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– Sí, todo debe de ser muy diferente cuando se vive en una vivienda comunitaria.

– Por ejemplo, el baño común. Cada planta comparte uno, pero si la gente cree que se mudará mañana, ¿quién lo limpiará?

– Ahora entiendo mucho mejor lo que me explica, camarada Qian.

– No ha sido fácil para Guan -sentenció-. Una mujer joven y soltera…, reuniones y conferencias todo el día…, y luego volver a casa sola por la noche…, pero no a un lugar donde se podía sentir en su casa.

– ¿Puede ser más preciso? -preguntó Chen-. ¿Ha notado algo especial?

– Fue hace varios meses. Aquella noche no podía dormir, así que me levanté a practicar un poco de caligrafía durante un par de horas. Continuaba desvelado. Estaba tendido en la cama y oí un ruido raro que venía de abajo. Este edificio tiene las paredes de papel y se oye todo. Agudicé el oído. Era Guan que sollozaba. Eran las tres de la madrugada, y a mí se me partió el corazón. Lloraba desconsoladamente y estaba sola.

– ¿Sola?

– Eso pensé yo -contestó Qian-. No oí ninguna otra voz. Lloró durante más de media hora.

– ¿Observó alguna otra cosa?

– No que recuerde, salvo que pensé que probablemente era como yo, y no dormí demasiado bien. A menudo me fijaba en la luz que se colaba por las hendiduras del suelo.

– Una de sus vecinas me ha comentado que de noche ella volvía a casa muy tarde -dijo Chen-. ¿Podría tener alguna relación con lo que observó?

– No lo creo. A veces oía pasos a altas horas de la noche, pero yo casi no tenía contacto con ella -prosiguió Quian tras tomar un sorbo de su té frío-. Le sugiero que hable con Zuo Qing. Aunque es una oficial retirada, se mantiene ocupada llevando las cuentas del edificio. También es miembro del Comité de Seguridad Vecinal o algo así. Quizá ella pueda contarle algo más. Vive en la planta de Guan, justo al otro lado del pasillo, cerca de la escalera.

El inspector jefe Chen volvió a bajar. Una mujer mayor con gafas de montura dorada abrió la puerta de par en par.

– ¿Qué desea?

– Siento molestarla, camarada Zuo, pero estoy investigando la muerte de Guan Hongying.

– Sí, me he enterado de que ha muerto -repuso ella-. Será mejor que entre. Tengo algo en el fuego.

– Gracias -respondió Chen-.

Antes de entrar, lanzó una mirada al fogón en el pasillo, y no había nada en el fuego. Una vez en el interior de la vivienda, ella cerró la puerta a sus espaldas. Su pregunta encontró una respuesta inmediata: dentro había un hornillo a gas con una sartén, y olía muy bien. Zuo vestía una falda negra y una blusa de seda gris con el botón superior abierto. Sus zapatos de tacón alto también eran grises. Con un gesto, le indicó que se sentara cerca de la ventana en un sofá mullido de color rojo y siguió cocinando.

– No es fácil conseguir bombonas de gas -aclaró-, y es peligroso ponerlas junto a los fuegos de carbón de los demás vecinos.

– Entiendo. Camarada Zuo, me han contado que usted ha hecho mucho por la comunidad.

– Hago trabajo benévolo para el vecindario. Alguien tiene que hacerlo.

– Entonces, habrá tenido cierto trato con Guan Hongying.

– No, no mucho. Era una celebridad en su establecimiento, pero aquí no.

– ¿Por qué?

– Demasiado ocupada, diría yo. Las únicas ocasiones en que conversábamos de algo era cuando pagaba sus gastos comunes el primer día del mes -comentó mientras daba vuelta a un huevo en la sartén-. Me entregaba el dinero en un sobre blanco y decía alguna frase amable a la vez que yo le extendía el recibo.

– ¿Nunca hablaron de otra cosa?

– En cierta ocasión mencionó que ya que no cocinaba mucho en el edificio, los gastos comunes que ella pagaba no eran justos. No lo hizo con ánimo de discutir, y nunca volvió a mencionarlo. No sé en qué pensaría, pero se lo guardó para ella.

– Parecía una mujer muy misteriosa.

– Oiga, no pienso hablar mal de ella.

– La comprendo, camarada Zuo -dijo Chen-. En la noche del 10 de mayo, la noche en que la asesinaron, según una de sus vecinas, Guan salió del edificio alrededor de las diez y media. ¿Recuerda usted algo?

– Esa noche -afirmó-no creo haberla visto, ni oído salir. Suelo acostarme a las diez.

– Usted también es miembro del Comité de Seguridad del barrio, camarada Zuo. ¿Notó algo sospechoso en el edificio o en el pasaje durante los últimos días de vida de Guan?

La mujer se quitó las gafas, las miró, las limpió con el delantal, volvió a ponérselas y sacudió la cabeza.

– No lo creo, pero sí hay una cosa -aseveró-. No sé si se podría llamar algo sospechoso.

– ¿Qué era? -inquirió Chen sacando su libreta-.

– Hace más o menos una semana estaba viendo Historias de oficina. Todos lo miramos, es divertidísimo. Pero la tele se estropeó, y se me ocurrió ir a casa de Xiangxiang. Cuando abrí la puerta, vi a un desconocido que salía de una habitación al otro lado del pasillo.

– ¿De la habitación de Guan?

– No estoy segura. Sólo hay tres habitaciones al final del pasillo, contando la de Guan. La familia Su había salido de la ciudad esa noche, eso lo sé. Desde luego, el desconocido podría haber sido un amigo de Yuan, pero como hay una sola luz muy tenue en el rellano, y además todo está apilado en desorden a lo largo del pasillo, no es tan fácil encontrar la salida para alguien que no es de la casa. Normalmente, los vecinos acompañan a sus huéspedes hasta la escalera.

– Hace una semana…, así que fue después de la muerte de Guan, ¿correcto?

– Sí, yo ni siquiera sabía que había muerto.

– Pero podría ser una pista importante si el hombre salía de la habitación de Guan, camarada Zuo -advirtió Chen y anotó algo en su libreta-.

– Gracias, camarada inspector jefe -contestó halagada por su atención-. Yo misma lo investigué. En ese momento no lo relacioné con lo que le pasó a Guan, tan sólo pensé que era un poco sospechoso, ya que eran más de las once. No dudé en preguntarle a Yuan al día siguiente, y ella me dijo que esa noche no había tenido invitados.

– ¿Y el baño al final del pasillo? -preguntó Chen-. ¿No podría haber salido de ahí?

– Es poco probable -respondió-. Si era una visita, lo habrían acompañado hasta allí o no hubiese podido encontrarlo.

– Sí, es cierto. ¿Qué aspecto tenía ese hombre?

– Alto…, parecía un hombre decente, pero la luz es tan mala que no pude verlo con claridad.

– ¿Qué edad diría que tenía?

– Pues, unos treinta y cinco, quizá cuarenta. Es difícil precisarlo.

– ¿Algún otro detalle sobre su aspecto?

– Iba muy bien vestido. Me parece que ya lo he dicho.

– ¿De modo que piensa que quizá salía de la habitación de Guan?

– Sí, pero no estoy segura.

– Gracias, camarada Zuo. Lo investigaremos. Si se le ocurre alguna otra cosa, no repare en llamarme.

– Sí, eso haré, camarada inspector jefe -dijo ella-. Avísenos cuando resuelva el caso.

– De acuerdo. Hasta luego.

Mientras bajaba la escalera, Chen se encogió de hombros ligeramente. Él había visitado el aseo común sin que nadie lo acompañase.

Esperó un buen rato en la parada de autobús de la calle Zhejiang. Intentó aclarar lo que había averiguado durante el día. En verdad, poca cosa. Nada de lo que había encontrado hasta el momento podía considerarse una pista. Lo único inesperado había sido la ropa elegante y las fotos íntimas de Guan, aunque tampoco era para tanto. Una mujer joven y atractiva, por mucho que fuese una trabajadora modelo, tenía derecho a ciertos placeres femeninos… en su vida privada.

En cuanto a la escasa simpatía de Guan entre sus vecinas, no era tan sorprendente. En los años noventa, que una trabajadora modelo de rango nacional no gozara de gran popularidad era ante todo un fenómeno sociológico. Y lo mismo sucedía en la vivienda. Habría sido demasiado difícil ser también una vecina modelo, o ser apreciada por el vecindario. Su vida no era como la de las demás, ella no pertenecía a su círculo, y tampoco le importaba.