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Aun así, Yu estaba dispuesto a reconocer que Chen, a pesar de su falta de experiencia, era un oficial de policía honrado y concienzudo, un hombre inteligente, con buenos contactos y dedicado a su trabajo. Eso ya era mucho tratándose de alguien del Departamento. El día anterior le habían impresionado sus opiniones críticas sobre el mito de los modelos.

Decidió que no se enfrentaría a Chen. Una investigación banal como esa podía llevar dos o tres semanas, y si conseguían resolver el caso por sí mismos, tanto mejor.

El aire se volvía cada vez más enrarecido en el autobús. Mirando por la ventana, el inspector Yu se dio cuenta de que estaba sentado ahí, como un tonto sentimental, compadeciéndose de sí mismo. Cuando el autobús llegó a la calle Xizhuang, fue el primero en apearse. Tomó un atajo por el parque del Pueblo, una de sus puertas daba a la calle Nanjing. La principal arteria de Shanghai se había convertido prácticamente en un inmenso centro comercial, desde el Bund hasta el templo de Yanan. Todo el mundo estaba de buen humor: los compradores, los turistas, los vendedores ambulantes y los mensajeros. Un grupo cantaba a las puertas del Hotel Helen. En el centro, una chica joven tocaba una melodía con una cítara antigua. Un cartel con enormes ideogramas exhortaba a los habitantes de Shanghai a fomentar los hábitos de higiene y a respetar el medio ambiente, absteniéndose de tirar basura y escupir en la calle. Unos trabajadores jubilados hacían ondear unas banderas rojas en las esquinas, dirigiendo el tráfico y regañando a los infractores. El sol había salido y brillaba sobre las rejillas de las escupideras encastradas en las aceras.

El inspector Yu pensó que él era igual que toda esa gente, pero era su protector. Más tarde se convenció de que aquello no era más que una ilusión que él confundía con la realidad.

Los grandes almacenes Número Uno se encontraban a medio camino de la calle Nanjing, en dirección al parque del Pueblo y frente a la calle Xizhuang. Como siempre, estaban repletos de gente, no sólo de shanghaineses, sino también de forasteros. Yu tuvo que pasar de lado entre el gentío de la entrada. La sección de cosméticos estaba en la primera planta. Yu se acercó y observó durante un rato, de espaldas a una columna. Había un hormiguero de gente reunida en torno a los mostradores. Grandes carteles de bellas modelos saludaban a las jóvenes compradoras, cuya manera de moverse se hacía aún más atractiva bajo la intensa luz. Las vendedoras, encantadoras con sus uniformes verdes de rayas blancas en medio de las luces de neón, enseñaban cómo se aplicaban los productos cosméticos.

Tomó el ascensor hasta la tercera planta, donde se encontraba el despacho del director general Xiao Chi. Xiao lo recibió en un despacho amplio, adornado de una variedad impresionante de premios y fotografías de marco dorado en las paredes. Yu observó que una de las fotografías era un retrato de Guan saludando al camarada Deng Xiaoping durante la Dé cima Reunión del Comité Central del Partido.

– La camarada Guan era un cuadro importante de nuestro establecimiento, un miembro leal del Partido -afirmó Xiao-. Su trágica muerte ha sido una triste pérdida para el Partido. Haremos todo lo posible para ayudarle en su investigación.

– Gracias, camarada director general -contestó Yu-. ¿Podría empezar por decirme lo que sabe de su trabajo?

– Guan era la encargada de la sección de cosmética. Llevaba doce años trabajando aquí. Concienzuda en su trabajo, asistía a todas las reuniones de grupo del Partido y ayudaba a los demás en todo lo que podía. Un modelo en todos los aspectos de su vida. El año pasado, por ejemplo, donó trescientos yuanes a las víctimas de las inundaciones en Jiangshu y respondió a las consignas del gobierno comprando, como todos los años, una gran cantidad de bonos del Estado.

– ¿Qué opinión tenían de ella sus compañeras de trabajo?

– Era muy eficiente. Una administradora competente, metódica y sumamente minuciosa. Las demás siempre tenían una opinión muy favorable de su trabajo.

– Una verdadera trabajadora modelo -resumió Yu consciente de que podría haber sacado la mayor parte de la información que le daba el director general Xiao de la ficha oficial de Guan-. Tengo que hacerle preguntas sobre otros aspectos.

– Sí, pregunte lo que quiera.

– El resto de las empleadas… ¿la apreciaban?

– Creo que sí, pero tendría que preguntárselo a ellas. No se me ocurre ningún motivo para lo contrario.

– Y, por lo que usted sabe, ¿no tenía enemigos en el establecimiento?

– ¿Enemigos? Vamos, camarada inspector Yu, ésa es una palabra muy fuerte. Puede que haya habido gente que no la quisiera demasiado. A todos nos pasa algo parecido. Puede que a usted también. Pero eso no le hace temer que vayan a asesinarlo, ¿no le parece? No, no diría que tuviera enemigos.

– ¿Y sabe algo de sus relaciones personales?

– De eso no sé nada -dijo el director general pasándose lentamente el dedo corazón por la ceja izquierda-. Era una mujer joven, nunca habló conmigo de su vida privada. Sólo hablábamos de trabajo, trabajo y trabajo. Era muy responsable con su doble posición de encargada y de trabajadora modelo de rango nacional. Lo siento, no puedo ayudarle en ese aspecto.

– ¿Tenía muchas amigas?

– Diría que no tenía muchas amigas íntimas en el establecimiento. Quizá no dispusiera de tiempo con tantas actividades y reuniones del Partido.

– ¿No había hablado con usted de sus planes para las vacaciones?

– Conmigo, no. Sus vacaciones no eran demasiado largas, de modo que no tenía por qué comentármelas. He preguntado a varias colegas suyas, pero tampoco les había dicho nada.

El inspector Yu decidió que había llegado el momento de hablar con las demás empleadas.

Le habían preparado una lista de nombres.

– Le contarán todo lo que sepan. Si hay algo más que pueda hacer, por favor, no deja de ponerse en contacto conmigo -concluyó Xiao con amabilidad-.

Para celebrar las demás entrevistas, le habían destinado una sala de reuniones formal que bien hubiese podido acoger a cientos de personas. Las empleadas esperaban en una sala contigua, a la que se entraba por una puerta de cristal. El inspector Yu las llamaría una por una. La primera fue Pan Xiaoxai, una amiga de Guan. Tenía dos hijos en casa, uno de ellos discapacitado, y debía volver a ocuparse de ellos a la hora de comida. Había estado sollozando en la sala de espera, dedujo Yu al ver sus ojos irritados.

– Es horrible -dijo con voz triste quitándose las gafas y limpiándose los ojos con un pañuelo de seda-. No puedo creer que Guan haya muerto…, quiero decir, una militante del Partido tan admirable… ¡Y pensar que el último día que ella vino yo tenía el día libre!

– Entiendo sus sentimientos, camarada Pan -convino Yu-. Por lo que sé, usted era una de sus amigas más cercanas.

– Sí, habíamos trabajado muchos años juntas…, seis años -se secó los ojos y sorbió sonoramente, como si quisiera demostrar la autenticidad de su amistad-. Hace diez años que trabajo aquí, pero antes estaba en la sección de juguetes.

Sin embargo, cuando Yu le preguntó por la vida personal de Guan, Pan tuvo que reconocer que su amistad con la fallecida no era tan estrecha. En todos esos años sólo había ido una vez a la habitación de Guan. En realidad, lo que más habían hecho era salir juntas a la hora de comer a mirar escaparates, comparar precios o compartir un plato de fideos con carne en el restaurante Sheng, al otro lado de la calle, pero nada más.

– ¿Alguna vez le preguntó usted sobre su vida personal?

– No, nunca.

– ¿Y cómo se explica eso? Eran buenas amigas, ¿no?

– Es que… ella tenía una actitud muy especial. Resulta difícil de definir. Era como si se situara al otro lado de una línea. Al fin y al cabo, ella era famosa en todo el país.