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Llegó hasta una casa de ladrillo gris, subió por la escalera y llamó a una puerta en el segundo piso. Una mujer le abrió de inmediato. Tenía poco más de treinta años, rasgos ordinarios pero finos, y el pelo corto y muy negro. Llevaba vaqueros y una blusa blanca arremangada por encima de los codos. Estaba descalza. Se la veía más bien delgada y sostenía un mocho para lavar el suelo.

– ¿Camarada Zhang Yaqing? -¿Si?

– Soy el inspector Yu Guangming, de la policía de Shanghai.

– Hola, inspector Yu, adelante. El gerente me ha llamado y me ha contado lo de su investigación.

Se dieron la mano. La de ella era fría y callosa, como las de Peiqin.

– Lo siento, estaba limpiando la habitación.

Era un cubículo de unos ocho metros cuadrados con dos camas y un tocador blanco. Había una mesa y sillas plegadas contra la pared, donde colgaba una fotografía ampliada de Zhang con un hombre grande y un niño pequeño sonrientes. El retrato de la familia feliz. Zhang sacó una silla, la desplegó y, con un gesto, lo invitó a que se sentase.

– ¿Quiere tomar algo?

– No, gracias.

– ¿En qué puedo ayudarle?

– Quisiera que me contestase a unas cuantas preguntas acerca de Guan.

– Sí, claro -dijo ella y se sentó en otra silla-.

Dobló las piernas como si quisiera ocultar sus pies desnudos.

– ¿Cuánto tiempo trabajó con Guan?

– Unos cinco años.

– ¿Qué opinión tiene de ella?

– Era una trabajadora modelo muy famosa, desde luego…, y también un miembro del Partido muy leal.

– ¿Podría ser un poco más concreta?

– Pues… políticamente era muy activa… y correcta… a la hora de seguir cualquier iniciativa lanzada por las autoridades del Partido. Esforzada, leal, apasionada… Como jefa de nuestra sección, era muy concienzuda y rigurosa en su trabajo. La primera en llegar y, a menudo, la última en irse. No diré que fuera muy fácil llevarse bien con la camarada Guan, pero ¿cómo podría ser de otra manera, tratándose de una celebridad política como ella?

– Ha mencionado sus actividades políticas. ¿Es posible que a raíz de ello se haya creado enemigos? ¿Alguien la odiaba?

– No, no lo creo. Ella no era responsable de los movimientos políticos. Nadie la culparía por la Revolución Cultu ral, y para ser justos, nunca llevaba las cosas demasiado lejos. En cuanto a si alguien pudiese odiarla por alguna cuestión personal, siento no poder decirle nada.

– Entonces, si me permite que le haga una pregunta – prosiguió Yu-, ¿qué piensa de ella como mujer?

– Me resulta difícil dar una opinión. Era una persona muy reservada, incluso hasta la exageración.

– ¿Qué quiere decir?

– Nunca hablaba de sí misma. Aunque cueste creerlo, no tenía novio, ni al parecer, amigos íntimos. Es algo que no entiendo. Vale que fuera una trabajadora modelo de rango nacional, pero no por ello tenía que dedicar toda su vida a la política. No en el caso de una mujer. Eso sólo quizá sucede en esas óperas modernas de Beijing. ¿Se acuerda usted de Madame A Qin?

Yu asintió, sonriendo. Madame A Qin era un personaje bien conocido de Shajiabang, una ópera creada durante la Re volución Cultural, cuando se consideraba que cualquier pasión romántica, incluso entre marido y mujer, debilitaba el compromiso político. En la ópera, Madame A Qin tenía el privilegio de no vivir con su marido.

– Quizá estuviera demasiado ocupada -aventuró Yu-.

– No digo que no tuviera una vida personal, más bien que intentaba disimularla. Somos mujeres, nos enamoramos, nos casamos y tenemos hijos. No hay nada de malo en ello.

– ¿De modo que no está segura de que nunca haya tenido una aventura?

– Le he dicho todo lo que sé, pero no me gusta cotillear sobre los muertos.

– Sí, le entiendo. Le agradezco su información.

Al levantarse, Yu volvió a lanzar una mirada por la habitación. Observó que sobre el tocador se desplegaba toda una variedad de frascos de perfume y esmalte de uñas, y barras de pintalabios, algunos de esas marcas que anunciaban glamorosas estrellas de cine en televisión. Era evidente que aquello estaba por encima de sus posibilidades.

– Sólo muestras -dijo ella, que había seguido su mirada-. De Número Uno.

– Por supuesto -asintió Yu y se preguntó si la cantarada Guan Hongying no habría optado por ocultar más discretamente sus cosméticos en un cajón-. Hasta luego.

La jornada no había sido del agrado del inspector Yu. No tenía gran cosa de qué hablar con el comisario Zhang, aunque en realidad, nunca habían tenido mucho de qué hablar. Llamó desde un teléfono público, pero Zhang no estaba en el despacho. Por lo menos se ahorraría el discurso político del viejo comisario. Decidió volver a casa.

No había nadie. Vio una nota en la mesa que decía «He ido a una reunión en el colegio de Qinqin. Caliéntate la comida».

Encontró un plato de arroz con tiras de pato asado y salió al patio a charlar con su padre, el Viejo cazador.

– Un caso de violación y asesinato a sangre fría -dijo el anciano frunciendo el ceño-.

Yu recordó la frustración sufrida por su padre a principios de los años sesenta, cuando había tenido que ocuparse de un crimen sexual parecido perpetrado en el arrozal de Baoshan. El cuerpo de la chica fue hallado casi de inmediato y la policía llegó al lugar en menos de media hora. Un testigo había visto al sospechoso y dio una descripción bastante precisa. Encontraron huellas frescas y una colilla. El Viejo cazador trabajó durante meses hasta altas horas de la noche, pero la investigación no condujo a nada concreto. Varios años más tarde, el culpable fue detenido mientras vendía retratos de la esposa de Mao que databan de su época de actriz de segunda categoría a principios de los años treinta, una diosa lasciva vestida con un camisón corto. En aquellos tiempos, un delito de ese tipo era causa más que suficiente para una condena a muerte. Durante el interrogatorio, el hombre reconoció el crimen cometido años antes en Baoshan. El caso, así como su inesperada solución, demasiado tardía como para servir de consuelo, habían dejado un recuerdo indeleble en el Viejo cazador.

Aquel caso era como un túnel en el que uno podía internarse eternamente sin esperanza de ver la luz.

– Ya sabes, nuestro Secretario del Partido ha insistido en posibles implicaciones políticas.

– Mira, hijo -prosiguió el Viejo cazador-, no me vengas ahora con cuentos. Como dice el refrán,«El caballo viejo conoce su camino». Si un caso de homicidio como ése no se resuelve en las dos o tres primeras semanas, la probabilidad de una solución se reduce a cero, con o sin política.

– Pero sabes de sobra que tenemos que hacer algo como brigada de asuntos especiales.

– Ya… brigada de asuntos especiales. Si fuera un asesino en serie, la existencia de tu grupo estaría más justificada.

– Lo mismo pienso yo, pero los de arriba no quieren dejarnos actuar, sobre todo el comisario Zhang.

– Tampoco me hables de tu comisario. No ha dejado de tocar las pelotas en treinta años. Nunca me he llevado bien con él. En cuanto a tu inspector jefe, entiendo por qué quiere continuar con la investigación: la política.

– Sí, es muy bueno cuando se trata de política.

– No me malinterpretes -dijo el anciano-. No estoy en contra de tu jefe; al contrario, creo que es un joven policía escrupuloso a su manera. Al menos, sabe que tiene el cielo por encima de la cabeza y la tierra bajo los pies. He trabajado años y años en el cuerpo y sé juzgar a un hombre.

Después de su conversación, Yu se quedó solo en el patio, fumando y dejando caer la ceniza en el cuenco de arroz vacío, en cuyo fondo los huesos del pato formaban una cruz. Encendió otro cigarrillo con la colilla del primero para luego seguir con un tercero, y así sucesivamente hasta casi convertirse en una especie de antena temblorosa, como si intentara recibir alguna información imperceptible del cielo.