo. La diferencia está en que a los modelos confucionistas se les llamaba sabios, mientras que en el siglo XX se les distinguen como trabajadores modelo, campesinos modelo, soldados modelo… Yo todavía me acuerdo de la canción aquella de «Aprendamos del buen ejemplo del camarada Lei Feng».
– Yo también -dijo Yu-. Y hay otra: «Ser buenos soldados del camarada Mao». El otro día me puse a tararear la melodía, y mi hijo se quedó muy desconcertado.
Aquellas canciones habían sido muy populares en todo el país a principios de los años sesenta. El camarada Lei Feng era un soldado modelo del Ejército de Liberación Popular que servía al pueblo de todo corazón, ayudaba a los necesitados y jamás actuaba por intereses personales. El Partido alababa a aquellos míticos modelos comunistas que debían servir de ejemplo al pueblo: dar y no tomar, contribuir y no quejarse, conformarse y no crear problemas. Sin embargo, después de la Revolución Cultural, y sobre todo finalizado el verano de 1989, muy pocos creían de verdad en la propaganda ortodoxa.
– De modo que el camarada Lei Feng podría ser más útil ahora que nunca -concluyó Chen-.
– ¿Por qué?
– La división social moderna. Hoy en día, un puñado de nuevos ricos vive en unas condiciones de lujo que superan todos los sueños del pueblo, y mientras tanto, se despide a cantidad de trabajadores: «Esperad la jubilación» o «Esperad a que os asignen un empleo», dicen. Muchas personas tienen problemas para llegar a fin de mes. He ahí la razón de que sea más necesaria que nunca la propaganda en favor de un modelo comunista que renuncie al egoísmo.
– Es verdad -asintió Yu-. Esos Hijos de Cuadros Superiores, los HCS, tienen todo lo que quieran y creen que es algo totalmente natural.
– Eso explica que el Ministerio de Propaganda intente elaborar un nuevo modelo cueste lo que cueste. Guan era, por lo que sabemos, una mujer joven y atractiva. Un progreso considerable en las pasarelas de la moda política.
– Entonces usted tampoco cree en esa mierda de la política.
– Diría que basta de mitos políticos -sentenció Chen-. ¿Qué piensa usted del caso?
– Que es cualquier cosa menos un asunto político.
– Sí, pero dejemos de lado la política.
– A Guan la atacaron aquella noche en la que se marchaba de vacaciones. La obligaron a que se desnudase dentro de un coche, la violaron y estrangularon. Como no salía con nadie en el momento de su muerte, según los empleados de la tienda, podemos suponer que el asesino era un desconocido, probablemente un taxista.
– Bien, ¿qué sugiere que hagamos?
– Investigar en la central de taxis, recopilando los recibos que corresponden a esa noche y comprobando los registros, y desde luego, interrogando a los que tienen un pasado turbio.
Guan, víctima de un taxista. De nuevo la misma hipótesis, una posibilidad que los inspectores Yu y Chen ya habían barajado incluso antes de conocer la identidad de la mujer. Al menos se explicaba por qué el cuerpo había acabado en aquel canal tan apartado.
– Sí, tiene sentido. Hay que cubrir todos los aspectos que crea conveniente investigar.
– Haré lo que pueda -repuso Yu-, pero como he dicho antes, con la cantidad de coches que circulan por la ciudad hoy en día no será fácil.
– Entretanto, hagamos las comprobaciones de rigor. Yo iré al edificio del dormitorio donde vivía Guan y usted interrogará a sus colegas en la tienda.
– De acuerdo -dijo Yu-. Entiendo que es un asunto político especial, pero ¿qué sucederá con el comisario Zhang?
– Le mantendremos informado sobre nuestros trabajos. Cuando quiera decir algo, limítese a escucharlo… con todo el respeto posible -le aconsejó Chen-. Al fin y al cabo, Zhang es un cuadro veterano y, en cierto modo, influyente.
CAPÍTULO 7
El inspector Yu se despertó temprano. Todavía adormecido, echó una ojeada al radio-despertador en su mesilla de noche. Acababan de dar las seis, pero él sabía que esperaba una jornada larga. Se levantó moviéndose con cuidado para no despertar a Peiqin, su mujer, quien se acurrucó contra la almohada con funda de toalla, arropada con un edredón a rayas que la tapaba hasta los tobillos, dejando ver los pies sobre la sábana.
Por regla general, Yu se levantaba a las siete, salía a hacer footing por la calle Jinglin, leía el periódico matutino, desayunaba, mandaba a Qinqin, su hijo, al colegio y luego se iba al trabajo. Sin embargo, aquella mañana decidió cambiar su rutina. Tenía algunas cosas en qué pensar y decidió correr por la calle del Pueblo.
Mientras trotaba al ritmo acostumbrado y aspiraba el aire frío de la mañana, tenía la mente absorta en el caso de Guan Hongying. En la calle reinaba el silencio, y unos cuantos ancianos practicaban sus ejercicios de tai-chi en la acera junto a la tienda de muebles Mar Oriental. Pasó junto a un lechero que, sentado en una esquina, tenía la mirada absorta en una pequeña caja de botellas reposada a sus pies y al que, quizá contando, se le podía oír murmurar.
No era más que un caso de homicidio entre tantos otros. Desde luego, el inspector Yu haría todo lo posible por resolverlo. No tenía reparos en dedicarse a ello, pero no le agradaba en absoluto el giro que cobraba la investigación. La política, siempre la maldita política. ¿Qué diferencia había entre una trabajadora modelo y una que no lo era cuando yacían desnudas entre las paredes de una sala de autopsias?
Según el informe preliminar de los grandes almacenes, en el momento de su muerte Guan no mantenía relaciones con nadie. Al parecer, durante todos aquellos años nunca había salido con nadie. No tenía tiempo para ello. Todo indicaba que debía considerarse un vulgar caso de violación y asesinato. El violador, un absoluto desconocido para ella, la habría asaltado sin saber quién era la noche del 10 de mayo y la habría matado en algún punto del camino hacia su lugar de vacaciones. Sin pruebas ni testigos, la investigación se anunciaba difícil. Les habían asignado casos de este tipo en el pasado, y a pesar de todos sus esfuerzos, no se había conseguido ningún resultado.