Puede que haya algo en el análisis del camarada Yu -dijo Zhang-.
Se levantó de su asiento, abrió su libreta y se aclaró la garganta antes de comenzar su discurso.
– Es un caso difícil. Tal vez tengamos que dedicarle horas y horas antes de registrar algún progreso. No obstante, no se trata de un caso corriente, camaradas. Guan era una trabajadora modelo conocida en todo el país. Dedicó su vida a la causa del comunismo. Su trágica muerte ha tenido un impacto muy negativo. Yo soy un viejo jubilado, pero aquí estoy, trabajando estrechamente con vosotros. ¿Por qué? Porque es un caso especial asignado por el Partido. El pueblo está pendiente de nuestro trabajo. No podemos fallar, de modo que hemos de encontrar un nuevo enfoque.
Yu tenía una reputación de hombre riguroso, paciente y meticuloso, en algunas ocasiones hasta la exageración. Sabía que a veces uno perdía el tiempo con noventa y nueve pistas, y encontraba la correcta en la siguiente. Era lo que sucedía con casi todas las investigaciones de homicidio. Ante eso no tenía nada que objetar. Tenían demasiados casos de los que ocuparse. Pero no existía un "nuevo enfoque", como lo llamaba el comisario Zhang, a no ser en las novelas policíacas que traducía el inspector jefe Chen.
– Hay que confiar en el pueblo -decía Zhang-. En el pueblo reside nuestra fuerza. El camarada Mao nos lo dijo hace mucho tiempo. Si contamos con la ayuda del pueblo, no hay dificultad que no podamos superar.
Yu estaba harto. Cada vez le costaba más concentrarse en la cháchara del comisario, plagada de aquella retórica. Durante las reuniones de educación política de la oficina, en ocasiones se sentaba en el fondo de la sala y dejaba que la voz del orador lo sumiera en un estado de modorra que le permitiera realizar sus ejercicios de meditación, pero esa mañana no podía dejarse ir.
A continuación, el inspector jefe Chen tomó la palabra:
– Las instrucciones del comisario Zhang son muy importantes, y el análisis del camarada Yu también tiene mucho sentido. Es difícil, sobre todo porque tenemos muchos otros casos de que ocuparnos. El camarada Yu ha hecho un buen trabajo, más bien yo diría que ha hecho.»asi todo el trabajo.
Si hasta ahora hemos avanzado poco, es por mí. Sin embargo, se me acaba de ocurrir algo. De hecho, el análisis del camarada Yu le ha dado cierta relevancia.
»Según el informe de la autopsia, Guan habría cenado una o dos horas antes de su muerte. Entre las cosas que comió, se encontró una pequeña porción de caviar. Caviar, el preciado caviar del esturión ruso. Ahora bien, por lo que he investigado, hay sólo tres o cuatro restaurantes de lujo en Shanghai que lo sirven. Resulta difícil creer que Guan haya cenado sola en uno de esos restaurantes con una maleta pesada a sus pies. También hay que pensar en la hora. Salió de su habitación hacia las diez y media, y se calcula que murió entre la una y las dos. En consecuencia, podemos pensar que cenó a medianoche. Según mis informaciones, ningún restaurante sirvió caviar esa noche a ningún cliente chino. Si esta información es correcta, significa que cenó en alguna otra parte con alguien que tenía caviar en su casa.
– Es un dato interesante -dijo Yu-.
– Espere un momento -dijo Zhang alzando una mano para interrumpir a Chen-. ¿Insinúa que el asesino podría ser alguien que Guan conocía?
– Sí, es una hipótesis plausible. Puede que el asesino no fuera un desconocido para Guan. Después de que ella saliera, se encontraron en alguna parte y cenaron juntos. Lo más probable es que haya sido en casa de él, y luego mantuviesen relaciones sexuales. Recuerde que no había magulladuras en el cuerpo de Guan. Después la asesinó, metió el cadáver en su coche y lo lanzó al canal. La bolsa de plástico también encajaría si el crimen se cometió en el piso del asesino. Él temía que algún vecino, o cualquier otra persona, lo sorprendieran trasladando el cuerpo. Además, eso también explica que haya escogido un canal alejado, donde esperaba que nunca lo encontraran, o al menos, no antes de mucho tiempo. Para entonces, ya nadie podría reconocerla ni recordar con quién se relacionaba.
– De modo que usted tampoco cree que se trate de un caso político -inquirió Zhang- a pesar de que su teoría sea diferente.
– Si es un caso político o no lo es, no puedo afirmarlo, pero creo que hay ciertas cosas que merece la pena investigar más a fondo.
Yu estaba aún más sorprendido que Zhang por el planteamiento de Chen. La bolsa de plástico no era nada nuevo, si bien no le había hablado del caviar. Yu no sabía si Chen se lo había reservado a propósito para la reunión. Parecía una jugada maestra, como en las novelas que traducía. O ¿ acaso lo había hecho para impresionar al comisario Zhang? Yu lo dudaba, puesto que a Chen tampoco le caía bien el anciano. Sin embargo, lo del caviar era un detalle decisivo en el que Yu no se había fijado.
– Según la información de los grandes almacenes -terció Yu-, Guan no mantenía relaciones con nadie en el momento de su muerte.
– Eso me intriga -reconoció Chen-, pero es precisamente ahí donde debemos investigar más a fondo.
– Pues bien, háganlo a su manera -zanjó Zhang, y se levantó para irse-. Al menos, es preferible a esperar que el criminal vuelva a actuar.
El inspector Yu tuvo la impresión de que había quedado retratado bajo una luz poco favorable, como si fuera demasiado perezoso para ocuparse de los detalles importantes. Ahora percibía el mensaje negativo en el ceño fruncido del viejo comisario.
– No había reparado en lo del caviar -dijo a Chen-.
– Se me ocurrió anoche. Por eso no he tenido tiempo de hablarlo con usted.
– Caviar. La verdad es que no tengo ni idea de qué es.
Más tarde, llamó a Peiqin.
– ¿Sabes qué es el caviar?
– Sí, lo sé por las novelas rusas del siglo XIX -le contestó-, pero nunca lo he probado.
– ¿En tu restaurante han servido alguna vez caviar?
– Supongo que bromeas, Guangming. Nuestro restaurante es muy pobre. Sólo podrían tenerlo los hoteles de cinco estrellas como el Jinjiang.
– ¿Es muy caro?
– Un plato pequeño costaría varios cientos de yuanes, creo. ¿A qué viene ese interés repentino?
– Nada, es una cuestión relacionada con el caso.
CAPÍTULO 11
El inspector jefe Chen se despertó con un ligero asomo de jaqueca. La ducha no lo ayudó a despejarse. Le costaría sacudirse el malestar durante ese día en el que, precisamente, tenía mucho por hacer. Chen no era un adicto al trabajo, no al menos como sostenían algunos de sus compañeros, pero no era raro que, después de bregar como un poseso, se sintiese más lleno de energía. Acababa de recibir una valiosa colección de los poemas de Yan Shu, una edición impresa en papel de arroz, cosida a mano y guardada en una caja de tela de color azul marino. Un regalo inesperado de Beijing en respuesta al ejemplar del Wenhui que había enviado. Había una breve nota dentro de la caja.
«Inspector jefe Chen:
Gracias por tu poema. Me ha gustado mucho. Lamento no poder enviarte algo mío a cambio. Encontré esta colección de los poemas de Yan Shu en una feria de antigüedades en Liulichang hace unas semanas y pensé que te gustaría. También te felicito por tu ascenso.
Ling»
Claro que le gustaba. Recordó sus días de vagabundeo por la feria de antigüedades de Liulichang cuando era un pobre estudiante del Instituto de Lenguas Extranjeras de Beijing y se dedicaba a mirar libros viejos sin poder comprar ni tan siquiera uno. Sólo una vez había visto algo similar, en la sección de libros raros y curiosos de la Biblioteca de Beijing, donde Ling había comparado su éxtasis con el de un pececillo de plata perdido en las páginas de un libro antiguo. Una colección cosida a mano como aquella podía costar mucho dinero, pero valía la pena. El tacto del papel blanco de arroz era exquisito, dando la sensación de que transmitía un mensaje de tiempos antiguos. Al igual que la nota que él le había enviado, la de Ling era escueta. La elección del libro hablaba por sí sola: Ling no había cambiado, seguía siendo una amante de la poesía, o al menos, de la suya.