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– Habrá tenido amigos que venían a visitarla, ¿no?

– Puede que sí, puede que no, pero eso es asunto suyo, no mío.

– Le entiendo, camarada Yuan -insistió él-, pero aun así quisiera hacerle algunas preguntas. ¿Notó usted algo fuera de lo normal en Guan durante los últimos meses?

– Yo no soy policía. Consecuentemente, no sé distinguir qué es normal y qué no.

– Una última pregunta -dijo Chen-. ¿La vio usted la noche del 10 de mayo?

– El 10 de mayo… Deje que piense -contestó-. No recuerdo haberla visto en todo el día. Aquella noche estuve en una reunión en el colegio de mi hijo, y después nos acostamos temprano. Como ya le he dicho, tengo que madrugar para ir a vender las empanadillas.

– Quizá quiera pensárselo un poco. Puede ponerse en contacto conmigo si se acuerda de algo -repuso Chen-. Y, una vez más, siento lo que pasó en su fábrica, pero esperemos lo mejor.

– Gracias -respondió como si también quisiera disculparse-. Ahora que lo pienso… Puede que haya una cosa… En los dos últimos meses volvía, a veces, bastante tarde, a las doce o incluso más. Desde que me despidieron tengo tantos problemas que me cuesta dormirme, así que en una o dos ocasiones la oí llegar a esas horas. Pero, claro, quizá estaba realmente muy atareada, siendo una trabajadora modelo de rango nacional y todo eso.

– Sí, es posible -convino él-, pero lo averiguaremos.

– Es lo único que sé -concluyó-.

El inspector jefe Chen le dio las gracias y se despidió. Se dirigió a la puerta de la vecina de enfrente en el mismo pasillo, al lado del baño colectivo. Iba a tocar el diminuto timbre cuando la puerta se abrió de golpe. Una chica salió corriendo hacia la escalera y una mujer de edad mediana se quedó mirándola desde la puerta, enfurecida y con los brazos en jarra:

– ¿También tienes que venir tú a mangonearme? ¡Putilla! ¡Mala puñalada te den!

Al ver a Chen, sus ojos desorbitados le lanzaron una mirada rabiosa. Él adoptó de inmediato la postura de un oficial de policía que no tenía tiempo que perder. Sacó su placa y se la enseñó con un gesto que había visto a menudo en la televisión. Tuvo un efecto calmante instantáneo.

– Tengo que hacerle unas cuantas preguntas acerca de su vecina, la camarada Guan Hongying.

– Ha muerto, lo sé. Me llamo Su Nanhua. Siento que haya presenciado esta escena. Mi hija está saliendo con un joven delincuente y no quiere hacerme caso. Me está volviendo loca.

Tras quince minutos de conversación, lo poco que Chen había sacado en claro se parecía mucho a la versión de Yuan, si bien la opinión de Su era todavía más parcial. Según ella, Guan se había mostrado muy reservada durante aquellos años, lo cual habría parecido raro en cualquier otra mujer, pero no en alguien como ella, una celebridad.

– ¿Quiere decir que vivió aquí todos aquellos años y nunca tuvo la oportunidad de conocerla?

– Parece absurdo, ¿verdad? Pero eso fue lo que pasó.

– ¿Y ella nunca le hablaba?

– Sí y no. «Hoy hace buen tiempo», «¿Ya ha cenado?» y otras cosas por el estilo. Frases que no significan nada.

– ¿Y recuerda algo de la noche del 10 de mayo, camarada Su? -inquirió Chen-. ¿La vio usted o habló con ella esa noche?

– Esa noche sí es verdad que noté algo. Estaba leyendo el último número de Familia, y ya era tarde. No me habría dado cuenta de que ella salía de la habitación si no fuera por que escuché algo pesado junto a mi puerta. Entonces me asomé a la puerta y la vi. Se dirigía hacia la escalera, de espaldas a mí, así que no distinguí qué había dejado caer. Llevaba una maleta pesada en una mano, tal vez fuera eso. Bajaba por la escalera. Era tarde. Me picó la curiosidad y miré por la ventana, pero no divisé ningún taxi esperando en la calle.

– ¿Usted pensó que se iba de viaje?

– Eso mismo.

– ¿Qué hora era?

– Las diez y media, más o menos.

– ¿Cómo lo sabe?

– Esa noche vi Esperanza en la tele. De hecho, la veo todos los jueves por la noche, acaba a las diez y media, y luego me puse a leer la revista. No llevaba mucho tiempo leyendo cuando oí el ruido.

– ¿Le había hablado del viaje que iba a hacer?

– No, a mí no.

– ¿Recuerda alguna otra cosa de esa noche?

– No, nada más.

– Póngase en contacto conmigo si se acuerda de algo -dijo Chen mientras se levantaba-. En la tarjeta está mi número.

Subió a la tercera planta, a la habitación que quedaba exactamente encima de la de Guan. Le abrió un hombre de pelo canoso, de unos sesenta y cinco años. Tenía un rostro inteligente, ojos agudos y unas arrugas muy profundas en la comisura de la boca. Miró la tarjeta que le pasó Chen.

– Entre, camarada inspector jefe. Me llamo Qian Yizhi.

La puerta daba primero a un pasillo estrecho donde sólo cabían una cocina a gas y una fregadera de cemento, y luego a otra puerta interior. Comparado con los pisos de sus vecinas, todo un lujo. Al entrar en la sala, Chen vio un impresionante despliegue de fotografías de cantantes pop de Hong Kong y Taiwán, como Liu Dehua, Zhang Xueyou y Wang Fei, en las paredes.

– Son las imágenes favoritas de mi nuera -aclaró Qian mientras quitaba un montón de periódicos de encima de un sillón, bastante potable-.Por favor, siéntese.

– Estoy investigando el caso de Guan Hongying-anunció Chen-. Le agradecería cualquier información que pueda darme sobre ella.

– Me temo que casi nada -repuso Qian-. Como vecina, apenas me dirigía la palabra.

– Sí, acabo de hablar con sus vecinas de abajo y también la veían como alguien demasiado importante para conversar con ellas.

– Algunos vecinos pensaban que se daba aires, como si hubiese querido destacar por encima de los demás, pero no creo que eso fuera verdad.

– ¿Por qué?

– Pues verá, yo ya estoy jubilado, pero también fui un profesor modelo durante más de veinte años. Desde luego, yo sólo era un modelo de rango regional, de ninguna manera tan importante como ella, pero sé cómo es -explicó Qian acariciándole la barbilla bien afeitada-. Cuando uno es un modelo, actúa como un modelo.

– Una observación muy interesante -resaltó Chen-.

– Por ejemplo, hubo quien dijo que yo fui muy paciente con mis alumnos, pero no fue así…, al menos no siempre. Ahora bien, cuando te conviertes en un profesor modelo, tienes que serlo.

– O sea, que es como una máscara mágica. Cuando uno se pone la máscara, se convierte en la máscara.

– Exactamente -dijo Qian-, aunque no sea necesariamente mágica.

– A pesar de ello, se suponía que era una vecina modelo en la vivienda, ¿no?

– Sí, pero puede ser muy agotador vivir todo el tiempo con la máscara puesta. Nadie es capaz de llevarla todo el rato. Uno tiene ganas de descansar. Una vez en su habitación, ¿por qué habría de seguir interpretando su papel y atender a sus vecinos como atendía a sus clientes? Simplemente, creo que ella estaba demasiado cansada para alternar con sus vecinos. Tal vez eso la hizo impopular.

– Es una observación muy perspicaz -dijo Chen-. Me preguntaba por qué sus vecinas de abajo se han mostrado tan enrabietadas en contra de ella.

– En realidad, no tienen nada en contra, sólo que no están de buen humor. Y hay otra cuestión importante: Guan tenía una habitación para su disfrute personal, mientras que estas mujeres deben compartirla con toda la familia.

– Sí, tiene razón -convino Chen-, pero usted también tiene una habitación exclusiva.

– Bueno, en realidad, no -contestó Qian-. Mi nuera vive con sus padres, pero le tiene el ojo echado a esta habitación. Ése es el motivo por el que ha colgado todas estas fotos de las estrellas de Hong Kong.

– Entiendo.

– Para la gente que vive en las viviendas comunitarias las cosas son diferentes. En teoría, sólo estamos aquí durante un periodo de transición, por eso no acaban de interesarnos las relaciones con los vecinos. A esto no se le puede llamar "hogar".